Refutaci¨®n a Kaplan
En un ensayo provocador (1), Robert D. Kaplan, sostiene que, contrariamente a las optimistas expectativas sobre el futuro de la democracia que la muerte del marxismo en la Europa del Este hizo concebir, la humanidad se encamina, m¨¢s bien, hacia un mundo dominado por el autoritarismo, desembozado en algunos casos, y, en otros, encubierto por instituciones de apariencia civil y liberal, meros decorados, pues el poder verdadero est¨¢, o estar¨¢ pronto, en manos de corporaciones internacionales, due?as de la tecnolog¨ªa y el capital, que, gracias a su naturaleza ubicua, gozan de total impunidad para sus acciones. "Sostengo que la democracia que estamos alentando en muchas sociedades pobres del mundo es una parte integral de la transformaci¨®n hacia nuevas formas de autoritarismo; que la democracia en Estados Unidos se halla en m¨¢s peligro que nunca, debido a oscuras fuentes, y que muchos reg¨ªmenes futuros, y el nuestro en especial, pueden parecerse a las oligarqu¨ªas de las antiguas Atenas y Esparta m¨¢s que ¨¦stas al actual Gobierno de Washington".Su an¨¢lisis es particularmente negativo en lo que concierne a las posibilidades de que la democracia consiga echar ra¨ªces en el Tercer Mundo.
Todos los intentos occidentales de imponer la democracia en pa¨ªses que carecen de tradici¨®n democr¨¢tica, seg¨²n Kaplan, han resultado en fracasos terribles, a veces muy costosos, como en Camboya, donde los dos mil millones de d¨®lares invertidos por la comunidad internacional no han conseguido hacer avanzar un mil¨ªmetro la legalidad y la libertad en el antiguo reino de Angkor. Esos esfuerzos, en casos como Sud¨¢n, Argelia, Afganist¨¢n, Bosnia, Sierra Leona, Congo-Brazzaville, Mal¨ª, Rusia, Albania o Hait¨ª, han generado caos, guerras civiles, terrorismo, y la reimplantaci¨®n de tiran¨ªas que aplican la limpieza ¨¦tnica o cometen genocidios con las minor¨ªas religiosas.
El se?or Kaplan ve con parecido desd¨¦n el proceso latinoamericano de democratizaci¨®n, con las excepciones de Chile y Per¨², pa¨ªses donde, piensa, el hecho de que el primero pasara por la dictadura expl¨ªcita de Pinochet y el segundo est¨¦ pasando por la dictadura sesgada de Fujimori y las Fuerzas Armadas, garantiza a esas naciones una estabilidad que, en cambio, el supuesto Estado de derecho es incapaz de preservar en Colombia, Venezuela, Argentina o Brasil, donde, a su juicio, la debilidad de las instituciones civiles, lo desmedido de la corrupci¨®n y las astron¨®micas desigualdades pueden sublevar contra la democracia a "millones de poco instruidos y reci¨¦n urbanizados habitantes de los barrios marginales, que ven muy poco palpables beneficios en los sistemas occidentales de democracia parlamentaria".
El se?or Kaplan no pierde el tiempo en circunloquios. Dice lo que piensa con claridad y lo que piensa sobre la democracia es que ella y el Tercer Mundo son incompatibles: "La estabilidad social resulta del establecimiento de una clase media. Y no son las democracias, sino los sistemas autoritarios, incluyendo los mon¨¢rquicos, los que crean las clases medias". ?stas, cuando han alcanzado cierto nivel y cierta confianza, se rebelan contra los dictadores que generaron su prosperidad. Cita los ejemplos de la cuenca del Pac¨ªfico en Asia (su mejor exponente es el Singapur de Lee Kuan Yew), el Chile de Pinochet y, aunque no lo menciona, podr¨ªa haber citado tambi¨¦n a la Espa?a de Franco. En la actualidad, los reg¨ªmenes autoritarios que, como aqu¨¦llos, est¨¢n creando esas clases medias que un d¨ªa har¨¢n posible la democracia, son, en Asia, la China Popular del "socialismo de mercado", y en Am¨¦rica Latina, el r¨¦gimen de Fujimori -una dictadura militar con un civil como mascar¨®n de proa-, a los que percibe como modelos para el tercermundismo que quiera "forjar prosperidad a partir de la abyecta pobreza". Para el se?or Kaplan, la elecci¨®n en el Tercer Mundo no est¨¢ "entre dictadores y dem¨®cratas", sino entre "malos dictadores y algunos que son ligeramente mejores". En su opini¨®n, "Rusia est¨¢ fracasando en parte porque es una democracia y China teniendo ¨¦xito en parte porque no lo es".
Me he detenido en rese?ar estas tesis porque Robert D. Kaplan tiene el m¨¦rito de decir en voz alta lo que muchos otros piensan, pero no se atreven a decir, o lo dicen en sordina. El pesimismo del se?or Kaplan respecto al Tercer Mundo es grande; pero no lo es menos el que le inspira el primer mundo. En efecto, cuando esos pa¨ªses pobres, a los que, seg¨²n su esquema, las dictaduras eficientes habr¨¢n desarrollado y dotado de clases medias, quieran acceder a la democracia tipo occidental, ¨¦sta ser¨¢ ya s¨®lo un fantasma. La habr¨¢ suplantado un sistema (parecido a los de Atenas y Esparta) en que unas oligarqu¨ªas -las corporaciones transnacionales, operando en los cinco continentes- habr¨¢n arrebatado a los gobiernos el poder de tomar todas las decisiones trascendentes para la sociedad y el individuo, y lo ejercitar¨¢n sin dar cuenta a nadie de sus actos, ya que el poder, a las grandes corporaciones, no les viene de un mandato electoral, sino de su capacidad econ¨®mico-tecnol¨®gica. Kaplan recuerda que de las primeras cien econom¨ªas del mundo, 51 no son pa¨ªses, sino empresas. Y que las 500 compa?¨ªas m¨¢s poderosas representan ellas solas el 70% del comercio mundial.
Estas tesis son un buen punto de partida para contrastarlas con la visi¨®n liberal del estado de cosas en el mundo, ya que, de ser ciertas, con el fin del milenio estar¨ªa tambi¨¦n dando sus ¨²ltimas boqueadas esa creaci¨®n humana, la libertad, que, aunque causando abundantes trastornos, ha sido la fuente de avances extraordinarios en la ciencia, los derechos humanos, el progreso t¨¦cnico y la lucha contra el despotismo y la explotaci¨®n.
La m¨¢s peregrina de las tesis del se?or Kaplan es, desde luego, la de que s¨®lo las dictaduras crean a las clases medias y dan estabilidad a los pa¨ªses. Si as¨ª fuera, con la colecci¨®n zool¨®gica de tiranuelos, caudillos, jefes m¨¢ximos, de la historia latinoamericana, el para¨ªso de las clases medias no ser¨ªan Estados Unidos, Europa occidental, Canad¨¢, Australia y Nueva Zelanda, sino M¨¦xico, Bolivia o Paraguay. Por el contrario, un dictador como Per¨®n -para poner un solo ejemplo- se las arregl¨® para casi desaparecer a la clase media argentina, que, hasta su subida al poder, era vasta, pr¨®spera y hab¨ªa desarrollado a su pa¨ªs a un ritmo m¨¢s veloz que la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos. Cuarenta a?os de dictadura no han tra¨ªdo a Cuba prosperidad, han condenado a los cubanos a comer pasto y flores, y a las cubanas, a prostituirse a los turistas del capitalismo, para no morirse de hambre.
El se?or Kaplan puede decir que ¨¦l no habla de cualquier dictadura, s¨®lo de las eficientes, como las del Asia del Pac¨ªfico, y las de Pinochet y Fujimori. Yo le¨ª su ensayo -vaya coincidencia- precisamente cuando la supuestamente eficiente autocracia de Indonesia se desmoronaba, el general Suharto se ve¨ªa obligado a renunciar y la econom¨ªa del pa¨ªs se hac¨ªa trizas. Poco antes, las ex autocracias de Corea y Tailandia se hab¨ªan desplomado y el milagro asi¨¢tico comenzaba a hacerse humo, como en una superproducci¨®n hollywoodense de terror-ficci¨®n. Aquellas dictaduras de mercado no fueron, por lo visto, tan exitosas como ¨¦l piensa, pues han acudido de rodillas al FMI, al Banco Mundial, a Estados Unidos, Jap¨®n y Europa Occidental a que les echen una mano para no arruinarse del todo. Lo fue, desde el punto de vista econ¨®mico, la del general Pinochet, y hasta cierto punto -es decir, si la eficiencia se mide s¨®lo en t¨¦rminos de nivel de inflaci¨®n,
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de d¨¦ficit fiscal, de reservas y de crecimiento del producto bruto- la de Fujimori. Ahora bien, se trata de una eficiencia muy relativa, para no decir nula o contraproducente, cuando aquellas dictaduras eficientes son examinadas, no como lo hace el considerado se?or Kaplan, desde la c¨®moda seguridad de una sociedad abierta -Estados Unidos en este caso-, sino desde la condici¨®n de quien padece en carne propia los desafueros y cr¨ªmenes que cometen esas dictaduras capaces de torcerle el pescuezo a la inflaci¨®n. A diferencia del se?or Kaplan, los liberales no creemos que acabar con el populismo econ¨®mico constituye el menor progreso para una sociedad, si, al mismo tiempo que libera los precios, recorta el gasto y privatiza el sector p¨²blico, un gobierno hace vivir al ciudadano en la inseguridad del inminente atropello, lo priva de la libertad de prensa y de un poder judicial independiente al que pueda recurrir cuando es vejado o estafado, atropella sus derechos y permite que cualquiera sea torturado, expropiado, desaparecido o asesinado seg¨²n el capricho de la pandilla gobernante. El progreso es simult¨¢neamente econ¨®mico, pol¨ªtico y cultural, o, simplemente, no es. Por una raz¨®n moral y tambi¨¦n pr¨¢ctica: las sociedades abiertas, donde la informaci¨®n circula sin trabas y en las que impera la ley, est¨¢n mejor defendidas contra las crisis que las satrap¨ªas, como lo comprob¨® el r¨¦gimen mexicano del PRI hace algunos a?os y lo ha comprobado hace poco, en Indonesia, el general Suharto. La influencia determinante de la falta de una genuina legalidad en la crisis de los pa¨ªses autoritarios de la cuenca del Pac¨ªfico no ha sido suficientemente subrayado.
?Cu¨¢ntas dictaduras eficientes ha habido? ?Y cu¨¢ntas ineficientes, que han hundido a sus pa¨ªses a veces en un salvajismo pre-racional como en nuestros d¨ªas les ocurre a Argelia o Afganist¨¢n? La inmensa mayor¨ªa son estas ¨²ltimas; las primeras, una excepci¨®n. Es una temeridad optar por la receta de la dictadura en la esperanza de que sea eficiente, honrada y transitoria, y no lo contrario, a fin de alcanzar el desarrollo. Hay m¨¦todos menos riesgosos y crueles para alcanzarlo, pero gentes como el se?or Kaplan no quieren verlos.
No es cierto que la "cultura de la libertad" sea una tradici¨®n de largo aliento en los pa¨ªses donde florece la democracia. No lo fue en ninguna de las democracias actuales hasta que, a tropiezos y con reveses, estas sociedades optaron por esa cultura y fueron perfeccion¨¢ndola en el camino, hasta hacerla suya y alcanzar gracias a ello los niveles que tienen actualmente. La presi¨®n y la ayuda internacional pueden ser un factor de primer orden para que una sociedad adopte la cultura democr¨¢tica, como lo demuestran los ejemplos de Alemania y Jap¨®n, dos pa¨ªses con una tradici¨®n tan poco o nulamente democr¨¢tica como cualquier pa¨ªs de Am¨¦rica Latina, y que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, han pasado a formar parte de las democracias avanzadas del mundo. ?Por qu¨¦ no ser¨ªan capaces los pa¨ªses del Tercer Mundo (o Rusia) de emanciparse, como los japoneses y alemanes, de la tradici¨®n autoritaria y hacer suya la cultura de la libertad?
La globalizaci¨®n, a diferencia de las pesimistas conclusiones que de ella extrae el se?or Kaplan, abre una oportunidad de primer orden para que los pa¨ªses democr¨¢ticos del mundo -y, en especial, las democracias avanzadas de Am¨¦rica y Europa- contribuyan a expandir esa cultura que es sin¨®nimo de tolerancia, pluralismo, legalidad y libertad, a los pa¨ªses que todav¨ªa -y ya s¨¦ que son muchos- siguen esclavos de la tradici¨®n autoritaria, una tradici¨®n que ha gravitado, record¨¦moslo, sobre toda la humanidad. Ello es posible a condici¨®n de:
a) Creer claramente en la superioridad de esta cultura sobre aquellas que legitiman el fanatismo, la intolerancia, el racismo y la discriminaci¨®n religiosa, ¨¦tnica, pol¨ªtica o sexual y,
b) actuar con coherencia en las pol¨ªticas econ¨®mica y exterior orient¨¢ndolas de modo que ellas, a la vez que alienten las tendencias democr¨¢ticas en el Tercer Mundo, penalicen y discriminen sin contemplaciones a los reg¨ªmenes que, como el de China Popular en el Asia o el de la camarilla civil-militar en el Per¨², impulsan pol¨ªticas liberales en el campo econ¨®mico, pero son dictatoriales en el pol¨ªtico. Desgraciadamente, a diferencia de lo que sostiene el se?or Kaplan en su ensayo, esa discriminaci¨®n positiva a favor de la democracia, que tantos beneficios trajo a pa¨ªses como Alemania, Italia y Jap¨®n hace medio siglo, no las aplican los pa¨ªses democr¨¢ticos hoy con el resto del mundo, o las practican de una manera parcial e hip¨®crita (es el caso de Cuba, por ejemplo).
Pero tal vez ahora tengan un incentivo mayor para actuar de manera m¨¢s firme y principista en favor de la democracia en el mundo de la tiniebla autoritaria. Y la raz¨®n es, precisamente, aquella que el se?or Robert D. Kaplan menciona al profetizar, en t¨¦rminos apocal¨ªpticos, un futuro gobierno mundial no-democr¨¢tico de poderosas empresas transnacionales operando, sin frenos, en todos los rincones del globo. Esta visi¨®n catastrofista apunta a un peligro real. La desaparici¨®n de las fronteras econ¨®micas y la multiplicaci¨®n de mercados mundiales estimula las fusiones de empresas, para competir m¨¢s eficazmente. La formaci¨®n de gigantescas corporaciones no constituye, de por s¨ª, un peligro para la democracia, mientras ¨¦sta sea una realidad, es decir, mientras haya leyes justas y gobiernos fuertes (lo que no significa grandes, sino peque?os y eficaces) que las hagan cumplir. En una econom¨ªa de mercado, abierta a la competencia, una gran corporaci¨®n beneficia al consumidor porque su escala le permite reducir precios y multiplicar los servicios. No es en el tama?o de una empresa donde acecha el peligro; ¨¦ste se halla en el monopolio, que es siempre fuente de ineficacia y corrupci¨®n. Mientras haya gobiernos democr¨¢ticos que hagan respetar la ley, sienten en el banquillo de los acusados a un Bill Gates si piensan que la transgrede, mantengan mercados abiertos a la competencia y firmes pol¨ªticas antimonop¨®licas, bienvenidas sean las grandes corporaciones, que han demostrado ser la punta de lanza del progreso cient¨ªfico y tecnol¨®gico.
Ahora bien, es verdad que, con esa naturaleza camale¨®nica que la caracteriza, y que tan bien describi¨® Adam Smith, la empresa capitalista, instituci¨®n bienhechora de desarrollo y de progreso en un pa¨ªs democr¨¢tico, puede ser una fuente de vesanias y cat¨¢strofes en pa¨ªses donde no impera la ley, no hay libertad de mercados y donde todo se resuelve a trav¨¦s de la omn¨ªmoda voluntad de una camarilla o un l¨ªder. La corporaci¨®n es amoral y se adapta con facilidad a las reglas de juego del medio en el que opera. Si en muchos pa¨ªses tercermundistas el desempe?o de las transnacionales es reprobable, la responsabilidad recae en quien fija las reglas de juego de la vida econ¨®mica, social, pol¨ªtica, no en quien aplica estas reglas en procura de beneficios.
De esta realidad, el se?or Kaplan extrae esta conclusi¨®n pesimista: el futuro de la democracia es sombr¨ªo, porque en el siguiente milenio las grandes corporaciones actuar¨¢n en Estados Unidos y Europa occidental con la impunidad con que actuaban, digamos, en la Nigeria del difunto coronel Abacha.
En verdad, no hay ninguna raz¨®n hist¨®rica ni conceptual para semejante extrapolaci¨®n. La conclusi¨®n que se impone, m¨¢s bien, es la imperativa necesidad de que Nigeria y los pa¨ªses hoy sometidos a dictaduras evolucionen cuanto antes hacia la democracia, y pasen tambi¨¦n a tener una legalidad y una libertad que obligue a las corporaciones que en ellos operan a actuar dentro de las reglas de equidad y limpieza con que est¨¢n obligadas a hacerlo en las democracias avanzadas. La globalizaci¨®n econ¨®mica podr¨ªa convertirse, en efecto, en un serio peligro para el porvenir de la civilizaci¨®n -sobre todo, para la ecolog¨ªa planetaria- si no tuviera como su correlato la globalizaci¨®n de la legalidad y la libertad. Las grandes potencias tienen la obligaci¨®n de promover procesos democr¨¢ticos en el Tercer Mundo por razones de principio; pero, tambi¨¦n, porque, debido a la evaporaci¨®n de las fronteras, la ¨²nica garant¨ªa de que la vida econ¨®mica discurra dentro de los l¨ªmites de libertad y competencia que benefician a los ciudadanos, es que ella tenga, en todo el ancho mundo, los mismos incentivos, derechos y frenos que la sociedad democr¨¢tica le impone.
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