Arturo Ripstein alegra con un deslumbrador esperpento una paliza de cine triste y sombr¨ªo
Paco Rabal y Kathy Jurado bordan un eminente d¨²o en "El evangelio de las maravillas"
En las salidas de las salas, caras patibularias. F¨²nebres sesiones de cine sombr¨ªo se suceden en este festival como estacazos de una reyerta entre estetas pesimistas. El gafe del fin de milenio se adue?¨® de La Croisette y el otros a?os nutritivo desfile de pechugas puntiagudas se arrug¨® en una huelga de tetas ca¨ªdas. Ayer nos dieron la paliza un chino s¨®rdido y disuasorio y un franc¨¦s somn¨ªfero y l¨²gubre, que convirti¨® la pantalla en un sudario. Pero de M¨¦xico lleg¨® El evangelio de las maravillas y Arturo Ripstein nos hizo respirar aire libre de cine lleno de vivificadoras resonancias de Ram¨®n Mar¨ªa del Valle-Incl¨¢n, Juan Rulfo y Luis Bu?uel. Fue el amanecer de una pesadilla.
El chino disuasorio se llama Tsai Ming-Liang y su pel¨ªcula, El agujero, es exactamente eso, un l¨®brego tedio indescriptible. Y lo peor es que el chino disuasorio no tiene ni un pelo de tonto, conoce su oficio a la perfecci¨®n e incluso es un refinado escultor de im¨¢genes inquietantes, que ya gan¨® con torturas parecidas importantes premios en Berl¨ªn y Venecia. Su nuevo apocalipsis casero es de los que invitan a huir despavoridos del silencio de los cines en busca de la ruidosa tranquilidad de las discotecas y sus dulces broncas. Repetir¨¢ premio y los viejos enamorados de este gozoso espect¨¢culo multiplicaremos nuestro rencor contra este azote del disfrute de mirar.El cine de ahora se mueve por oleadas. A la de las cat¨¢strofes sigui¨® la de las estrellas en cueros, a ¨¦sta la de las dulzuras de la familia, a ¨¦sta la de los asesinos errantes en busca de nucas que reventar, a ¨¦sta la de los bichos inform¨¢ticos y a ¨¦sta la del sentimentalismo de destiler¨ªa lacrim¨®gena.
Met¨¢foras
Ahora la demanda del nuevo milenio comienza a llegar en forma de oleada de met¨¢foras de apocalipsis, unas veces disfrazado de virus mortal, como es el caso del chino disuasorio, otras disfrazado de epidemia de peste pederasta, vulneradora de ni?os, como es el caso de La lecci¨®n de nieve, pel¨ªcula donde el franc¨¦s Claude Miller, tambi¨¦n disuasorio y por tanto tambi¨¦n premiable, emprende un sagaz esfuerzo de cine tautol¨®gico consistente en hacer roncar a los muertos, cosa que -si exceptuamos al colombiano V¨ªctor Gaviria en La vendedora de rosas y al brit¨¢nico Ken Loach en Mi nombre es Joe - se ha repetido hasta la n¨¢usea en esta primera semana de Cannes 98, en la que los ronquidos han convertido a la Costa Azul en zona de alta contaminaci¨®n ac¨²stica.Estamos aqu¨ª metidos de lleno, como se ve, en territorios del cine considerado no como arte, sino como patolog¨ªa. El evangelio de las maravillas no escapa -ni quiere escapar: todo lo contrario, lo busca sin disfrazarse hip¨®critamente de met¨¢fora- el toque milenarista, el enganche directo a la rocambolesca farsa b¨ªblica del derrumbe final del mundo. Pero, por un lado, la pel¨ªcula no compite, sino que viene de alegre intrusa; y, por otro, Arturo Ripstein es un astuto maestro de la tragedia ir¨®nica, del viejo esperpento ib¨¦rico, y cumple en este poderoso filme, que revienta de vigor, de desgarro, de alma y de sorna, aquello que Luis Bu?uel, su maestro, anunci¨® (y cumpli¨® con creces en este anuncio) que har¨ªa con su disc¨ªpulo: ?Alg¨²n d¨ªa dir¨¦ una frase c¨¦lebre sobre Arturo Ripstein que har¨¢ temblar al misterio?.
Tiembla, ciertamente, el misterio dentro de las tripas de esta loca, lib¨¦rrima, adorable y admirable pel¨ªcula iconoclasta hasta los tu¨¦tanos, hecha en forma de retablo de estampas tiernas y blasfemas, de dura, a veces terrible y siempre gozosa irreverencia. Un precioso ejercicio de fe¨ªsmo donde el genio de Kathy Jurado y Paco Rabal se sale de la pantalla, se burla de sus sombras, devuelve el cine al cine, y todo alrededor de ellos, por oscuro que sea, estalla de luminosidad, de talento y de gracia. Es casi la palabra hecha imagen y convertida en cine esponja, capaz de absorber nada menos que los universos literarios de Valle-Incl¨¢n y Juan Rulfo y prolongarlos, revivirlos, lo que aclara algo de ese misterio de que habl¨® Bu?uel y hace de El evangelio de las maravillas lo ¨²nico realmente bello que se ha visto hasta ahora en este festival apuntado a lo siniestro.
Y apuntado a la vaciedad de la ret¨®rica con que encubre su incompetencia profesional el estadounidense Terry Gilliam en Paranoia en las Vegas ; al hueco pesimismo con que encubre su oportunismo el avispado chico de laboratorio inform¨¢tico, el campanudo australiano Alex Proyas en Dark city ; a la acartonada idea del desmoronamiento de la instituci¨®n familiar con que el gran hombre de escena Patrice Ch¨¦reau encubre su peque?ez como escritor de Los que aman.
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