Un camino directo al coraz¨®n
?Creo en lo que canto. Soy sincero. Si quieres ganarte al p¨²blico, s¨®lo hay una manera de conseguirlo: tienes que acercarte a la gente con sinceridad y humildad. Con esto no trato de impresionar a nadie; he descubierto -y cualquiera puede verlo en otros artistas- que cuando uno no se entrega al p¨²blico no consigue nada. Ya puedes ser el int¨¦rprete m¨¢s perfecto del mundo que el p¨²blico es como las mujeres: si te muestras indiferente con ellas, no hay nada que hacer?. As¨ª comenzaba Frank Sinatra un art¨ªculo con motivo de su 80? cumplea?os, el 12 de diciembre de 1995, y que se public¨® en EL PA?S entre otros diarios del mundo.Es una definici¨®n rotunda y sabia del m¨¢s importante de sus oficios, el de cantante, y no debe resultar extra?a su referencia a las mujeres pues, como suele ocurrir entre los grandes artistas, es dif¨ªcil deslindar vida y obra. En Sinatra es inconcebible la m¨²sica y la vida sin las mujeres, como tampoco lo es sin ellas la obra y la vida de Pablo Picasso, por ejemplo. T¨ªtulos de canciones como I get a kick out of you, My heart stood still, Bewitched, bothered and bewildered, Strangers in the night, My way, New York, New York o L.A. is my lady no tendr¨ªan sentido sin la mujer como est¨ªmulo y destino.
Ciertamente Sinatra tuvo la enorme fortuna de poder elegir su repertorio entre los compositores de mayor talento, desde Cole Porter a Antonio Carlos Jobim, como tambi¨¦n fue una inmensa suerte poder contar con directores musicales de la talla de Nelson Riddle o Billy May en esa fant¨¢stica etapa Capitol, pero es justo reconocer que sus interpretaciones de temas que fueron grabados por docenas de cantantes, antes y despu¨¦s que ¨¦l, son absolutamente inconfundibles. La magia de su entonaci¨®n, la forma de contar las historias y la atm¨®sfera que consigue con su voz es lo que permite afirmar que ?sus discos son el mejor acompa?amiento que uno podr¨ªa desear, especialmente para noches de sensibilidad exacerbada?, como lo hizo Diego A. Manrique. Y as¨ª es: si ustedes se imaginan un anochecer caluroso en un jard¨ªn, con la dama de sus sue?os o con el recuerdo de quien ocup¨® su coraz¨®n, la m¨²sica m¨¢s acorde podr¨ªa ser, sin duda, una balada melanc¨®lica de La Voz , cualquiera de sus canciones para solitarios.
Hotel Felipe II de El Escorial en 1957. Interior noche. En el bar, Sinatra y dos personas m¨¢s. El resto del equipo recuperaba las fuerzas tras una dura jornada del rodaje de Orgullo y pasi¨®n , de Stanley Kramer . Se sienta al piano y comienza a tocar y cantar suavemente. Pide un tel¨¦fono y llama a Madrid. Intercambia unas frases y sigue su particular concierto por y para el tel¨¦fono. Es un concierto privado que no tiene aspecto de acabar. Una hora despu¨¦s, y mientras Sinatra sigue desgranando canciones, aparece en el bar Ava Gardner con un abrigo de vis¨®n blanco y un sugestivo camis¨®n. Se acerca a ¨¦l con amor y se pierden los dos hacia la suite. Una secuencia real que habla del poder de seducci¨®n de un cantante y de los reflejos de una dama entregada. Lo cont¨® en su d¨ªa Enrique Herreros, testigo de la escena.
Sinatra ha muerto pero la estela de la sensibilidad y la belleza de sus canciones nos marcar¨¢n para siempre el camino que lleva directamente al coraz¨®n.
Babelia
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