Ciencia y humanismo
Con este t¨ªtulo acaba de dar Pedro La¨ªn Entralgo uno de sus espl¨¦ndidos cursos que organiza en el Colegio Libre de Em¨¦ritos. Catorce lecciones durante catorce mi¨¦rcoles, iban a componerlo, pero hubo de reducirlo a doce porque, como el torero cuando le coge un toro, el toro de su salud le dio una embestida y tuvo que sufrir una peque?a intervenci¨®n que le oblig¨® a suprimir el tema de las humanidades en Unamuno y en Zubiri. Mas, como en otros cursos suyos anteriores, sigue, a pesar de sus noventa a?os cumplidos, lozano de pensamiento y repleto de sabidur¨ªa. Justamente La¨ªn es un paradigma de c¨®mo es posible la existencia de un hombre culto entero, es decir, que sabe su ciencia y su t¨¦cnica de m¨¦dico al tiempo que el conocimiento del hombre y de su cultura. Siguiendo su m¨¦todo habitual, La¨ªn fue se?alando la evoluci¨®n hist¨®rica del conocimiento de la naturaleza y del descubrimiento, m¨¢s tard¨ªo, que hizo el hombre de s¨ª mismo. Las ciencias f¨ªsicas y matem¨¢ticas, las ciencias duras, se apoyan en la raz¨®n pura, son racionales, pero, aparte que su verdad es siempre provisional porque puede venir un nuevo experimento que obligue a adoptar una nueva perspectiva de esa misma ciencia, el hombre necesita de la verdad razonable, de las ciencias blandas, que son las que en el fondo nos pueden aclarar algo de ese peculiar ser que es el ser humano. Creo que fue el f¨ªsico Schr?dinger quien comparaba la teor¨ªa cient¨ªfica a una l¨ªnea curva que es tangente en varios puntos a la figura cerrada que representaba la realidad. Los puntos de tangencia son precisamente los experimentos, en los que coinciden teor¨ªa y realidad y nos permiten describir algo de ella, pero el resto queda en la oscuridad.La ciencia pura procede por evidencias y trata de explicarnos c¨®mo funciona la naturaleza, pero la conjetura y la verdad razonable est¨¢n tambi¨¦n en el nacimiento de las teor¨ªas cient¨ªficas. Pues hay que saber, por ejemplo, por qu¨¦ el genial matem¨¢tico Riemann cay¨® en pensar en los espacios no-euclidianos.
De esta forma, la historia, las ciencias de la literatura, la psicolog¨ªa, y las dem¨¢s ciencias blandas son necesarias para saber c¨®mo es cada hombre y cada mujer y cu¨¢l es su ventura y su destino. La vida es narraci¨®n -dec¨ªa La¨ªn recordando a Ortega-, y por eso la literatura nos puede dar claridad sobre la condici¨®n humana. ?Si quieres saber qu¨¦ es el derecho penal, lee Crimen y castigo; si quieres saber qu¨¦ es el derecho mercantil, lee a Balzac?, aconsejaba el antiguo catedr¨¢tico de Derecho de Sevilla Manuel Pedroso, cuando estaba exiliado en M¨¦xico, a su alumno Carlos Fuentes.
La¨ªn nos habl¨® de c¨®mo fue manifest¨¢ndose la idea de ciencia y la idea de humanismo en los presocr¨¢ticos, los cuales, con mentalidad que podr¨ªamos calificar de europea, fueron los titulares de la emigraci¨®n griega, los descubridores de la ciudad -y con ello de la democracia- y, con su mentalidad colonial, de la econom¨ªa comercial. Seguimos despu¨¦s con Plat¨®n y Arist¨®teles, cuya diferente actitud simbolizaba el conferenciante en la pintura de Rafael La Escuela de Atenas, en donde Plat¨®n mira al cielo, y su disc¨ªpulo, al suelo. Sigui¨® por el concepto de ciencia y humanismo en la Edad Media, con sus dos l¨ªneas divergentes: la dominicana y la franciscana, para orearnos despu¨¦s en el Renacimiento con el hallazgo de la objetividad y de la vida propia de la persona. Por eso Durero hace del retrato algo personal.
Un paseo tranquilo y lleno de fe en la ciencia enciclop¨¦dica fue el siglo XVIII, pero el positivismo de Comte en el siglo XIX, despreciando todo lo que no estuviera montado en los hechos, suspendi¨® algo el desarrollo de las humanidades. ?stas volvieron a resurgir en los nuevos hechos, en las nuevas ideas del siglo XX. Einstein y Ortega fueron los ejemplos que puso La¨ªn de c¨®mo puede haber hombres cultos, es decir, hombres que supieran m¨¢s que nadie de la parcela de su especialidad pero, al mismo tiempo, tengan clara conciencia de lo que les importa fuera de ella: historia, pol¨ªtica, justicia, arte, evitando as¨ª la barbarie del especialismo.
?sta era en el fondo la gran preocupaci¨®n y el gran objetivo del curso de La¨ªn: llamar la atenci¨®n sobre el peligro, en Espa?a y fuera de ella, de la involuntaria ignorancia de los estudiantes universitarios que se limitan a aprender las t¨¦cnicas de su profesi¨®n (y, a veces, ni siquiera su fundamento y gestaci¨®n). Quiz¨¢ -dec¨ªa- la idea que propon¨ªa Ortega de una Facultad com¨²n de Cultura sea ya ut¨®pica, vista la masificaci¨®n de la ense?anza, pero es preciso encontrar f¨®rmulas para que los alumnos que estudian una determinada carrera sepan qu¨¦ pasa y en qu¨¦ consiste el mundo fuera de ella.
Eso es lo que intent¨® Pedro La¨ªn en sus cursos de Historia de la Medicina y que, ahora, nos hac¨ªa meditar a los ignorantes oyentes que ten¨ªamos el privilegio de escucharle.
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