El ministerio
Hice el servicio militar en el Ministerio del Ej¨¦rcito, en Cibeles, al lado de la Caja Postal de Ahorros. Nuestro trabajo consist¨ªa en vigilar las instalaciones para que no sufrieran ataques del enemigo exterior, porque del interior, el propio Ej¨¦rcito, no nos defend¨ªa nadie. El ministerio era un lugar absurdo donde todo el mundo hac¨ªa cosas extravagantes, crueles e in¨²tiles sin que nadie lamentara aquella p¨¦rdida de energ¨ªas. Ten¨ªamos un cabo primero (o primera: nunca supe si se dec¨ªa en masculino o femenino) que al inclinarse sobre ti para darte una orden te dejaba el hombro lleno de granos que hu¨ªan espont¨¢neamente de su cara. Las paredes de su dormitorio estaban forradas con fotograf¨ªas de mujeres desnudas que le pasaba el capit¨¢n cuando se aburr¨ªa de ellas. Un d¨ªa que me orden¨® hacerle la cama y yo me qued¨¦ paralizado ante aquella manifestaci¨®n ostent¨®rea de sus gustos ven¨¦reos, me grit¨®:-?No has visto nunca una mujer desnuda, imb¨¦cil?
-S¨ª, mi cabo, pero en fotograf¨ªa no -se me ocurri¨® responder.
El pobre crey¨® que hab¨ªa dado con un obseso sexual y desde ese momento me trat¨® con una camarader¨ªa de la que todav¨ªa me arrepiento. Eso no me sirvi¨®, sin embargo, para ahorrarme ninguna guardia. El puesto que m¨¢s me gustaba era el de la esquina de Cibeles con el paseo de Recoletos y Alcal¨¢. Ve¨ªas pasar a la gente al otro lado de la verja y cazabas retazos de conversaciones que eran como fragmentos de existencias que yo intentaba colocar en el puzzle de la m¨ªa.
Cuando la guardia era por la noche, tu silueta se confund¨ªa con la oscuridad reinante en los jardines del ministerio, y entonces, si alguien se deten¨ªa cerca de ti, pod¨ªas escuchar hasta su respiraci¨®n. Normalmente, eran parejas que se deten¨ªan para pelear o para ponerse de acuerdo sin advertir que ten¨ªan un testigo mudo a sus espaldas. Los chaperos, que hab¨ªan aprendido a distinguirnos entre las sombras, ven¨ªan a pedirnos cigarros y nos daban conversaci¨®n mientras esperaban al cliente.
Durante el tiempo de la guardia est¨¢bamos condenados a ver, como en una postal repetida hasta la n¨¢usea, el edificio de Correos y el del Banco de Espa?a. Tem¨ª acabar odi¨¢ndolos y odiando el paseo del Prado, por el que tanto me hab¨ªa gustado pasear en mis tiempos de empleado de la Caja. "Cuando termine la mili", me juraba, "tardar¨¦ a?os en volver por aqu¨ª para olvidar estos meses humillantes". Desde esa posici¨®n tambi¨¦n se ve¨ªa el edificio de la Trasmediterr¨¢nea, hoy Casa de Am¨¦rica, a donde tantas veces, y con tanto gusto, he acudido luego.
Las peores guardias eran las de la parte de atr¨¢s del ministerio, donde el enemigo exterior se mostraba tan inactivo como en la de delante, pero en la que las condiciones atmosf¨¦ricas eran m¨¢s crueles. Hab¨ªa un puesto que llam¨¢bamos el t¨²nel del tiempo porque en invierno te dejaban all¨ª para defender a la patria siendo un chico joven, y cuando volv¨ªa el cuerpo de guardia a recogerte hab¨ªas envejecido 20 a?os. El puesto m¨¢s entretenido era el que daba a la calle de Prim, frente a la ONCE. Por las tardes se convert¨ªa en un desfile continuo de ciegos que iban a entregar la recaudaci¨®n, o los cupones sobrantes. Algunos iban en grupos, o en parejas, y hablaban tambi¨¦n delante de nosotros como si no les escuchara nadie. Est¨¢bamos condenados a ser invisibles para la sociedad civil que viv¨ªa al otro lado de la verja: en la parte de delante por una raz¨®n y en la de detr¨¢s por otra.
Odi¨¦ tambi¨¦n aquellas calles con las que me reconcili¨¦ al poco de acabar el servicio militar. Durante una ¨¦poca, incluso, me gustaba comer en Casa Gades y tomar copas en Oliver. Pero evitaba pasar por Prim o sus alrededores. Todav¨ªa lo evito: recuerdo bien c¨®mo era ese cuartel por dentro y c¨®mo eran nuestros jefes. Una noche, bajando por Almirante despu¨¦s de haber cenado con algunos amigos, me pareci¨® ver al cabo primero de los granos negociando con un chapero en la esquina del paseo de Recoletos, muy cerca del caf¨¦ Gij¨®n, y comprend¨ª que su dormitorio forrado con modelos del Playboy era un monumento al disimulo, como el Ministerio del Ej¨¦rcito en su totalidad y las jerarqu¨ªas que se agitaban en sus dependencias.
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