Escenas invisibles
Los lugares y los tiempos de esta historia se suceden en un desorden esc¨¦nico de drama isabelino, de fogonazos sombr¨ªos en los que casi nunca falta un desgarro espa?ol de chapuza y de farsa y un vano tremendismo de ambici¨®n pol¨ªtica. Hervidero convulso de personajes y saltos en el espacio y en el tiempo: polic¨ªas, jueces, directores de peri¨®dico, esp¨ªas, hampones, v¨ªctimas amordazadas o asesinadas, figurones y extras: ayer tarde, cuando me march¨¦ del juicio, Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas invocaba la escena tremenda, reci¨¦n asesinado, en 1984, el senador socialista Enrique Casas, en la que las autoridades eclesi¨¢sticas de San Sebasti¨¢n, de tan acreditada dulzura evang¨¦lica, se niegan a conceder a su cad¨¢ver un funeral digno en el Buen Pastor. Esta ma?ana, y en el testimonio de Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra, el tiempo da un salto hacia finales de mayo de 1993, en M¨¦rida, en el mitin de clausura de la ¨²ltima campa?a electoral que ganaron los socialistas. Ambiente de excitaci¨®n y fatiga, fraternidad sudorosa de tapas y raciones en un bar: Rodr¨ªguez Ibarra examina de cerca a quien ha sido la estrella del mitin, el candidato y ex juez Baltasar Garz¨®n. Militante disciplinado y veterano, con una ruda campechan¨ªa de demagogo agrario, Rodr¨ªguez Ibarra desconf¨ªa del advenedizo, del juez fr¨ªo y distinguido, favorito inexplicable del dirigente supremo. Hablan los dos en un aparte de teatro: Garz¨®n dice estar seguro de que Felipe Gonz¨¢lez lo nombrar¨¢ ministro, y que si no lo nombra ¨¦l har¨¢ que se est¨¦ arrepintiendo toda la vida.Baltasar Garz¨®n es la presencia m¨¢s teatral de todas, porque se le nombra muchas veces y se sabe que no aparecer¨¢ en escena. Un testigo tras otro recuerdan su duelo mutuo de hostilidad con Rafael Vera, su ambici¨®n impaciente y frustrada por dirigir un ministerio, por conseguir el mando sobre las fuerzas de seguridad. En otra escena r¨¢pida y secundaria, en la universidad de verano de El Escorial, en julio de 1993, reci¨¦n elegido diputado, Jos¨¦ Luis Corcuera, entonces ministro del Interior, lo recuerda interes¨¢ndose por el indulto para Jos¨¦ Amedo y Michel Dom¨ªnguez, sugiriendo que si no se les concede ellos dir¨¢n cosas y mostrar¨¢n documentos que pueden hacer mucho da?o. Para una parte de los acusados y de los defensores, la m¨¦dula de la historia no es el suplicio tan lejano de Segundo Marey, sino el despecho fr¨ªo y melodram¨¢tico de Baltasar Garz¨®n, urdidor de una trama que tiene sus escenarios principales no en una caba?a a oscuras en mitad del invierno, ni en un puesto fronterizo desierto, ni en dependencias policiales turbias de humo y agitadas a deshoras por timbres urgentes de tel¨¦fono: seg¨²n ellos, la historia es otra, y no ocurre en 1983, sino diez a?os m¨¢s tarde, en el espacio cerrado de unos cuantos despachos de Madrid, el despacho del juez Garz¨®n, el de Pedro Jos¨¦ Ram¨ªrez, el de Francisco ?lvarez Cascos.
Cada testigo agrega una posible perspectiva y tambi¨¦n un nuevo acento: Narc¨ªs Serra, plant¨ªgrado y cegato, con una blandura torpona de oso de Walt Disney, hablaba el lunes por la tarde con un acento catal¨¢n casi par¨®dico de tan evidente, como copiado de sus imitadores; Rodr¨ªguez Ibarra usa una derivaci¨®n del acento auton¨®mico oficial de los jerifaltes pol¨ªticos y los locutores andaluces, con tes y eses finales muy aspiradas y deje populista; Jos¨¦ Luis Corcuera parece que habla acodado en el mostrador de una taberna de Bilbao, esgrimiendo una copa chata y terminante de co?ac futbol¨ªstico; el comisario Ballesteros, al que le ha quedado en la cara una insalubre palidez de s¨®tanos y archivos policiales, conserva la cantinela penosa y el ceceo del habla granadina, salpicada por alguna tentativa sin ¨¦xito de pronunciar una ese final (se pone culto en vano y dice vox populis).
Pero el acento m¨¢s ex¨®tico del d¨ªa es el de Eligio Hern¨¢ndez, ex fiscal del Estado, que irrumpe en el escenario mortecino del juicio con una cordialidad de hombre grande, de gigant¨®n cargado de paciencia,trayendo en su voz una lenta melaza de tr¨®pico canario. A Eligio Hern¨¢ndez nunca le estar¨¢ holgado el cuello de ninguna camisa ni el nudo de ninguna corbata. Desde atr¨¢s, mientras declara, se le ve una nuca maciza de picador coronada por la gran luna llena de la calva, asentada sobre unos hombros y un torso que tensan al m¨¢ximo la hechura insuficiente de la americana. Eligio Hern¨¢ndez tiene una cabeza escult¨®rica, espectacular, una cara morena de anchura precolombina y gesto gozoso de benevolencia. Entre ¨¦l y Jos¨¦ Amedo, casi su exacto contrapunto f¨ªsico, y tal vez su reverso moral, ha estado a punto de suceder una de las escenas m¨¢s intensas del juicio. El abogado de Amedo solicita que se enfrenten los dos en un careo, para saber si Hern¨¢ndez, cuando ocupaba la Fiscal¨ªa del Estado, le prometi¨® o no el indulto al subcomisario condenado a ciento ocho a?os de c¨¢rcel. Durante unos tensos minutos aguardamos la decisi¨®n del tribunal, imaginamos las dos figuras, las dos voces, los dos perfiles frente a frente. Pero, igual que en los dramas isabelinos, algunas de las escenas capitales de esta historia no llega a verlas nadie.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Pol¨ªtica nacional
- Felipe Gonz¨¢lez M¨¢rquez
- Caso Segundo Marey
- Guerra sucia
- Jos¨¦ Barrionuevo Pe?a
- Opini¨®n
- GAL
- PP
- PSOE
- Pol¨ªtica antiterrorista
- Gobierno
- Casos judiciales
- ETA
- Lucha antiterrorista
- Partidos pol¨ªticos
- Administraci¨®n Estado
- Espa?a
- Grupos terroristas
- Administraci¨®n p¨²blica
- Proceso judicial
- Pol¨ªtica
- Justicia
- Terrorismo Estado
- Terrorismo