Ponerse en remojo y quedar como nuevo
Los romanos ocuparon Hispania, cambiaron la armadura por la t¨²nica y se fueron a tomar las aguas a Caldes de Malavella, seg¨²n atestiguan sin lugar a dudas los restos arqueol¨®gicos que hay en el centro del pueblo. All¨ª est¨¢ desde hace m¨¢s de dos mil a?os la piscina en la que los patricios sumerg¨ªan sus carnes magulladas, relajaban sus articulaciones castigadas por el interminable traqueteo de los viajes en carro de una punta a otra de la V¨ªa Augusta y atemperaban sus humores maltrechos por causa de dietas tan gozosas como insanas. Todo eso cuentan en Caldes de Malavella para ilustrar la larga tradici¨®n del lugar en poner en remojo a la gente y dejarla como nueva. De hecho, Caldes siempre ha estado pensado para descansar, y el tiempo y la ciencia han subrayado esta caracter¨ªstica. Durante la segunda mitad del siglo pasado se multiplicaron los estudios sobre la influencia ben¨¦fica de los tratamientos termales, y tomar las aguas pas¨® a ser una de las formas m¨¢s habituales y extendidas de veraneo para quienes pod¨ªan permit¨ªrselo, que no eran muchos. Entre los ¨²ltimos a?os del siglo XIX y los primeros de ¨¦ste se levantaron los balnearios Vichy Catal¨¢n, Prats y Soler, establecimientos dise?ados para acoger sobre todo a burgueses de Barcelona con problemas de salud. El empaque de la arquitectura balnearia da cuenta de los posibles de quienes estrenaron aquellos edificios. A partir de los a?os veinte cundi¨® la costumbre de alquilar pisos y hotelitos amueblados. En un libro de promoci¨®n tur¨ªstica de aquella ¨¦poca se enumeran hasta una docena de propietarios que arrendaban regularmente peque?as casas en las que algunas familias de clase media pasaban el veraneo. Pep Cases, t¨¦cnico de Cultura del Ayuntamiento de Caldes, est¨¢ seguro de que es uno de los ejemplos m¨¢s antiguos de turismo organizado: "No se trataba de nada espectacular, pero 20 o 25 familias llegaron a vivir de eso, que no est¨¢ mal para la ¨¦poca". Y recuerda los nombres de Villa Catalina, Casa Perxachs, Villa Rosario y otros. Incluso Narc¨ªs Pla i Deniel, hermano del famoso cardenal, abri¨® casa -hoy geri¨¢trico- a la vera de las aguas y particip¨® en el negocio del embotellado con la marca San Narciso, en piadoso homenaje a su santo patr¨®n. Tanta influencia tuvieron en el pueblo las primeras familias de veraneantes que hay quien sostiene que la gente de Caldes utiliza un l¨¦xico diferente al de otras localidades de la comarca. "Aqu¨ª hubo un turismo de mucha categor¨ªa que impregn¨® el lenguaje", dice Pere Delemus, director del balneario Vichy Catal¨¢n, con 180 camas, confiado a la protecci¨®n de san Jos¨¦ y san Esteban, que tienen capilla propia en la que se oficia una misa todos los s¨¢bados. Luego lleg¨® la decadencia. A finales de los cincuenta y principio de los sesenta, la playa sorbi¨® toda la industria tur¨ªstica. La crisis balnearia se llev¨® por delante el establecimiento Soler, derruido en 1975, y el de Vichy Catal¨¢n estuvo a un paso de echar el cerrojo. "Si no llega a ser por el negocio del agua embotellada, el pueblo hubiese notado mucho la crisis", sentencia Casas. Pero la proliferaci¨®n de las segundas residencias y la presi¨®n que soportan los profesionales j¨®venes en una sociedad extremadamente competitiva dieron alas al termalismo. En la d¨¦cada de los setenta el pueblo se rode¨® de urbanizaciones y hoy el censo estival llega a las 15.000 personas, mientras que el resto del a?o los residentes en Caldes de Malavella son 3.500. Al mismo tiempo, la buena nueva corri¨® por los despachos: a 45 minutos en coche de Barcelona te hac¨ªan plancha y motor en un par de d¨ªas y te dejaban como nuevo. "Muchos j¨®venes que vienen alg¨²n fin de semana durante el invierno, pasan aqu¨ª cuatro o cinco d¨ªas en verano, para descansar de las vacaciones antes de volver al trabajo", dice Rafael Quintana, descendiente de una familia vinculada desde antiguo al balneario Prats, con 200 camas, del que hoy es propietario. -?Descansar de las vacaciones? -S¨ª, porque hacen unos viajes que cansan mucho y regresan con necesidad de relajarse. El ¨¦xito de la empresa no admite dudas. En julio y agosto, la ocupaci¨®n media oscila entre el 80% y el 95%; el uso de los servicios es incluso superior porque muchos veraneantes con casa propia se apuntan a tratamientos que ofrece el balneario: hidroterapia, quiromasaje, fangoterapia y combinaciones de todos ellos para vencer el estr¨¦s y recuperar el buen humor. Lo que ya no se hace en nuestros d¨ªas es pasar el mes de vacaciones al lado del manantial. Delemus describe un paisaje parecido: "Aqu¨ª la publicidad m¨¢s importante ha sido el boca-oreja. Uno se lo ha dicho a otro, y ¨¦ste a otro, y as¨ª sucesivamente. Durante la semana hay poca gente, sobre todo personas mayores, pero el fin de semana se llena de j¨®venes agotados, y en verano muchos de ellos vienen a pasar unos d¨ªas antes de volver al trabajo". Delemus acepta que tambi¨¦n ayudaron a la recuperaci¨®n de la clientela algunos programas de televisi¨®n que se emitieron desde los balnearios. Hoy resulta que algunos populares de la pantalla viajan de vez en cuando a Caldes para soltar lastre. -A m¨ª, a veces, los de Barcelona me dais pena -dice una jubilada con muy buen aspecto que toma las aguas con filosof¨ªa. -?Y eso? -Siempre de aqu¨ª para all¨¢, siempre arriba y abajo; es un poco triste. La mujer contempla la historia finisecular desde el balc¨®n de su habitaci¨®n en el balneario. A sus pies se ha desarrollado una panoplia de servicios pensados para mayores con una salud de hierro y j¨®venes profesionales con los biorritmos hechos unos zorros, afectados por oscuros males del cuerpo y del alma. Es el triunfo del reino del agua a presi¨®n, de los masajes y del manguerazo y tentetieso. En los comedores, los comensales consumen los botellines de agua mineral con el fervor de los novicios y la fe de los conversos, "aunque luego salen del hotel y se comen un brazo de gitano", reconoce Delemus no sin iron¨ªa. A la vista de la solemne gravedad de la arquitectura balnearia, pudiera pensarse que tomar las aguas es ocupaci¨®n saludable, pero aburrida. "No lo es. Si lo fuese, la juventud no vendr¨ªa, y aqu¨ª cada fin de semana es agosto. A la gente la puedes enga?ar s¨®lo una vez", asegura Delemus. "El p¨²blico es muy fiel", apostilla Ricard Espinar, que desde su puesto de recepcionista comprueba c¨®mo repiten una y otra vez los clientes.
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