La Luna, el calor y la sangre
Las estad¨ªsticas atribuyen el aumento de la criminalidad, entre otros factores, a la influencia de la Luna y a los calores excesivos. Lo primero ha tenido siempre una firme defensora en mi buena amiga, la periodista Margarita Landi, quien, a trav¨¦s de una dilatada existencia tras la informaci¨®n de todo tipo de cr¨ªmenes, sostiene el poder inductivo de nuestro sat¨¦lite sobre el comportamiento pasional del ser humano. El otro elemento desencadenante de la vesania parece producirse, precisamente, durante los ardores veraniegos. Si la Luna gobierna las mareas no resulta en absoluto descabellado que confunda y desnorte el caletre, poniendo los sesos a hervir y el talante homicida a pleno rendimiento.
Margarita ofrece, a quien pudiera interesarle, una surtida panoplia de atrocidades cometidas bajo el imperio de Selene, y all¨¢ se van con las fechor¨ªas maquinadas cuando el Sol est¨¢ en lo alto.
La cuesti¨®n admite matices contradictorios porque, de un lado, suponemos que las altas temperaturas ambientales son m¨¢s propicias a la inacci¨®n y el aplatanamiento.
?C¨®mo puede maquinarse y, m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, llevarse a cabo un sangriento delito, con 41? a la sombra? Por mucha exasperaci¨®n que se sienta, la fiebre exterior aconseja que uno se quede quieto, a la sombra si es posible.
Sin embargo, ah¨ª est¨¢n los innumerables ejemplos que ilustran y confirman esas respetables teor¨ªas. Nada nos debe sorprender, pues echando mano de conocimientos elementales de historia propia y ajena, muchas de las ¨²ltimas guerras se prepararon en pleno verano.
Al fin y al cabo, la guerra s¨®lo es un crimen inconmensurable. Las carlistas empezaron entre septiembre y octubre; ¨¦sa que, por antonomasia, llamamos los viejos "la guerra" empez¨® el 18 de julio de 1936, como se supone que todo el mundo sabe. Adolf Hitler invadi¨® Polonia en agosto de 1939, muestrario m¨¢s que suficiente para apoyar cualquier teor¨ªa estacional. Con estos sofocos ser¨ªa inhumano pedir una m¨¢s pormenorizada informaci¨®n de otros conflictos. A nivel dom¨¦stico, recordemos los famosos cr¨ªmenes de Puerto Hurraco (por cierto, pese al repel¨²s que produce ese nombre, hurraco es el nombre de un adorno que llevaban las mujeres en la cabeza) y el de los marqueses de Urquijo, que fueron plenamente caniculares.
En la ¨¦poca que vivimos se ha recrudecido el siniestro delito que tiene por v¨ªctimas a las mujeres y parece recrudecerse precisamente en estas fechas. A mi parecer, no se ha estudiado con la profundidad que requiere el fen¨®meno, que coincide con la ya instalada autonom¨ªa y libertad de nuestras compa?eras dentro de la sociedad.
Quiz¨¢ no sea un triunfo pleno, como merecen, y que en las ¨²ltimas escaramuzas de la batalla entre los sexos resulten estas v¨ªctimas el pago aplazado que supone toda conquista.
Con Luna llena o con altas temperaturas, la confrontaci¨®n radical no parece haber concluido.
Ocurre como en los antiguos conflictos, en los que, tiempo despu¨¦s de firmado el armisticio o impuesta la derrota, se prolongaban las escaramuzas entre grupos o facciones que no se hab¨ªan enterado del fin de las hostilidades.
Soy -mejor dicho, he sido, ya no est¨¢ uno para belenes- un fervoroso admirador, incluso servidor, del g¨¦nero opuesto y partidario de la galante y confortable definici¨®n de Lope de Vega: "A batallas de amor, campo de plumas", y antes de iniciar cualquier tipo de confrontaci¨®n -que en s¨ª misma es una temeridad, condenada al fracaso de antemano- estar¨ªa dispuesto a la rendici¨®n incondicional.
Las mujeres producen enorme respeto y cuando la bestialidad masculina busca una ciega salida, generalmente por causa de su incompetencia, tacto o simple torpeza, el hombre, de forma sistem¨¢tica, elige el peor de los caminos.
Aquella propuesta popular, "Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio", debe procurar una salida inteligente: de ninguna manera contra ti. No es postura blanda o entreguista, ni af¨¢n -carente hoy de sentido- de darle coba al elemento femenino, sino, pura y sencillamente, instinto de conservaci¨®n y econom¨ªa de medios para llegar a parecido resultado.
El homicida no resuelve nunca nada, claro que la v¨ªctima lo pierde todo. No est¨¢ de m¨¢s tener cuidado con la Luna y procurar no acalorarse.
No se me ocurre otra cosa.
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