Patada, diálogo y dogmaJOAN B. CULLA I CLAR?
Cinco semanas después del Encuentro de Barcelona entre el Bloque Nacionalista Galego, el Partido Nacionalista Vasco y Convergència i Unió, lo automático y estereotipado de las respuestas que ha merecido muestra que en la fisiología política estatal existen zonas hipersensibles con carácter crónico, incurable.Que, monárquico o republicano, civil o militar, conservador o izquierdista, el establishment espa?ol reacciona hoy con la misma virulencia que 75 a?os atrás ante el mero esbozo de una alianza trinacionalitaria crítica con sus concepciones unitaristas. Que, a las puertas del siglo XXI y arrogándose toda clase de modernidades, ciertos líderes de opinión inspiran sus actitudes en los tiempos del conde de Romanones y del marqués de Alhucemas. En 1923, la primera Triple Alianza vasco-gallega-catalana obtuvo de los voceros espa?olistas los epítetos de "grotesca" y "absurdo amasijo", entre otras lindezas, vituperios desorbitados al "separatismo" y a la "ingratitud" de los firmantes, en especial vascos y catalanes, y la sospecha de no ser sino una mera "plataforma electoral". En 1933-1934, el ensayo de Galeuzca soliviantó tanto a aza?istas como a gilroblistas y fue tildado de "salida de tono", "manifestación extra?a e imprudente" o "afirmación descabellada". En 1998, y sin siquiera saberlo, los actuales guardianes del templo, los Manuel Fraga, Josep Borrell, Ramón Jáuregui, etcétera, han repetido literalmente, ante la Declaración de Barcelona, el viejo repertorio de reflejos: "salida de tono", "disparate", "alegato chirriante", "patada a la Constitución"..., sin perjuicio de insinuar que ahí detrás no hay otra cosa que "fuegos de artificio para consumo electoral". Sí, seguramente tiene razón el ministro Mariano Rajoy cuando asevera que "los nacionalistas (periféricos) llevan 20 a?os diciendo lo mismo". Se le olvida a?adir, empero, que los nacionalistas (centrales) llevan por lo menos tres cuartos de siglo respondiéndoles con idéntico recetario argumental. A título personal, me confieso más bien escéptico sobre las virtualidades, a medio plazo, de la colaboración entre CiU, PNV y BNG; tal vez sea que, por deformación profesional, atribuyo una excesiva importancia a las diferencias de cultura política, de estructura socioeconómica y de modelo organizativo entre los tres países y los cuatro partidos implicados. En todo caso, el planteamiento común que formalizaron los pasados días 16 y 17 de julio me parece no sólo legítimo -como afirmaba en estas páginas Gregorio Peces-Barba, con una condescendencia pre?ada de amenazas- sino constructivo y saludable para el conjunto del sistema democrático espa?ol. Entiendo que muchas de las reacciones críticas, incluso las más razonadas, contienen dosis inquietantes de catastrofismo y de hipocresía. Catastrofismo, porque no sabría describir de otro modo el ejercicio semántico a través del cual ilustres académicos como Peces-Barba o Andrés de Blas, gentes que no necesitan recurrir a la demagogia, se han dedicado -aquí, en EL PA?S- a connotar unos documentos -la Declaración de Barcelona y sus anexos- que son una invitación al diálogo en el seno del Estado y en el terreno de la voluntad democrática; se han dedicado a connotarlos negativamente con expresiones y conceptos como "jugar con fuego", "tensar la cuerda", "crispar", "desasosiego, cansancio e irritación", "talante arrogante y excluyente", "derribo de la presente Constitución", "destrucción del actual orden constitucional", "desafío integral al orden político vigente", "declaración de beligerancia", "inoportunidad", "enfrentamiento", "crisis y situaciones de violencia y guerra"... ?Menudo fair play intelectual! En cuanto a la hipocresía, ha sido digna de ver la farisaica preocupación de quienes, contemplando a Pujol junto a Beiras y Arzalluz, fingen lamentar que Convergència i Unió haya perdido en este acuerdo tripartito no se sabe bien qué modosa virginidad moderada para arrojarse en brazos de la irresponsabilidad y del radicalismo. ?Como si dos décadas de gubernamentalismo acrisolado y de lealtad constitucional sin tacha hubieran ahorrado a CiU alguna sospecha o algún dicterio de separatismo encubierto y de antiespa?olismo contumaz! ?Y como si Arzalluz, el feroz vascongado cuyo abrazo del oso puede asfixiar a Pujol, no hubiese sido durante largo tiempo socio o aliado tanto del PSOE como del PP! De hecho, y en el terreno de los contenidos, todo cuanto el documento de Barcelona reivindica de reconocimiento de la plurinacionalidad, soberanía compartida o avances competenciales se halla desde hace a?os en las resoluciones congresuales y otros textos programáticos de Convergència y de Unió. Por último, resulta curioso que en estos tiempos de descreimiento, relativismo y tolerancia generalizados, políticos e intelectuales reaccionen ante la mera hipótesis de un cambio constitucional como si les mentaran la bicha, como si la historia de Espa?a y de los pueblos que la integran hubiera empezado en 1978, como si la Constitución vigente fuera un tótem, un fetiche, una diosa implacable, y no un marco de convivencia al servicio de la sociedad. Quizás ese absolutismo, ese fundamentalismo constitucional sea propio de un país que, en un siglo y medio, conoció 10 Constituciones y se pasó la mitad del tiempo sometido a la arbitrariedad. De cualquier modo, la sacralización de la actual Carta Magna disimula apenas una alarmante e insana falta de confianza en la capacidad de los ciudadanos y de los pueblos del Estado para reorganizar su vida en común y alcanzar nuevos consensos de acuerdo a las exigencias del próximo siglo. En vísperas del 11 de septiembre de 1923, el ideólogo galleguista Anton Villar Ponge explica así el inminente viaje de los suyos a Catalu?a para firmar la Triple Alianza: "Vamos a Barcelona buscando una tribuna desde la que se pueda hablar a Espa?a entera, rectificando por vez prístina el viejo procedimiento de ir a la Puerta del Sol por todo". En aquella ocasión, la Espa?a oficial abortó el diálogo. El mismo día 11, el gobernador civil envió a la fuerza pública a apalear a los manifestantes trinacionalistas. Cuarenta y ocho horas más tarde, el capitán general de Catalu?a precipitaba su golpe de Estado e inauguraba la dictadura poniendo en su frontis un Real Decreto para la Represión del Separatismo. Tres cuartos de siglo después, ni golpes ni represiones; sólo la clara advertencia de que el programa máximo de los nacionalistas "nunca se va a conseguir pacíficamente" (Peces-Barba), y un parecido rechazo a atender las razones del otro. Algo vamos progresando...
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