Cat¨¢logo de horrores
A 50 a?os de la proclamaci¨®n de la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos por la ONU, un moj¨®n destinado a que no se repitieran las atrocidades que precedieron y marcaron la segunda gran guerra, el nuevo orden mundial deja mucho que desear. As¨ª se desprende del informe de Amnist¨ªa Internacional (AI) para 1998, ?el a?o de las promesas rotas?, en el que, sin esconder lo obvio -el avance de la democracia en los ¨²ltimos 25 a?os-, la organizaci¨®n humanitaria creada en 1961 vuelve a poner ante nuestros ojos un cat¨¢logo de horrores de dif¨ªcil digesti¨®n.Hasta 141 pa¨ªses figuran en el negro listado de los abusos sistem¨¢ticos contra los derechos humanos. En muchos de ellos, Gobiernos y grupos armados cometen ejecuciones ilegales, secuestran, torturan, hacen desaparecer a sus ciudadanos. Una vez m¨¢s se constata que ni siquiera las sociedades con tradiciones democr¨¢ticas arraigadas son inmunes a las transgresiones en este terreno por parte de algunos agentes del poder.
El rosario no deja zona indemne. Desde ?frica (matanzas generalizadas en la regi¨®n de los Grandes Lagos, Argelia o el Congo, torturas y ejecuciones en Nigeria) hasta Am¨¦rica (las extralimitaciones de fuerzas de seguridad y paramilitares en M¨¦xico, los presos del r¨¦gimen cubano, las carnicer¨ªas en Colombia), pasando por Oriente Pr¨®ximo, China o la misma Europa, donde la tortura y los malos tratos siguen a la orden del d¨ªa en 28 pa¨ªses, y donde m¨¢s de un mill¨®n de refugiados no pueden volver a la te¨®ricamente pacificada Bosnia.
La mejor ilustraci¨®n de las escaseces del nuevo orden, reflejadas en la impunidad con la que se mueven muchos de los instigadores de los m¨¢s graves delitos que describe AI, la proporciona estos d¨ªas el debate en Roma sobre la creaci¨®n de un tribunal supranacional que juzgue genocidios y cr¨ªmenes contra la humanidad. A pesar de su obvia necesidad, ya afloran serias reservas a su puesta en pie: los motivos van desde la extensi¨®n de su jurisdicci¨®n hasta los mecanismos para desencadenar su acci¨®n. Incluso algunos pa¨ªses que predican el liberalismo consideran disparatado que sus nacionales puedan ser llevados ante una corte fuera de su control.
Durante casi dos siglos, la creencia liberal en el inevitable progreso de los derechos humanos y los sistemas democr¨¢ticos ha sido m¨¢s un acto de fe que otra cosa. Sin ser ilusos, sin embargo, es un hecho que en la segunda mitad del siglo que acaba la lucha contra el colonialismo y la segregaci¨®n racial han cambiado la faz de nuestro planeta y que los derechos consagrados en la Declaraci¨®n de la ONU se han convertido en causa com¨²n para ciudadanos de muchos pa¨ªses. Ha ca¨ªdo el comunismo, han desaparecido muchas dictaduras.
Pero, como AI recuerda, para buena parte de la humanidad, los derechos bendecidos en aquel documento (econ¨®micos, pol¨ªticos, civiles, culturales) son papel mojado. En m¨¢s de un tercio de nuestro planeta, sus habitantes luchan por sobrevivir con el equivalente a un d¨®lar de renta cada d¨ªa; decenas de miles de ni?os mueren a diario por desnutrici¨®n, las mujeres carecen de toda voz y muchos hombres se consumen en c¨¢rceles indescriptibles por delitos inventados.
Espa?a no es ajena al escrutinio de Amnist¨ªa, que hace menci¨®n expresa de los 13 asesinatos de ETA en 1997, frente a los cinco del a?o anterior. Al tiempo, AI contin¨²a recibiendo informes sobre presuntos casos de tortura y malos tratos infligidos por agentes policiales, algunos de tinte claramente racista. Coincide en este ¨²ltimo extremo con el Comit¨¦ contra la Tortura de la ONU, que elogia las medidas adoptadas por el Gobierno en este terreno, pero considera que las sentencias dictadas por los tribunales contra funcionarios acusados de tortura son a veces meramente nominales.
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