El periodismo de los pobres
El historiador Luis Estepa descubre en la Biblioteca Nacional la mayor colecci¨®n de romances de ciego
La espera con que a veces castigan los bibliotecarios a la hora de servir los libros puede ser una bendici¨®n. Gracias a ella, el escritor madrile?o Luis Estepa, licenciado en Historia del Arte, se dio de bruces con un peque?o tesoro: la biblioteca de Luis Usoz, ¨²nica en el mundo en literatura heterodoxa espa?ola, seg¨²n Men¨¦ndez Pelayo. Luis Usoz y R¨ªo, uno de los mayores eruditos del siglo XIX, fue un gran defensor de los derechos humanos y luch¨® por la abolici¨®n de la esclavitud en Latinoam¨¦rica."Mientras espero los libros, me gusta revolver los ficheros. As¨ª descubr¨ª los romances que hab¨ªa atesorado Usoz y que su viuda cedi¨® en el siglo pasado a la Biblioteca Nacional", explica Estepa. La suerte y la curiosidad le pusieron en bandeja el material suficiente para sacar a la luz La colecci¨®n madrile?a de romances de ciego que perteneci¨® a Luis Usoz y R¨ªo, editado por la Biblioteca Nacional y la Comunidad de Madrid. En ¨¦l se recogen buena parte de los pliegos de cordel que han nutrido la literatura popular espa?ola.
Esas "criaturas art¨ªsticas de primer orden", como define el investigador a los pliegos de cordel, eran las hojas que vendieron durante siglos los lazarillos para ilustrar los romances que recitaban los ciegos. Eran su sustento diario y con el paso del tiempo se han incrustado en la memoria colectiva. En ellos se al¨ªan m¨²sica, poes¨ªa, grabado e interpretaci¨®n. "Escribir un poema", dice Estepa, "es m¨¢s o menos f¨¢cil, pero hacerlo con gracia para que resulte una canci¨®n ya no lo es tanto. Tampoco lo es ponerle m¨²sica ni elegir los grabados m¨¢s atractivos para el p¨²blico. El reto final era cantarlo con m¨¢s o menos salero, pues de eso iba a depender la recaudaci¨®n". Esa calderilla era el precio del espect¨¢culo callejero.
Durante cinco siglos, y gracias a esas cuartillas, el pueblo llano pudo enterarse de las nuevas que acontec¨ªan en todos los rincones del pa¨ªs. "Han sido el periodismo de los pobres. Todas las secciones actuales de cualquier peri¨®dico han tenido su r¨¦plica en esos pliegos", asegura Estepa. En muchos casos, los romances eran la actualidad hecha verso: cr¨®nica de las guerras, avatares pol¨ªticos o sucesos macabros que deleitar¨ªan a los amantes del reality show. La cr¨®nica negra contaba con unos testigos de excepci¨®n. "Durante siglos, las cofrad¨ªas de ciegos tuvieron entre sus prerrogativas escuchar en exclusiva el testimonio de los condenados a muerte. En Madrid, los miembros de la Cofrad¨ªa de la Visitaci¨®n acud¨ªan a la c¨¢rcel a escuchar el relato de los que iban a morir. Era una fuente de inspiraci¨®n inacabable", comenta el investigador.
Pese a que el romancero popular no hac¨ªa ascos a nada, siempre hab¨ªa temas recurrentes: "Es una literatura muy mis¨®gina: las mujeres, los cuernos y el cagar son los protagonistas predilectos". Una s¨¢tira fechada en el siglo pasado ratifica esta afirmaci¨®n. Su an¨®nimo autor cree conocer perfectamente a las f¨¦minas con s¨®lo averiguar su nombre. Las Vicentas son "envidiosas" y "las Isidras, cortejanas". Las madrile?as tampoco se salvan de otra s¨¢tira. "Hay cuatro clases de t¨ªas/ hoy en el d¨ªa en Madrid/ si ustedes quieren saberlo/ pronto lo voy a decir;/ las primeras son maestras,/ las segundas, comerciantas/ las terceras, cazadoras/ y las cuartas son murgantas".
Otras veces relatan situaciones con las que el p¨²blico se identifica, como la s¨¢tira sobre las relaciones entre nuera y suegra. Fue ese trasfondo cotidiano la clave del ¨¦xito de los pliegos de cordel, pese al tono mordaz que empleaban. "A la gente le gusta reconocerse en lo que le cuentan, aunque sea en tono de burla, siempre que ¨¦sta no sea sangrante. Una cosa es verse caricaturizado, otra verse insultado", advierte Estepa.
Los ciegos se convert¨ªan a veces en inspiradas celestinas que ense?aban a su audiencia a conquistar corazones. "Como la mayor¨ªa no sab¨ªa leer, escuchaba los romances de amor una y otra vez hasta memorizarlos, para luego cant¨¢rselos a su amada como si fueran suyos".
El siglo XIX fue la edad de oro de esta literatura popular. Los poetas an¨®nimos sol¨ªan ser maestros, funcionarios o saineteros apoyados por un pu?ado de impresores que hab¨ªan olfateado el negocio. Uno de ellos, Jos¨¦ Mar¨ªa Mar¨¦s, era el propietario de la imprenta de la que salieron los pliegos de Usoz. En el tri¨¢ngulo de las plazas de Sol, Tirso de Molina y La Cebada se concentraba el mercado del cordel, al estar all¨ª ubicadas la mayor¨ªa de las imprentas y almacenes de papel. Los ciegos compraban los pliegos por resmas para escenificarlos en cualquier plaza donde se pudiera formar un corrillo.
En los ¨²ltimos 30 a?os, la ciudad y los medios de comunicaci¨®n han engullido a los juglares. "En 1965 vi a un ciego cordob¨¦s en el Rastro recitando romances, y me consta que los hubo hasta una d¨¦cada despu¨¦s. Ahora es imposible. No hay espacio para que la gente haga un corro en la calle".
Han sido cinco siglos de literatura de cordel de la que se conserva una m¨ªnima parte. Pero si las obras m¨¢s a?ejas han adquirido ya cierto rango, los romances de este siglo, poblados por los h¨¦roes de la guerra civil o por figuras del deporte, tendr¨¢n que esperar. "Hoy est¨¢n infravalorados, pero no sabemos c¨®mo los juzgar¨¢n en siglos venideros. La literatura de cordel ha muerto hace s¨®lo un d¨ªa", concluye Estepa.
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