?Qu¨¦ Constituci¨®n, qu¨¦ nacionalismo, qu¨¦ lealtad?
Es siempre agradable un di¨¢logo intelectual abierto sobre temas de inter¨¦s general que afectan a la convivencia en Espa?a. Don Josep A. Duran Lleida contesta en EL PA?S del 19 de agosto con un art¨ªculo, Nacionalismo y lealtades al pacto de 1978, al que yo hab¨ªa escrito sobre Los nacionalistas y la Constituci¨®n. Siempre he tenido estima y respeto por el se?or Duran Lleida, aunque nos hemos conocido y tratado poco personalmente. Me resulta atractivo su sentido com¨²n y su moderaci¨®n, y creo que no tiene, en la coalici¨®n de que forma parte, la consideraci¨®n y el puesto que merece por sus m¨¦ritos. Desde 1986 ya no formo parte de la llamada clase pol¨ªtica. Me sent¨ª muy honrado desde 1977 a 1986 desempe?ando, al servicio del inter¨¦s general y desde el PSOE, diversos puestos, que han sido un halago de la fortuna. Desde 1986, aunque sigo siendo militante de base del PSOE, carezco de cualquier potestad, y s¨®lo soy un profesor cuya posible auctoritas depende solamente de su trabajo y de su esfuerzo intelectual, y de la capacidad que tenga de ser leal a la ¨¦tica de la convicci¨®n. Mi voz es s¨®lo mi voz, mis escritos s¨®lo me representan y me comprometen, pero tengo la libertad y la falta de ataduras, de compromisos pol¨ªticos que no me obligan a representar m¨¢s que el papel que yo quiero.Con estas premisas tengo que decir que no he reconocido en el art¨ªculo del se?or Duran Lleida, ni a la Constituci¨®n, ni al nacionalismo, ni al pacto, ni a la lealtad que describe, como los que se corresponden con los mismos t¨¦rminos usados por m¨ª. ?Ser¨¢ posible que estemos s¨®lo ante una disputa verbal sobre el uso de palabras? ?Ser¨¢ libre estipular a esas palabras el sentido que cada uno quiera, o existe un sentido generalmente aceptado?
Con estos abismos terminol¨®gicos y existiendo adem¨¢s, por lo que percibo, una falta de sinton¨ªa sobre el sentido de las reglas del juego, ?es posible un di¨¢logo constructivo y de buena fe? Creo que es dif¨ªcil, pero hay que intentarlo y, desde luego, con la mejor voluntad. Me temo que la falta de avance en este terreno s¨®lo generar¨¢ inseguridad.
Quiz¨¢s el primer problema es la falta de acuerdo sobre el sentido de la Constituci¨®n de 1978. Para m¨ª es una estaci¨®n de t¨¦rmino, y para el se?or Duran Lleida y para el nacionalismo que representa es s¨®lo una estaci¨®n de paso para alcanzar otras metas, como son el Estado plurinacional y confederal. Es una concepci¨®n instrumental, frente a la idea de reglas del juego finales, tal como yo las concibo. Por eso, no se puede, por un lado, presumir de lealtad a la Constituci¨®n y, por otro, lanzar contra ella la carga de profundidad del documento de trabajo de Barcelona y lo que ahora se prepara para Bilbao en estos d¨ªas de septiembre.
Es bueno dejar claro tambi¨¦n que hablar de plurinacionalidad y de confederaci¨®n, como hablan los documentos de la coalici¨®n nacionalista, no es una interpretaci¨®n abierta, ni un desarrollo de la Constituci¨®n, sino un cambio sustancial. La Espa?a plurinacional est¨¢ ya en la Constituci¨®n con la idea de la naci¨®n de naciones y de regiones. Lo que no est¨¢ es la idea de un pluralismo de naciones, en igualdad de condiciones, donde desaparece la idea de Espa?a como naci¨®n abarcadora e integradora de las restantes, y se sit¨²an al mismo nivel que Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco o Galicia, lo que, en definitiva, es aceptar la vieja idea de cierto nacionalismo de identificar a Espa?a con Castilla. Porque si Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco son Espa?a, como piensan muchos catalanes, vascos y gallegos, ?qu¨¦ se a?ade a lo ya establecido en la Constituci¨®n con esta propuesta? Si se a?ade algo, ?no es lo que yo acabo de apuntar?
El segundo problema es el sentido del pacto que desemboc¨® en la Constituci¨®n. He dicho que muchos tuvimos que dejar aspectos de nuestros programas m¨¢ximos y renunciar a reivindicaciones y a posiciones ideol¨®gicas en pos del consenso. Le puedo asegurar al se?or Duran Lleida que fue duro y dif¨ªcil, y tambi¨¦n que tuvimos que hacer concesiones para la paz y para cierre de las heridas hist¨®ricas y para una convivencia duradera. No es posible permanentemente reabrir aquel acuerdo, cuestionarlo, al tiempo que, en una dif¨ªcil pirueta, reclamarse como los m¨¢s leales. Servir a dos se?ores es una pr¨¢ctica prohibida por el Evangelio. Y sacar a colaci¨®n lo que dec¨ªa el PSOE en el Congreso de 1976 o el PCE en el Manifiesto-Programa de 1975 s¨®lo tiene una respuesta. Son posiciones preconstitucionales invalidadas por el gran acuerdo que supuso la Constituci¨®n.
No me gusta en una discusi¨®n como ¨¦sta, necesariamente ajustada al estilo period¨ªstico, donde es dif¨ªcil, si no imposible, el rigor cient¨ªfico, hacer apelaciones y usar argumentos hist¨®ricos. Me parece simplificado decir que desde 1714, siempre Catalu?a estuvo manu militari sometida a una Espa?a opresora, como tambi¨¦n es simplificador sostener que los opresores se cebaron con Catalu?a y con las nacionalidades. Sabe muy bien el ilustre interlocutor que la represi¨®n fue contra los heterodoxos, contra los disidentes pol¨ªticos, ideol¨®gicos y religiosos, y contra aquellos que, queriendo a Espa?a y teniendo una idea de Espa?a, no la vinculaban ni con la unidad de la fe ni con la pureza de la sangre. Madrid fue reprimida, no fue represora, y los madrile?os sufrimos un brutal asedio durante la Guerra Civil y una brutal represi¨®n despu¨¦s. No se trata de decir "nosotros m¨¢s", y presumir, sacar pecho, pero tampoco de dejar que corra esa especie simplista del Madrid represor durante el franquismo. Defend¨ª cientos de asuntos en el TOP, defend¨ª a muchos catalanes y vascos y defend¨ª, tambi¨¦n, a muchos madrile?os. Dejar circular esas ideas viciosas puede dar lugar a que llegue un holand¨¦s mal informado y construya una doctrina simplona y poco respetuosa con la verdad.
La Constituci¨®n no fue s¨®lo una transacci¨®n entre derechas e izquierdas, tambi¨¦n intent¨® resolver una serie de problemas que hab¨ªan hecho imposible nuestra convivencia: la forma de Estado, la cuesti¨®n religiosa y lo que se llam¨® en la Rep¨²blica la cuesti¨®n regional, y que hoy es el problema de las nacionalidades. Y la Constituci¨®n, al distinguir nacionalidades y regiones, reconoci¨® que Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco y Galicia eran naciones, y que otras partes de Espa?a, tambi¨¦n de una profunda ra¨ªz hist¨®rica, hab¨ªan volcado su ser vaci¨¢ndose de diferencias sustanciales en la construcci¨®n de la idea de Espa?a. Reconoci¨® tambi¨¦n los hechos diferenciales en lo que son lengua, cultura y Derecho propio donde exist¨ªa diferenciado del Derecho com¨²n. Lo que no reconoci¨® fue un derecho a la diferencia y a un trato preferente a las nacionalidades culturales que exist¨ªan en el interior de Espa?a. Ning¨²n elemento permite fundar esa tesis. La ¨²nica diferencia que se explica Pasa a la p¨¢gina siguiente
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por razones hist¨®ricas es la ventaja de evitar el refer¨¦ndum previo para el acceso a la autonom¨ªa de aquellas comunidades que ten¨ªan, m¨¢s o menos avanzado, un Estatuto de Autonom¨ªa en la Rep¨²blica, y lo hace, para que quede claro su limitado sentido temporal, en una disposici¨®n transitoria. No era in¨²til distinguir entre nacionalidades y regiones para describir una realidad, pero intentar deducir de ah¨ª un resto de soberan¨ªa que permita un trato diferenciado en cuanto a competencia o r¨¦gimen institucional es un abuso y una aplicaci¨®n mim¨¦tica del viejo y superado principio de las nacionalidades, sobre el derecho a la independencia de las naciones.
La historia de Espa?a es una vieja historia com¨²n donde la represi¨®n ha alcanzado a muchos y no s¨®lo a Catalu?a por su identidad nacional. Tambi¨¦n todos, y Catalu?a tambi¨¦n, han obtenido beneficios de este proyecto de vida en com¨²n. Muchos catalanes se sienten muy catalanes y muy espa?oles al tiempo, y el gran Maragall, el poeta inolvidable, expresaba a Espa?a los deseos de un hijo que hablaba a la madre en lengua no castellana. Todos hemos podido cometer errores. La LOAPA fue, ciertamente, uno de ellos. Recuerdo que dimit¨ª como portavoz del grupo socialista porque siempre estuve en contra de aquella ley. Era claramente inconstitucional y reconozco que mi ego de jurista se fortaleci¨® cuando el Tribunal Constitucional argument¨® su fallo con tesis que yo hab¨ªa expuesto en mi grupo. Pero lo cierto es que las garant¨ªas del sistema funcionaron y que el Tribunal Constitucional cumpli¨® con su obligaci¨®n. S¨®lo olvid¨¢ndose de sentencias como ¨¦sta y de otras muchas se pueden lanzar prop¨®sitos injustos como los del portavoz del PNV, se?or Egibar, de que el Tribunal est¨¢ politizado. Es otra forma m¨¢s de deslegitimar al sistema, apreciando s¨®lo aquellas sentencias que dan la raz¨®n. Conociendo su talante, creo que el se?or Duran Lleida compartir¨¢ conmigo que todos los que tienen esos puntos de vista, tambi¨¦n en mi partido, no prestigian su tarea, ni favorecen la imagen p¨²blica de la acci¨®n pol¨ªtica.
La lealtad a la Constituci¨®n pasa por no forzar sus reglas ni hacer interpretaciones imposibles, por ser en realidad rupturas de aquel consenso. Y, sobre todo, hay que respetar el principio de las mayor¨ªas y el t¨ªtuloX sobre la reforma de la Constituci¨®n. ?se es el ¨²nico camino. Los dem¨¢s no traer¨¢n nada bueno. Usted es nacionalista y yo soy socialista, y ambos debemos, en relaci¨®n con la Rep¨²blica, entonar un mea culpa. El Estat Catal¨¤ y la revoluci¨®n de octubre de 1934 fueron, y hay que reconocerlo, dos formas de violar el principio de las mayor¨ªas. Tambi¨¦n lo fue el 18 de Julio, y su ¨¦xito nos introdujo en los a?os m¨¢s siniestros de nuestra historia moderna. Siempre me he preguntado si no contribuimos algo, unos y otros, al romper en aquellas ocasiones el principio de las mayor¨ªas. Seguramente nuestros mayores encontraron buenas razones para hacerlo, pero no midieron las consecuencias, ni pensaron que la regla de las mayor¨ªas era una moralidad de fondo que no se pod¨ªa instrumentalizar. ?Vamos a volver a empezar?
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