La puerta de la infamia
Sopor de siesta y penumbra de tarde de verano en las antesalas del juicio. Pasadas las cinco se reanuda con cierta galvana general la rueda de interrogatorios a Jos¨¦ Barrionuevo, que durante toda la ma?ana ya se prolongaron en un empantanamiento de preguntas mon¨®tonas y de contestaciones negativas. Jos¨¦ Barrionuevo empieza respondiendo al fiscal en una voz tan alta que retumba en la sala, con una oratoria tosca y denodada, que parece siempre en el filo de la irritaci¨®n, del agravio. Habla tan alto Barrionuevo que el presidente de la sala le sugiere que se aparte un poco del micr¨®fono. Tiene los hombros levantados, el torso echado hacia delante; se ve desde atr¨¢s, cuando ladea un poco la cabeza, que adelanta tambi¨¦n el labio inferior, en un gesto que subraya la obstinaci¨®n de su postura. S¨®lo apoya en el suelo las puntas de los pies: golpea de vez en cuando nerviosamente con el tal¨®n, pero esa actitud de desasosiego no llega a revelarse en la parte superior de su cuerpo, que permanece est¨¢tica, torcida a veces, cuando tiene que volverse inc¨®modamente hacia un lado para prestar atenci¨®n a quien le interroga procurando al mismo tiempo no apartar la cara de los magistrados que est¨¢n ante ¨¦l. S¨®lo a ellos les pertenece la misteriosa potestad de mirar cara a cara a los procesados.En su s¨¦ptima sesi¨®n el juicio completa por arriba el arco de las jerarqu¨ªas y de las posibles responsabilidades: en el otro extremo estaban los inspectores que obedec¨ªan ¨®rdenes y compart¨ªan casi las mismas penurias del hombre secuestrado en la caba?a; en lo m¨¢s alto, Rafael Vera y Jos¨¦ Barrionuevo, tambi¨¦n con ciertas similitudes f¨ªsicas entre s¨ª, como los dos polic¨ªas de las barbas negras y las gafas negras. Igual que Rafael Vera, Jos¨¦ Barrionuevo tiende a vestirse de azul marino, tiene la cara muy bronceada, casi quemada, el pelo gris. Los dos inspectores del otro extremo de la jerarqu¨ªa se sientan juntos en el ¨²ltimo banco de los procesados: Vera y Barrionuevo se sientan juntos en el primero. Pero hay una diferencia insalvable en sus fisonom¨ªas: Vera es todo filos y ¨¢ngulos, destreza para eludir golpes; la cara abrupta de Jos¨¦ Barrionuevo sugiere tes¨®n para aguantarlos.
En los primeros interrogatorios se hablaba de cosas tangibles, de hechos n¨ªtidos, de circunstancias muy delimitadas en el espacio y en el tiempo: el fr¨ªo en la noche del 4 de diciembre de 1983, el pijama de Marey, los itinerarios desde la frontera hasta la caba?a, la ladera embarrada por la que Jos¨¦ Amedo no quiso bajar para que no se le estropearan los zapatos. Conforme se ha ido ascendiendo en la jerarqu¨ªa todo se vuelve m¨¢s abstracto, las im¨¢genes tr¨¦mulas de lejan¨ªa y desmemoria de aquella noche de un invierno de hace quince a?os se vuelven m¨¢s borrosas, van quedando sepultadas bajo un alud de t¨¦rminos jur¨ªdicos, de esgrimas procesales y ocultas marejadas pol¨ªticas en las que se intuye de golpe el garabato amargo de alg¨²n encono personal. M¨¢s que la caba?a de las noches a oscuras, con brasas de cigarrillos y claridades de carburo, lo que va importando ahora es el despacho de alguien que no comparecer¨¢ en el juicio pero que tiene en ¨¦l una presencia abrumadora, el juez Garz¨®n, primer instigador e instructor del proceso, quien seg¨²n dice Jos¨¦ Barrionuevo obtuvo la confesi¨®n incriminadora de Juli¨¢n Sancrist¨®bal se?al¨¢ndole las dos puertas por las que pod¨ªa salir: por una se volv¨ªa a la c¨¢rcel; por la otra se iba a la libertad de la que Sancrist¨®bal llevaba privado tantos meses. "?l eligi¨® la puerta de la infamia", declara, no sin dramatismo, Jos¨¦ Barrionuevo, y adelanta la barbilla y el labio inferior, en espera de la pr¨®xima pregunta, dispuesto a repetir una nueva negativa, alzando los hombros, golpeando el tal¨®n del pie izquierdo contra el suelo, debajo de la mesa. Contiene la irritaci¨®n, pero no siempre con ¨¦xito, y el presidente adopta para pedirle que se calme un tono pastoral: "Sosi¨¦guese, se?or Barrionuevo".
Por la ma?ana le cost¨® menos sosegarse. Alg¨²n letrado se extenuaba interrog¨¢ndole con el mismo ¨¦xito que si intentara una faena de lucimiento frente a un toro de Guisando. Pero por la tarde el abogado Stampa, defensor de Juli¨¢n Sancrist¨®bal, lo someti¨® a un trance temible, queriendo enfrentarlo, con astucia y sarcasmo, con la implausibilidad de sus declaraciones y sus negativas, con los testimonios un¨¢nimes de los dem¨¢s procesados, salvo Rafael Vera. Stampa es un abogado de cara grande y pelo blanco, de cejas blancas y pobladas, con una pesada somnolencia en los p¨¢rpados, con una exageraci¨®n de fijeza en las ¨®rbitas de los ojos, con una voz rica, engolada, de mucho cuerpo, educada y modulada para resonar en los salones judiciales, una voz espl¨¦ndida para recitar tiradas de versos de teatro antiguo, para abrumar a un procesado al mismo tiempo que lo apremian los ojos fijos y saltones bajo las cejas blancas. Una tensi¨®n de acoso ha quebrado de pronto el letargo de la rutina procesal. Termina el interrogatorio de Stampa y hay en la sala el mismo rumor de alivio que si hubiera sonado la campana en un combate de boxeo.
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