Demasiado caliente
Largos y c¨¢lidos eran los veranos a los que nos ten¨ªan acostumbrados William Faulkner. En el profundo Sur de los Estados Unidos las cosas eran m¨¢s o menos como en todas partes; como aqu¨ª, por ejemplo. De hecho, Luis Cernuda compuso un c¨¦lebre poema acerca del Sur, que no se refer¨ªa al nuestro, sino a aqu¨¦l; pero el tiempo ha acabado confundi¨¦ndolos. Un precario equilibrio entre el tedio y el ventilador pod¨ªa estallar en cualquier momento, como as¨ª ocurr¨ªa. Eran bombas que estallaban en cualquier momento, como as¨ª ocurr¨ªa. Eran bombas que estallaban hacia adentro, y pon¨ªan al desnudo toda clase de miserias humanas. Pero no dejaban de ser miserias particulares, almas hinchadas por el calor lujuriante y caballos enfebrecidos por la ira de sus due?os. Polvo, sudor y l¨¢grimas. A nadie, salvo a los novelistas, interesaban esas cosas. Hoy, en cambio, se han vuelto p¨²blicas. Lo particular se ha hecho general y viceversa. No se permite vida privada, y los que la tienen es porque carece de importancia. Quiz¨¢s por eso cada vez son m¨¢s los que se acogen a supuestas se?as de identidad colectivas, que no son sino el ruido y la furia de la tribu. Entre los trastornos de la posmodernidad, nadie hab¨ªa previsto que pudiera acontecer una cosa semejante. Los fil¨®sofos andan borrachos. Los cient¨ªficos no dan cr¨¦dito a lo que ocurre. Los pol¨ªticos ilustrados lloran por las noches. Todos estamos aterrados. S¨®lo los escritores, gente insensata, ensayan vagos dict¨¢menes. Juan Cruz se refer¨ªa en estos mismos papeles, el pasado d¨ªa 22 -m¨¢ximas temperaturas-, a un m¨²ltiple duelo entre eternidades distintas, irreconciliables. No est¨¢ mal. Cada cual con su fanatismo, su intolerancia, su insospechado amor por lo salvaje. De modo y manera que trescientos jovencitos, en un pueblo del profundo sur gaditano, se ensa?an con la autoridad, destrozan furiosamente lo p¨²blico. Y todo por su intocable derecho a meter ruido, mucho ruido. Bill Clinton, con la mollera recalentada -tambi¨¦n-, hizo una repugnante exhibici¨®n de intimidades, mientras el repulsivo fiscal Starr se empe?a en los detalles, como aquellos repugnantes confesores de nuestros colegios de curas, del profundo sur europeo, se regodeaban en las preguntas capciosas. Los talibanes quieren imponernos a todos su repulsivo fanatismo musulm¨¢n. Los integristas irlandeses revientan a veinticoho inocentes, porque s¨ª. Otros nacionalistas perif¨¦ricos se re¨²nen en Barcelona, a ver si pueden balcanizar un poco la dif¨ªcil democracia espa?ola, que estamos muy aburridos. Menos mal -siempre hay un consuelo-, que la Gran Diosa Madre del Roc¨ªo ten¨ªa pendiente un viaje entre su ermita y el pueblo. S¨®lo se les fue un poco la mano, a un cierto n¨²mero de almonte?os, con el ruido de los trabucazos y su contundente exhibici¨®n de idolatr¨ªa. Debe ser para dar ejemplo a nuestros j¨®venes, para que aprendan a organizarse en cosas trascendentales, y de muy profunda cultura andaluza. No que parece que est¨¢n zumbados de la puta cabeza, estos ni?os, con tanta droga y tanta discoteca. En fin, que yo creo que este verano se est¨¢ haciendo demasiado largo, demasiado caliente.
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