Morisco
DE PASADA. Los alpujarre?os han demostrado que son gente paciente para zanjar sus cuentas. Los trescientos vecinos de C¨¢?ar reclaman ahora al presidente del Gobierno, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, aprovechando que su alcalde, Manuel Mesa, milita en el mismo partido, la recompensa perpetua de 180 reales de vell¨®n al a?o que Felipe II otorg¨® al pueblo por matar al morisco depredador F¨¢rax Benf¨¢rax, el capit¨¢n negro, como lo llama el historiador Gin¨¦s P¨¦rez de Hita. Hace 115 a?os que la gente de C¨¢?ar dej¨® de percibir el premio que obtuvieron por la cabeza del guerrillero, pero cada a?o sus regidores han incluido el pu?ado de reales en las previsiones de ingresos del presupuesto municipal. Juntando los r¨¦ditos, el Estado debe unos veinte millones de pesetas. La Alpujarra es una tierra pobre. La ¨²nica riqueza indiscutible de C¨¢?ar, adem¨¢s de la generosa paciencia con sus deudores, es el cad¨¢ver de un morisco ingresado a plazo fijo en la cuenta del Estado que ha seguido rindiendo intereses, ajeno a la depreciaci¨®n de la Bolsa y a las sacudidas de la historia. S¨®lo en la Alpujarra el rastro de un capit¨¢n negro muerto hace cuatrocientos a?os puede ser un valor m¨¢s s¨®lido que los fondos de inversi¨®n. Con los ¨²ltimos 180 reales C¨¢?ar adquiri¨® el reloj de la iglesia al mec¨¢nico Canseco, de Madrid. En ?rgiva, a cinco kil¨®metros de C¨¢?ar, hace una d¨¦cada, descubrieron que no hab¨ªan pagado parte del reloj que compraron al mismo Canseco en 1880. El archivero municipal dio en Madrid con el nieto o el biznieto, un anciano demacrado, de escasas palabras, que recibi¨® las pesetas de la deuda en un sobre. Los invitados aplaudieron mucho y con leg¨ªtimo entusiasmo; hubo una cena de gala y baile. En ?rgiva no a?adieron los intereses, como han hecho en C¨¢?ar, pero saldaron la deuda en el libro de asiento correspondiente a aquel a?o. Me pregunto qu¨¦ pasar¨¢ cuando la Alpujarra reclame un trato igualitario con la Espa?a de 1998, cuando sus gentes exijan carreteras resistentes a la lluvia y puentes duraderos. Al paso que en esta parte del mundo cobran las deudas puede que ninguno vivamos cuando los pueblos del barranco del Poqueira reclamen su participaci¨®n en los beneficios actuales. Es posible que ni siquiera lo logren. Un puente, al fin y al cabo, tiene menos consistencia que el fantasma de un morisco sanguinario
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