"Accountability"
Desde que la lucha por el poder se desarrolla en la arena medi¨¢tica, el juego de gestos ha suplantado al debate de ideas. Es la espectacularizaci¨®n de la pol¨ªtica, donde s¨®lo se trata, como en los deportes de masas, de escenificar aquellas jugadas que mejor permitan derrotar al adversario. Por tanto, los ciudadanos se transforman en espectadores, que juzgan a los contendientes por su destreza en la cancha, su capacidad de vencer al adversario y su fair play (el juego limpio, tan esencial en el deporte como en la pol¨ªtica), con desprecio de argumentos ideol¨®gicos y virtudes republicanas.Ignorar esto le ha costado al candidato Borrell una derrota medi¨¢tica. Indudablemente, la puesta en escena de Aznar fue superior, con su calculado contraste entre el pl¨²mbeo mamotreto de la ma?ana y su airosa r¨¦plica de la tarde. Sus adictos sostienen que, por fin, el presidente del Gobierno se ha hecho con el mando, adquiriendo confianza en s¨ª mismo contra todo pron¨®stico. Aunque cabe dudarlo, pues en la corta distancia y privado del protocolo la inseguridad de Aznar parece cong¨¦nita. Ahora bien, aupado en la peana del poder, revestido con la pompa del cargo, llevado en volandas por sus hooligans, jugando en casa con todos los datos a favor y, sobre todo, enfrentado a un improvisado candidato incapaz de encajar, sin cintura y con mand¨ªbula de cristal, hasta alguien como Aznar puede demostrar confianza.
En realidad, Borrell se derrot¨® a s¨ª mismo, sin ayuda de su rival. Y es que, como jam¨¢s esper¨® ganar unas primarias a las que s¨®lo se present¨® para mejorar posiciones en la carrera por suceder a Gonz¨¢lez, resultar elegido candidato le cogi¨® por sorpresa. De modo que subi¨® al estrado del Congreso abrumado por la responsabilidad y sin poder creer en s¨ª mismo. Por eso, ante la bronca de los hooligans de Aznar, se dej¨® ganar por el miedo esc¨¦nico (Valdano dixit) y corri¨® a refugiarse a su rinc¨®n del cuadril¨¢tero, esperando recibir el improbable consuelo de aquellos a quienes desautoriz¨® en las primarias. Con ello cedi¨® el terreno y la iniciativa al titular Aznar, que ni siquiera se despein¨® para dejarlo caer con displicencia contra las cuerdas. As¨ª fue como Borrell perdi¨® el hilo argumental, cay¨® en argucias de contable, olvid¨® la pol¨ªtica y no encontr¨® el tono ni el ritmo, mostrando tensi¨®n sin pizca de naturalidad. Le falt¨® ret¨®rica de tribuno, le sobr¨® jerga de tecn¨®crata y demostr¨® que no es un animal pol¨ªtico, en definitiva.
Esto es lo que vio el espectador de la videopol¨ªtica, que al d¨ªa siguiente vot¨® la derrota de Borrell en las encuestas demosc¨®picas. Pero, si prescindimos del juego de gestos de la pol¨ªtica-espect¨¢culo y regresamos al debate de ideas en la res p¨²blica, deberemos deducir otra cosa muy distinta. El acto institucional del martes pasado exig¨ªa que el titular del Ejecutivo rindiese cuentas de su ejercicio del poder ante el interrogatorio al que le somet¨ªa el jefe de la oposici¨®n. Esto es la accountability (seg¨²n lo denomina la tradici¨®n parlamentaria brit¨¢nica) o responsabilidad, donde habita el n¨²cleo esencial de la democracia (como le gusta insistir entre nosotros a V¨ªctor P¨¦rez D¨ªaz). Pues bien, igual que en el debate de abril de 1994 Aznar requiri¨® la accountability del Gobierno acu?ando su c¨¦lebre: "?V¨¢yase, se?or Gonz¨¢lez!", este martes se invert¨ªan las tornas y era deber de Aznar dar cuenta de sus actos respondiendo a las preguntas de Borrell. Pero no lo hizo, incumpliendo gravemente su obligaci¨®n democr¨¢tica.
De hecho, el se?or Aznar nunca se digna dar cuentas de sus actos ni asume sus responsabilidades de Gobierno. Cuando se le han demandado respuestas por sus sectarias e ileg¨ªtimas intervenciones en la justicia, las comunicaciones o la empresa privada, s¨®lo ha contestado con risotadas, negando autoridad moral a la oposici¨®n, descalificando al periodista o reduciendo la cuesti¨®n a estupideces o tonter¨ªas. Y de nuevo este martes, al negarse a contestar a Borrell, ha hecho exactamente igual. Lo cual es grave, pues indica que Aznar reincide en su contumaz negativa a rendir cuentas, violando la accountability.
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