Ruanda en su laberinto
El r¨¦gimen tutsi se ve incapaz de controlar una rebeli¨®n que se acerca a la capital
Los antiguos platanares y bosques de eucaliptos que poblaban y perfumaban las colinas entre Ruhengeri y Gisenyi, al noroeste de Ruanda, no son m¨¢s que sombras del pasado. Es como si un cicl¨®n seguido de un incendio hubiera arrancado de cuajo cada ¨¢rbol, quemado los rastrojos y removido la tierra con una furia perfectamente humana. Y eso es lo que ha ocurrido. Desesperado por su incapacidad para poner coto a una guerrilla hutu que lleva su osad¨ªa a atacar incluso en el distrito Kigali rural, en torno a la capital del pa¨ªs, el Ej¨¦rcito decidi¨® acabar con la vegetaci¨®n que serv¨ªa de escondrijo a los rebeldes que cruzan desde la vecina Rep¨²blica Democr¨¢tica de Congo (RDC, Zaire) para asaltar c¨¢rceles, liberar a los que esperan juicio por el genocidio de 1994, liquidar a testigos y supervivientes de las matanzas y sembrar el terror. El Ej¨¦rcito, a su vez, organiza implacables operaciones de castigo que se convierten en exterminio de inocentes y combustible para un terror sin fin.De nada ha servido que las partidas econ¨®micas para defensa de este peque?o (27.000 kil¨®metros cuadrados, 8 millones de habitantes) y aparentemente dulc¨ªsimo pa¨ªs hayan escalado hasta m¨¢s del 20% de un presupuesto nacional con gigantescas carencias sanitarias y educativas. De nada ha servido su audaz pol¨ªtica internacional interviniendo abiertamente en los asuntos del gigantesco vecino congole?o: los campos de refugiados fueron levantados, la mayor¨ªa volvi¨® a casa, Mobutu cay¨®, Kabila le sustituy¨®, decenas de miles de radicales hutus y sus familias fueron exterminadas. Pero el goteo de muerte, las infiltraciones fronterizas y las operaciones en las que participan hasta miles de rebeldes hutus se multiplican. Amnist¨ªa Internacional ha vuelto a lanzar una voz que se ahoga en las colinas: el n¨²mero de desaparecidos crece de forma exponencial. Amnist¨ªa acusa tanto a las tropas gubernamentales como a los rebeldes, ya que ambos "matan deliberadamente a miles de civiles desarmados". Las cr¨ªticas que lanz¨® recientemente en Kigali la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Mary Robinson, no hicieron sino redoblar las dificultades que su personal ten¨ªa sobre el terreno para investigar el reguero de denuncias. Conclusi¨®n: la misi¨®n est¨¢ pr¨¢cticamente cerrada.
Las incursiones de los rebeldes se producen a primeras horas de la ma?ana y al atardecer. La carretera hacia el noroeste (Kigali-Ruhengeri-Gisenyi), hacia la turbulenta frontera con la RDC, es el eje de la acci¨®n guerrillera que tiene en jaque al eficiente ej¨¦rcito de Paul Kagame, el verdadero hombre fuerte ruand¨¦s. Es temprano y las calles de Kigali, que ha conocido "un ins¨®lito crecimiento en el ¨²ltimo a?o: nuevas construcciones, comercios, farolas y sem¨¢foros", comenta la boticaria palentina Concha Fern¨¢ndez, de M¨¦dicus Mundi, ya est¨¢n pobladas por una muchedumbre que en toda ?frica se pone en marcha en cuanto el primer gallo rompe las ¨²ltimas fibras de oscuridad. Un ¨¢guila sobrevuela el afanoso mercado de Nyabokoko, a las puertas de Kigali. Por si la apariencia de normalidad no hubiera quedado quebrada en pleno centro (ante cada hotel no hay polic¨ªas, sino soldados), en todas las carreteras que entran en Kigali, militares con armas ligeras y detectores de metales cachean y piden los papeles a todo el que quiere entrar o salir y registran de arriba abajo cada veh¨ªculo.
Las carreteras son equiparables a muchas comarcales espa?olas. Ruanda es un huerto primorosamente cultivado, campos de patata dulce, mandioca, caf¨¦ o t¨¦, ejemplo de una laboriosidad incansable. Y colinas y m¨¢s colinas cultivadas hasta el ¨²ltimo rinc¨®n. Algunas laderas est¨¢n tan inclinadas que parece imposible que alguien que adem¨¢s de agricultor no sea monta?ero pueda trabajarlas. Y cada tanto, patrullas, convoyes de camiones cargados de unidades armadas hasta los dientes, puestos de vigilancia, controles: un matatu (furgoneta) espera al otro lado de la calzada mientras sus pasajeros desfilan de uno en uno ante el displicente oficial sentado.
En la prefectura de Ruhengeri, donde M¨¦dicus Mundi se ha visto obligado a abandonar, por motivos de seguridad, el hospital de Nyemba, "dos veces saqueado y que sigue funcionando a duras penas", dice el m¨¦dico Mariano Rib¨®n, la presencia militar est¨¢ extra?amente ausente durante varios kil¨®metros para reaparecer nutrida, y con tanquetas artilladas, en el caso urbano. Aqu¨ª es donde los rebeldes controlan mejor el territorio, hasta el punto de que en algunas comunidades, comentan fuentes humanitarias, han impuesto a sus propios burgomaestres y durante la noche dictan su ley.
A escasos kil¨®metros del per¨ªmetro urbano de Ruhengeri, un grupo de casas de adobe de excelente factura, con relucientes tejadillos de hojalata, aparecen vac¨ªas, como si nunca hubieran sido habitadas. Y as¨ª es. "Fueron construidas para los retornados de Zaire, pero tienen miedo del Ej¨¦rcito y de los rebeldes. Est¨¢n demasiado aisladas", dice un paisano. Epifen¨®menos del miedo. En comunidades del este y norte del pa¨ªs, donde la guerrilla est¨¢ crecida, los campesinos pasan muchas noches fuera de sus casas y duermen en los platanares por temor a las incursiones nocturnas. "Por la ma?ana se recogen los cad¨¢veres de los que han tenido mala suerte, pero nadie se atreve a acusar a nadie", dice un expatriado que participa de esa cautela que se ha extendido por la piel de Ruanda como una segunda naturaleza.
Poco despu¨¦s de Ruhengeri brotan las lomas y las colinas devastadas, el paisaje transformado de forma radical por la acci¨®n humana: bosques ausentes, tierra removida, fabricantes de carb¨®n vegetal, humo acre de la paz ruandesa que no llega nunca. La humedad de los campos cultivados en plena estaci¨®n de las lluvias impregna el aire. Ser¨ªa un pa¨ªs dulc¨ªsimo si no fuera por el odio. Una planta aclimatada a Ruanda, un pa¨ªs encerrado en su propio laberinto ¨¦tnico: hutus (85%) y tutsis (14%) no tienen m¨¢s remedio que convivir. Pero tras el genocidio de 1994, colof¨®n brutal de otros genocidios, y las operaciones en marcha de la guerrilla y del Ej¨¦rcito, nada parece indicar que la espiral de muerte vaya de momento a detenerse. Ruanda parece encerrada en su propio laberinto.
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