La s¨¦ptima 32 a?os despu¨¦s
Mijatovic, que no hab¨ªa marcado en toda la Copa de Europa, logr¨® el gol decisivo
Contra pron¨®stico general, pero con un juego convincente en lo futbol¨ªstico y contagioso en la actitud, el Madrid consigui¨® el grial de la Copa de Europa, la competici¨®n que gener¨® el mito de un club que buscaba desesperadamente un puente con su historia, con aquellos equipos que conquistaron el continente. Despu¨¦s de 32 a?os, el Madrid alcanz¨® su objetivo. Gan¨® la Copa y lo hizo frente al equipo m¨¢s prestigioso de Europa, un valor a?adido para la formidable empresa del Madrid, que se impuso con justicia porque hizo m¨¢s f¨²tbol que la Juve en un partido que tuvo cuatro h¨¦roes: Hierro, Sanchis, Redondo y Mijatovic, autor del gol despu¨¦s de una actuaci¨®n espl¨¦ndida.El partido tuvo un corte inesperadamente intr¨¦pido. Durante los ¨²ltimos a?os, las finales de la Copa de Europa se han distinguido por su aridez. El acontecimiento superaba al juego, que apenas ha sido rese?able en las pasadas ediciones. Aunque esta vez el encuentro no fue exquisito -y nadie lo esperaba- se alcanz¨® una altura notable en algunos pasajes. Para comenzar no hubo especulaci¨®n, ni demasiado tacticismo, s¨®lo dos equipos preocupados en desequilibrar el duelo. Desde este punto de vista, hubo una generosidad apreciable.
Las primeras apariciones de Zidane dieron para pensar en la superioridad de la Juve. El mon¨®logo del centrocampista franc¨¦s durante el primer cuarto de hora fue hermos¨ªsimo. En un equipo que juega pasado de revoluciones, Zidane tiene la virtud de imponer un paso tranquilo, siempre relajado y siempre activo en todos los frentes. Es el trescuartista ideal. Detenerle era una obligaci¨®n para el Madrid, porque Zidane pone en funcionamiento la maquinaria de su equipo. Sin su claridad, la Juve es un conjunto de gran contenido f¨ªsico que tarda en encontrar los espacios y a Del Piero, que depende del suministro que reciba.
La autoridad de Zidane sobre el partido qued¨® rebajada por la poderosa contribuci¨®n de Redonde y Hierro. El Madrid necesitaba el bal¨®n para dictar un tempo diferente al juego. Y lo consigui¨®. Hierro result¨® decisivo en la recuperaci¨®n de la pelota. De nuevo emergi¨® hasta situarse a la altura de los mejores centrales del mundo, con el punto de intimidaci¨®n necesario para borrar a Del Piero. En un trabajo estrictamente profesional, Redondo entendi¨® la naturaleza de las necesidades de su equipo. Frente a la intempestiva presi¨®n de la Juve, el Madrid depend¨ªa del bal¨®n para sacar a los italianos de su elemento. Redondo lo hizo poco a poco, con pases cortos que siempre encontraban una camiseta blanca. Esa capacidad para tejer tuvo efectos fulminantes sobre el duelo. El Madrid encontr¨® un m¨¦todo que le dio resultado. Equilibr¨® el partido y luego lo gir¨® a su favor en el primer tiempo.
Cada final acostumbra a se?alar un h¨¦roe, que tampoco falt¨® en esta ocasi¨®n. Mijatovic fue incontrolable para los defensores italianos. Se tir¨® a las dos bandas y gan¨® por rapidez y habilidad. Como s¨ªntoma, una maravillosa incursi¨®n por la banda izquierda, con un recorte el¨¦ctrico a Torricelli, la llegada limpia hasta la raya y el pase al primer palo, donde apareci¨® Ra¨²l pero no emboc¨®. La jugada pes¨® sobre el encuentro y sobre el ¨¢nimo de los dos equipos. El Madrid, que llegaba como v¨ªctima, comenz¨® a actuar con m¨¢s confianza y autoridad, o por lo menos con el criterio necesario para complicar la existencia del equipo italiano.
La Juventus qued¨® tan pendiente de Zidane que a veces el equipo parec¨ªa perplejo. Ni Deschamps, ni Di Livio dijeron nada en el partido. Davids consigui¨® poner en dificultades a Seedorf, pero el interior de la Juve no es un futbolista claro. Si el Madrid consegu¨ªa desactivar a Zidane, sus posibilidades aumentar¨ªan extraordinariamente. Y lo logr¨®, con el factor a?adido del pobre papel de Del Piero, colapsado por Hierro y Sanchis, que realiz¨® un encuentro formidable. Todo el honor de la quinta del Buitre qued¨® capitalizado en Amsterdam por Sanchis, un defensa maravilloso que nunca ha tenido el reconocimiento que se merece. La entrada de Taccinardi por Di Livio en la segunda parte apenas tuvo efecto sobre el partido, que mantuvo la intensidad pero perdi¨® precisi¨®n. Enseguida se vio que el resultado pend¨ªa de un golpe de fortuna o de una acci¨®n aislada. Los intentos por gobernar el juego se hac¨ªan improductivos en los dos equipos.
El equilibrio era absoluto. En esas condiciones, el aprovechamiento ten¨ªa un valor capital. Justo en un momento de indefinici¨®n se produjo el gol de la victoria: Seedorf meti¨® un centro desde la banda derecha, alguien rechaz¨® la pelota, que qued¨® franca para el remate de Roberto Carlos, un tiro que sali¨® rebotado hacia Mijatovic, atento y listo. Con un recorte dej¨® en el suelo a Peruzzi y luego llev¨® el bal¨®n a la red.
Finalmente este equipo fue capaz de estar a la altura de su prestigio, de su historia y de la calidad de sus jugadores. Ocurri¨® en Amsterdam, en una noche que pasar¨¢ a la historia del Madrid y del f¨²tbol espa?ol.
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