Bulbo de albarrana, canibalismo y crust¨¢ceos gallegos
Ya t¨² ves, rumiando sigo, de Santiago de Compostela a San Andr¨¦s de Teixido ("Ven ¨® santuario, cami?a cara ¨® esplendor"), aquello de que lo humano "es errar a menudo en el verano" y dejar por escrito durable huella si alguien, en vez de un coco, se come una berenjena. Y bueno, tal vez espoleado por las fibras moradas de tan sonado caso, milagro casi montuno, no fue menor portento arrancar al fortach¨®n Noro Morales de su piano de coca y cola -c¨¦lebre por su propio amo y tambi¨¦n porque en ¨¦l compuso Rafael Hern¨¢ndez inolvidables melod¨ªas- y, ?hala!, adjudicarle de corrido al pianista, a dos cuadras de Harlem, la voz confesional de Vicentico Vald¨¦s en el momento excelso de interpretar ?Qu¨¦ problema!, canci¨®n autobiogr¨¢fica de Rudy Castel con la que yo cerraba mi cr¨®nica de hace dos semanas, Pulpa lasciva, en estas mismas p¨¢ginas o parecidas.Y, por cierto, que luego se me olvida, de mucho vocalista con apetito, am¨¦n de Vicentico, se rodeaba aquel puertorrique?o rumbero. ?Se fijaron? El Boy no se cansaba de pedir con la lengua fuera (Dame un cacho) y otro, Pell¨ªn Rodr¨ªguez, de preguntar incluso por la receta: "?Ay, dime lo que lleva tu sop¨®n,/ mulatona, dime, por Dios,/ lo que lleva tu sop¨®n,/ tu sop¨®n tan sabros¨®n!". Seg¨²n Francisco As¨ªs de Icaza, era Emilia Pardo Baz¨¢n, a la hora de dar noticia de c¨®mo preparar cierto guiso, tan cortante como la brisa: "Se toma un cerdo, se le castra...". D¨¢bale a nuestro Pancho cierta risa. Pero ella, sin inmutarse, prosegu¨ªa, a su aire, con la gentil tarea.
As¨ª corre el verano que se las pela: de la sombra amarilla del mango, proyectada sobre la nieve imaginaria de Soria, al arco iris tropical de un libro, Cuerpos en bandeja (Frutas y erotismo en Cuba), que reclam¨® guarachas, pregones, mambos -interrumpidos por un responso-, y ahora anda, de peregrino, entre garbosas gaitas gallegas, poco despu¨¦s de que los Rolling Stones se zamparan en Vigo un centenar colmado de pulidos filetes de lenguado, 60 kilos de rapantes y otros tantos de merluza para celebrar el natalicio de Felipe Juan Froil¨¢n de Todos los Santos, mientras los hinchas del senil conjunto, sudorosos por Bala¨ªdos, se consolaban en parrilla ajena: "Si aqu¨ª pega como pega, en Madrid estar¨¢n cocidos".
Otro salto cualitativo. Un buen amigo del mencionado Icaza, el tambi¨¦n mexicano Alfonso Reyes, hizo parada breve, all¨¢ por 1914, en la posada de Concha Cabra, situada en la madrile?a calle de Carretas. All¨ª conoci¨® a un hu¨¦sped, estudiante de profesi¨®n, apodado Quebrantahuesos "porque cena pajaritos fritos y deja los huesos sobre la chimenea". Al autor de Ifigenia cruel le parec¨ªa que la gastronom¨ªa y la literatura eran inseparables hermanas. Y, para demostrarlo, pod¨ªa, de repente, abandonar la pensi¨®n castiza, remontarse con naturalidad letrada a dos siglos antes de Cristo, reparar en las cr¨®nicas de Fil¨®n de Bizancio y descubrir en ellas la singular receta del frangollo que, al parecer, tomaba entonces la tropa con sumo enviciamiento: "Se hierve el bulbo de la albarrana y se pica menudamente. Se lo mezcla con quinta parte de s¨¦samo y otra quinta de adormidera. Se maja al mortero, se amasa en miel, se reduce a pellas como aceitunas. Basta una a la segunda hora (8a.m.) y otro a la cuarta (4p.m.) para resistir una jornada". Pero, al margen de esas drogas marciales en pildoritas cl¨¢sicas, lo asombroso es que Alfonso Reyes, igual que a?os m¨¢s tarde Ant¨®n Reixa (las mismas iniciales), tampoco desde?ara asomarse, para hablar de cocina con propiedad, al pote algo tab¨² de lo can¨ªbal.
Volviendo por un instante a Cuerpos en bandeja, cuenta Orlando Gonz¨¢lez Esteva en su libro que, a mediados de este siglo, despu¨¦s de Cristo, la vedette cubana Blanquita Amaro, experta en los meneos de la rumba como Nin¨®n Sevilla o Tongolele, "fue atacada por un desconocido cuando abandonaba un teatro de Nicaragua". He aqu¨ª los pormenores: "La noticia alcanz¨® los peri¨®dicos: el devoto, encandilado por una actuaci¨®n de la bella artista, atraves¨® a gatas la multitud que la rodeaba y le mordi¨® rabiosamente, desesperadamente, un muslo. La v¨ªctima, a quien hemos pedido detalles sobre el suceso, tuvo que ser hospitalizada con el muslo ba?ado en sangre, mientras el agresor se daba a la fuga". Nadie ha logrado todav¨ªa saber a qu¨¦ le supo aquel bocado de artista.
En cambio, don Alfonso, estimulado a medias por la nueva est¨¦tica que el poeta Oswaldo de Andrade sonsacaba del ¨¦xtasis antrop¨®fago, cuenta que no un desconocido, sino el superfamoso pintor Diego Rivera escandaliz¨® a la prensa de la ¨¦poca al declarar que hab¨ªa probado carne humana. De hecho, cuando pintaba en los arrabales de Toledo, las madres no dejaban salir de casa a sus rapaces por temor a que aquel hombre panz¨®n fuera a chuparles la manteca. Pero ya que Rivera no dijo ni palabra de los tiernos sabores proletarios, Reyes se lanza a investigar por su cuenta. No acerca de Rivera, al que se imagina incapaz de gusto tan gorrino, sino as¨ª, en general, en plan enciclop¨¦dico. Y, acaso por tratarse de gustos y colores, extrae conclusiones harto desconcertantes.
Para los fidjianos, amantes de la rima, la carne humana sabe a avellana; para los canacas, no menos rimadores, a banana. Y luego viene, claro, el testimonio de los europeos, seres menos frutales y m¨¢s prosaicos, que, al arrimar el ascua a su sardina, la asocian a una "ins¨ªpida ternera", ajena por completo a la rubia gallega, "con un cierto resabio a cerdo". Mestizaje a la brasa. Ahora bien, los m¨¢s expertos opinan que el humano consigue su mejor sabor hacia los treinta a?os de edad y que el tipo preferible es el oc¨¦anico, dado que el europeo ("sea explorador o misionero") resulta muy salado y correoso, mientras que "el amarillo tiene tufo de aceite rancio".
Con serenidad de humanista, Alfonso Reyes recuerda que Montaigne se deleitaba al leer los sabrosos poemas de los can¨ªbales brasile?os, que el primero acab¨® traduciendo, con aut¨¦ntico gusto, al espa?ol. Y comenta tambi¨¦n las disquisiciones pitanceras de Seabrock (divulgador de la brocheta de asado humano), Peyrey (ducho en chuletas a lo can¨ªbal), Diomedes de Tracio (que alimentaba a sus caballos con carne humana) y Vidio Poli¨®n (que mimaba con id¨¦ntico pasto a las insaciables morenas de sus viveros). "Pensadores paradojos y neurast¨¦nicos" consideraba Alfonso Reyes que eran tales gastr¨®nomos de etiqueta.
Sin embargo -y, estando yo en Galicia, me estremezco-, reconoce que, a trav¨¦s del crust¨¢ceo, "todos hemos sido antrop¨®fagos de segundo grado", pues ya dec¨ªa Octave Mirabeau que las langostas, los cangrejos, rayas y rodaballos, a causa de los muchos n¨¢ufragos que engullen, son manjares la mar de apetitosos y estimados. Con lo cual, me atiborro de zamburi?as, tan cuitadas e inocentonas como nariz-albondiguilla de reci¨¦n nacido, las pobres, cuando nos las preparan en gabardina ("?Menudo sacrilegio!", tercia Cecilia), que es lo que est¨¢ de moda servirle ahora al peregrino, entre tiritas finas de patatas fritas, mientras uno se ensancha y los peri¨®dicos, por estas mismas fechas, tienden, como si nada, a lo anor¨¦xico.
Babelia
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