Yeltsin proclama en la tumba de los Rom¨¢nov que toda Rusia es culpable de su muerte
El ata¨²d, adornado por ¨¢guilas bic¨¦falas doradas y coronado por una cruz, una espada y una vaina, descendi¨® a las 13.30 horas de ayer (dos horas menos en la Espa?a peninsular) hacia la tumba abierta en la capilla de Santa Catalina de la catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo. En el f¨¦retro de roble del C¨¢ucaso, de apenas 1,20 metros de largo, estaban los huesos de quien los cient¨ªficos aseguran que fue Nicol¨¢s II, el ¨²ltimo emperador de Rusia, fusilado junto a su familia por un pelot¨®n bolchevique el 17 de julio de 1918. Ayer se cumplieron exactamente 80 a?os.
, "Todos somos culpables, incluido yo mismo", asegur¨® ayer compungido el presidente ruso, Bor¨ªs Yeltsin, que se sum¨® a ¨²ltima hora a las exequias. Junto al ata¨²d de Nicol¨¢s II, se coloc¨® el de su esposa, la emperatriz Alejandra, y los de tres de las hijas de ambos: las grandes duquesas Olga, Tatiana y Anastasia. M¨¢s abajo, en el ¨²ltimo piso de la tumba, se hab¨ªan depositado antes los f¨¦retros de quienes, fieles hasta el fin, acompa?aron la noche siniestra del magnicidio a la familia Rom¨¢nov: el cocinero Iv¨¢n Jarit¨®nov, el ayudante de c¨¢mara Alex¨¦i Trupp, la doncella Ana Dem¨ªdova y el m¨¦dico Yevgueni Botkin. Es dif¨ªcil decir qu¨¦ sorprende m¨¢s: que los criados fuesen enterrados junto a los se?ores o que el arriba y abajo clasista persistiese hasta despu¨¦s de la muerte.En la tumba hay todav¨ªa sitio para otros dos ata¨²des. Si tiene raz¨®n Eduard Rossel, gobernador de la provincia de Sverdlovsk, cuya capital es Yekaterimburgo, el pr¨®ximo oto?o pueden ser recatados los restos del zar¨¦vich Alex¨¦i y de su hermana Mar¨ªa que, leyendas aparte, corrieron la misma suerte que el resto de su familia bajo las balas y las bayonetas.
La p¨¢gina con la que Rusia ajusta cuentas con su historia se cerr¨® oficialmente ayer, aunque la pol¨¦mica sobre la autenticidad de los restos, m¨¢s pol¨ªtica y religiosa que cient¨ªfica, est¨¢ lejos de haber concluido. Las campanas de la catedral doblaron, los ca?ones de la fortaleza de Pedro y Pablo dispararon 19 salvas (no fueron 21 porque Nicol¨¢s abdic¨®), siete popes y cinco di¨¢conos oficiaron un solemne funeral, con sus roncas voces contrastadas por un coro de ensue?o, y pol¨ªticos de diversas ideolog¨ªas inclinaron la cabeza con respeto. Como Alexandr L¨¦bed, el hombre al que espera suceder en el Kremlin en el a?o 2000 a Bor¨ªs Yeltsin.
El presidente supo rectificar a tiempo y decidi¨® asistir al funeral, del que se convirti¨® en protagonista. M¨¢s acosado que nunca en sus siete a?os de mandato, cuando se especula con un golpe, constitucional o no, que consiga alejarle del poder, este animal pol¨ªtico de admirable aunque decadente instinto de supervivencia aprovech¨® la ocasi¨®n para vestirse con el ropaje que m¨¢s le gusta: el del zar Bor¨ªs I.
Yeltsin pronunci¨® una alocuci¨®n en la que intent¨® colocarse por encima del mal cometido en el pasado por el procedimiento de declararse culpable, ¨¦l y todo el pa¨ªs. "Dando sepultura a los inocentes asesinados", afirm¨®, "queremos purgar los pecados de nuestros antepasados. Fueron responsables quienes cometieron esa ignominia [el fusilamiento] y quienes la justificaron durante d¨¦cadas. Todos somos culpables, incluido yo mismo". Bien puede decirlo. Culpable de intento de ocultamiento, ya que cumpli¨® sin dudar la orden del Politbur¨® comunista de convertir en un solar la casa del comandante Ipatiev en la que se acab¨® a tiro limpio con los enemigos del pueblo.
Seg¨²n Yeltsin, las consecuencias de aquella lluvia de balas, del ¨¢cido y el fuego con que se intent¨® destruir los cad¨¢veres y de su entierro vergonzante "persisten hoy d¨ªa" y "el entierro de las v¨ªctimas es un acto de justicia humana" en el que hay "un s¨ªmbolo de la unidad del pueblo, de expiaci¨®n de la culpa com¨²n".
Para el hombre que en octubre de 1993 orden¨® bombardear el Parlamento, la lecci¨®n m¨¢s amarga que cabe extraer de la ejecuci¨®n es que "todo intento de cambiar la vida por la violencia est¨¢ condenado al fracaso". Por eso, hizo un llamamiento a "concluir el siglo, que para Rusia ha sido de sangre e ilegalidad, con arrepentimiento y paz, independientemente de opiniones pol¨ªticas o pertenencia a una u otra etnia o religi¨®n".
Yeltsin, de 67 a?os y con una salud precaria, sigui¨® el funeral m¨¢s tiempo sentado que de pie y con una vela en la mano. Luego se dirigi¨® junto a su mujer, Na¨ªna, hasta la capilla de Santa Catalina, y se mantuvo en respetuoso silencio con la cabeza inclinada ante la tumba de los Rom¨¢nov durante un minuto. Aunque no se santigu¨® como lo hizo su esposa. Luego, durante un tiempo que se hizo infinito, estrech¨® la mano al pr¨ªncipe Nicol¨¢s Rom¨¢nov, el principal representante de la dinast¨ªa en las exequias.
Utilizaci¨®n pol¨ªtica aparte, los protagonistas de este duelo, como en todos, eran los parientes de los difuntos. Algunos de ellos pisaban tierra rusa por vez primera desde que se vieron forzados a un exilio azaroso. Otros, la inmensa mayor¨ªa, nacieron y vivieron en Francia, Suiza, Canad¨¢ o Estados Unidos. Aunque dicen que, ante todo y pese a todo, siguen siendo rusos. Los que viven en Espa?a, la gran duquesa Mar¨ªa Vladivirovna y el pr¨ªncipe Gueorgui, aspirante al trono, rompieron la unidad y asistieron a una ceremonia paralela cerca de Mosc¨².
Antes de que la tumba quedase cubierta, los Rom¨¢nov presentes en San Petersburgo arrojaron tierra sobre los ata¨²des. Algunos -la minor¨ªa- piensan que la monarqu¨ªa a¨²n tiene una posibilidad real de resucitar en Rusia. Otros, como Nicol¨¢s Rom¨¢nov, es una suerte de pr¨ªncipe republicano que piensa que su pa¨ªs tiene cosas m¨¢s importantes en las que pensar que buscar un nuevo zar.
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