No falt¨® torer¨ªa
La corrida no fue buena, los toros brillaron por su ausencia, los toreros no estuvieron brillantes, pero a ninguno de los tres les falt¨® torer¨ªa. A ver qui¨¦n ata esa mosca por el rabo. Quiere decirse: a ver qui¨¦n desentra?a el quid de la cuesti¨®n, entre gente le¨ªda llamado tambi¨¦n intr¨ªngulis. Pues sucede en la fiesta de los toros: que la corrida no sea buena y en cambio quede a salvo el sentido torero de los artistas. Los tres lo tuvieron. Se trata de unos profesionales experimentados con muchas conchas adheridas a su bagaje, muchas frustraciones y un futuro seguramente incierto y, sin embargo, aspiran a conseguir ese triunfo que habr¨ªa de convertirlos en figuras.La corrida de San Sebasti¨¢n de los Reyes no era la propicia para alcanzar ese objetivo. Antes al contrario, la corrida de San Sebasti¨¢n de los Reyes, con los toros que soltaron, era s¨®lo para salir del paso, y eso fue lo que ocurri¨®.
Sotillo / Fundi, Rodr¨ªguez, Encabo
Toros de Sotillo Guti¨¦rrez, chicos, cornicortos, flojos -6?, inv¨¢lido total-, de poca casta.Fundi: bajonazo (aplausos y saludos); estocada atravesada que asoma y cuatro descabellos (palmas). Miguel Rodr¨ªguez: metisaca, pinchazo y estocada corta ladeada (silencio); estocada ladeada y rueda de peones (oreja). Luis Miguel Encabo: dos pinchazos bajos y estocada ca¨ªda (aplausos y saludos); estocada ca¨ªda (palmas). Plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes, 27 de agosto. 2? corrida de feria. Menos de media entrada.
Los toros apenas embest¨ªan. Los toros carec¨ªan adem¨¢s de trap¨ªo y les sobraba flojedad, lo que devaluaba cualquier tentativa de los diestros en construir faena de fundamento. Pertenec¨ªan los toros al hierro Sotillo Guti¨¦rrez, que hac¨ªa rememorar pasadas ¨¦pocas. A la joven afici¨®n le dir¨¢ poco ese nombre, mas a la veterana le trae recuerdos de procelosas tardes en la plaza de Las Ventas; tardes de lidias s¨®rdidas, embestidas broncas, toreros modestos jug¨¢ndose las femorales, alg¨²n raro triunfo fruto de heroicas bregas.
Los toros de Sotillo Guti¨¦rrez eran habituales en el coso madrile?o. Los anunciaban en alg¨²n cartel de verano, o en los de fin de temporada que se aprovechaban para limpieza de corrales. O iban de sobreros. La empresa Jard¨®n-Escanciano, que durante medio siglo regent¨® el coso, les ten¨ªa ley a los toros de Sotillo -propietario, el doctor Parache-, y de tanto favoritismo se quejaba la afici¨®n. No se trataba de nada nuevo ni ins¨®lito, desde luego. Los empresarios suelen tener predilecci¨®n por determinadas ganader¨ªas y las meten hasta en la sopa.
Los sotillos de los ya lejanos tiempos de los Jard¨®n equivalen a los alcurrucenes y los palomos de la actual ¨¦poca de los Lozano. Los sotillos que se lidiaron en San Sebasti¨¢n de los Reyes ten¨ªan poco que ver con los que recordaba la afici¨®n veterana. Aquellos resultaban correosos mientras que estos mostraban una desesperante blandura.
Aquellos tra¨ªan la emoci¨®n propia de su bronquedad; estos no suscitaban el menor inter¨¦s en ninguno de los tercios de la lidia.
A leve puyazo por toro salieron y con eso ten¨ªan bastante. Se dejaron banderillear y a la muleta llegaban apagados, con escasa fijeza en sus tardas embestidas. Mucho porfiaron los diestros para que los toros se les arrancaran y ah¨ª demostraron su buen oficio. Fundi logr¨® algunos derechazos de buena factura. Miguel Rodr¨ªguez se echaba pronto la muleta a la izquierda y templar los pases, ligarlos luego, le costaba horrores. Luis Miguel Encabo marc¨® con finura varias ver¨®nicas y en las suertes de muleta pretendi¨® imprimir su gusto art¨ªstico, con aleatorios resultados. Al sexto ni siquiera pudo hacerle faena pues el torito padec¨ªa una invalidez total.
Lo malo de los tres diestros fue que se empe?aron en banderillear y por ah¨ª no parece haberles llamado Dios. Dentro de la mediocridad generalizada, Fundi a¨²n consigui¨® cuartear eficaz; Rodr¨ªguez y Encabo ni siquiera eso, y con frecuencia prend¨ªan un solo palo, o acaso los dos acababan en el suelo.
Llovi¨® a c¨¢ntaros durante la corrida, volvi¨® tronante y copiosa la tormenta durante su celebraci¨®n, y sorprendi¨® que no dejara en el redondel ni un charco. Del drenaje de la plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes deber¨ªan tomar ejemplo los responsables de otros cosos, que en cuanto caen cuatro gotas se convierten en un barrizal. De manera que no se interrumpi¨® la lidia y los toreros la dieron impert¨¦ritos, sin justificar sus fallos en el meteoro y sin poner cara de h¨¦roes ni nada. Los toreros cabales son as¨ª. El p¨²blico, en cambio, buscaba refugio. Siempre que hay tormenta se produce en los tendidos la desbandada, como si en vez de lluvia fuera aquello un bombardeo.
Babelia
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