Silencio, se juega
Del otro lado del puente de Ventas la calle se sigue llamando de Alcal¨¢, y contribuye en buena medida a su justa fama de ser la m¨¢s larga de todas las v¨ªas de la urbe. Pero ¨¦sta es otra avenida, casi otra ciudad, sin dejar de ser tan madrile?a como la que m¨¢s, porque es la calle mayor de uno de los Madriles, una de esas part¨ªculas que se apelotonan sin orden ni concierto para formar el n¨²cleo de la ciudad.Aqu¨ª los l¨ªmites y las demarcaciones nunca estuvieron claros, hasta el punto de que hasta hace poco tiempo la acera de la derecha de esta prolongaci¨®n de Alcal¨¢ pertenec¨ªa a Madrid y la izquierda a Canillas y en algunos puntos a Vic¨¢lvaro. La toponimia de las estaciones de Metro es, en este caso, la m¨¢s adecuada, a la par que euf¨®nica, para nombrar estos parajes de "El Carmen", "Quintana" y "Pueblo Nuevo", plet¨®ricos de animaci¨®n, hervidero de vida an¨®nima y cotidiana, de actividad laboral y comercial, a todas horas, pues siempre quedan bares de guardia y vendedores ambulantes que, desmintiendo su denominaci¨®n, no se mueven de sus puestos en las aceras.
En Quintana, la calle de Alcal¨¢ se ensancha dando forma a una plaza sin ninguna relevancia arquitect¨®nica o monumental, con algunos ¨¢rboles recientes y acomplejados, algunos bancos y algunas mesas de juego en las que se ha jugado a todo menos al ajedrez, deporte para el que fueron ideadas por ingenuos ediles con ganas de culturizar al personal y ponerle a hacer c¨¢balas.
Las mesas de juego diseminadas en este rect¨¢ngulo rodeado de edificios anodinos, pero afortunadamente no muy altos, registran una notoria afluencia de p¨²blico en las tardes soleadas. Alrededor de cada una de ellas se forman apretados corrillos que roban ox¨ªgeno a los afortunados puntos de juego que han madrugado para echar su partida en loor y olor de multitud, envidiados por el c¨ªrculo de mirones, que "son de piedra y dan tabaco", como reza el c¨®digo no escrito, pero sagrado, de los juegos de naipes.
La expectaci¨®n que producen los jugadores de cartas no se debe a sus arriesgadas apuestas, como podr¨ªa malpensar a primera vista el observador casual, aqu¨ª no se juega por af¨¢n de lucro, sino de prestigio. Aqu¨ª no se juega al bacarr¨¢, ni al blackjack, ni siquiera a las siete y media. Se juega a la brisca, al tute y al julepe, o as¨ª cree percibirlo el cronista despu¨¦s de una breve y dificultosa incursi¨®n en los diferentes corrillos.
Hay partidas masculinas, femeninas y mixtas, predominando los jugadores senior sobre los alevines. A los alevines que juegan por all¨ª y que quiz¨¢s sean sus nietos, de vez en cuando se les escapa un pelotazo sobre el tinglado de los abuelos. Pero nadie protesta porque jugadores y espectadores viven apasionadamente los lances de la partida, como si estuvieran en el estadio, aunque los tapetes de juego sean cartones de embalar, el mismo material utilizado por los particulares para cubrir sus asientos por razones higi¨¦nicas.
Entre los mirones abundan las cl¨¢sicas gorras obreras y menestrales, inmortalizadas por el casticismo de zarzuela y vestigio de los tiempos de la revoluci¨®n industrial, m¨¢s o menos. La bonanza climatol¨®gica hace posible la aparici¨®n de gorras m¨¢s veraniegas y ventiladas, aunque algunos desconfiados sigan llevando la de pa?o y algunos tradicionalistas irredentos le den al naipe con la boina calada.
Juegan y miran los veteranos, ajenos al ajetreo y al bullicio, a los juegos de ni?os y a las gracias de los perros, sin m¨¢s preocupaci¨®n que la de una tormenta que insin¨²an unos truenos lejanos y unas gotas dipersas. Hay cierto revuelo, pero al final prevalece la opini¨®n de los que dicen que es una falsa alarma y preconizan tranquilidad. El tiempo decide darles la raz¨®n.
El cronista, convencido, se sienta en la terraza de una cervecer¨ªa que ofrece las mejores patatas bravas de Madrid desde 1963, afirmaci¨®n que figura en su carta y que decide comprobar in situ y con el apoyo de una jarra de cerveza.
A¨²n sin la suficiente informaci¨®n como para dar un veredicto ecu¨¢nime, el cronista ratifica la bondad del producto, avalada por a?os de experiencia. Adem¨¢s, la terraza es un mirador privilegiado y en esta plaza hay mucho que mirar, si a uno le gusta mirar a la gente.
La plaza, como toda la zona circundante de Alcal¨¢, presenta una alt¨ªsima concentraci¨®n de establecimientos comerciales: tiendas de ropa, zapater¨ªas, electrodom¨¦sticos, papeler¨ªas, farmacias, estancos, perfumer¨ªas, ferreter¨ªas, mercer¨ªas, corseter¨ªas y, por supuesto, bares, cafeter¨ªas, cervecer¨ªas, pubs, mesones, pizzer¨ªas y dem¨¢s franquicias. Al fondo de la plaza hay un escaparate en forma de pasarela donde p¨¢lidas y exang¨¹es figuras cer¨²leas exhiben trist¨ªsimos vestidos de novia abandonada. Una peleter¨ªa multiplica sus ofertas junto a las galer¨ªas comerciales del mercado. Desde la superficie pueden verse las pieles brillantes de las sardinas y los besugos de una pescader¨ªa. El mercado vuelca sobre la plaza un caudal incesante de gentes, mujeres en su mayor¨ªa, que descargan sus repletas bolsas en el pavimento y se paran a hablar en el centro de esta plaza milagrosa, donde es prodigioso que quepa tanta gente sin que nadie se estorbe, ni tropiece, ni discuta, ni grite.
Desde la terraza del Docamar se escucha el relincho mec¨¢nico del caballito electr¨®nico, o al rev¨¦s. Los ni?os m¨¢s peque?os, con andares de zombis, tiran de las manos de sus madres para llevarlas al picadero. "Lo bueno que tiene este barrio es que hay de todo", comenta una vecina cargada con una parte quiz¨¢s excesiva de ese todo. Tiendas de Todo a Cien y gente de todas las edades, sexos, razas y or¨ªgenes. No hay exageraci¨®n; en su puesto de mir¨®n y convidado de piedra, el cronista ha visto pasar, en una hora, el m¨¢s variado y multicolor muestrario humano que jam¨¢s so?¨® Babel alguna. Salvo en algunos casos, como el de los vendedores africanos de corbatas, cocodrilos y prendas deportivas, la mayor parte de los ciudadanos de clara procedencia for¨¢nea no parecen llegados antes de ayer, parecen integrados en la vida de este barrio plural, acogedor, hiperactivo y joven. El de "El Carmen", "Quintana" y "Pueblo Nuevo".
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