Las facciones siguen vivas, aunque en crisis
El destino de Jap¨®n se juega ma?ana, en manos de las facciones o clanes del Partido Dem¨®crata Liberal (PDL). Son ellas las que durante cuatro d¨¦cadas han sacado de sus chisteras, enfrent¨¢ndose y ali¨¢ndose, el nombre del primer ministro. Galvanizadas en torno a ancianos samur¨¢is de la pol¨ªtica, son meros grupos de poder. A diferencia de las corrientes de la difunta Democracia Cristiana italiana -inevitable referencia-, carecen de vertebraci¨®n ideol¨®gica.En el tinglado llamado Jap¨®nSA, encabezado por altos bur¨®cratas, grandes corporaciones industriales y pol¨ªticos, a ¨¦stos les toc¨® en suerte el papel de encarnar la red de mando territorial. Cuando llegaban al Gobierno, los viceministros -de carrera funcionarial- eran quienes tomaban las decisiones. Los pol¨ªticos daban la cara.
A cambio, eso s¨ª, de mimar su feudo territorial, subvencionando sin tasa y garantizando la estructura permanente de un equipo fiel, la facci¨®n. ?sta tiene cuatro funciones. Primera, distribuir el dinero, legal o negro, a los protegidos locales. Segunda, apoyar al candidato territorial antes y despu¨¦s de las campa?as, asignando los fondos presupuestarios convenientes en cada momento a sus distritos, sobre todo para obras p¨²blicas. Tercera, distribuir los cargos ministeriales de forma equitativa, seg¨²n la regla de la experiencia: el n¨²mero de veces en que cada pol¨ªtico ha sido elegido, lo que privilegia la fidelidad sobre la calidad y el riesgo. Cuarta, lograr que el l¨ªder del clan se encarame a la jefatura del Gobierno, clave de b¨®veda que alimenta el sistema.
Las facciones todav¨ªa han funcionado en esta ocasi¨®n, aunque sea a trancas y barrancas -existen cuatro organizadas y los restos de otra, moribunda-, pero, sometidas a la ley de los rendimientos decrecientes, se abocan al desguace. ?Por qu¨¦?
Porque en 1996 cambi¨® la ley electoral. Se opt¨® por la elecci¨®n mayoritaria (a la brit¨¢nica) para los distritos antes regidos por el sistema proporcional (a la espa?ola). El cambio empez¨® a primar las capacidades personales y el gancho popular de los candidatos sobre su ciega y disciplinada obediencia a las ¨®rdenes del clan, si se quer¨ªa conseguir el acta. La lealtad se debe ahora a los electores (s¨®lo uno de cada cinco vota al PDL) m¨¢s que al aparato faccional. La modificaci¨®n legal ha provocado cierta irrupci¨®n de la juventud en las listas conservadoras, que ahora exhiben alg¨²n aroma, a¨²n minoritario, de rebeld¨ªa.
Adicionalmente, el fin de la ¨¦poca de las vacas flacas ha puesto en cuesti¨®n la eficacia de nuevas obras p¨²blicas, cuando adem¨¢s el parque existente roza la saturaci¨®n. Para estimular la demanda se prefieren otras f¨®rmulas, como la reducci¨®n impositiva. Disminuye as¨ª la posibilidad de repartirse favores cruzados entre los niveles local y central del poder. Entra en barrena el intercambio feudal entre protecci¨®n y lealtad. Es el definitivo adi¨®s a la pol¨ªtica-kabuki, como ironiza el comentarista Akihisa Nagashima, empleando la met¨¢fora del teatro popular nacional.
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