Peg¨® el petardo
Fracas¨® Joselito con los seis toros; quiere decirse: que peg¨® el petardo. Y lo peor no es que fuese incapaz de hacer una sola faena, de dar un solo pase digno, de lucirse en los quites, de bregar con maestr¨ªa, sino la vulgaridad que demostr¨® a lo largo de toda la corrida. Una vulgaridad aplastante e insoportable. Una vulgaridad que la afici¨®n sevillana aguant¨® primero con paciencia y luego ya ni la aguant¨® ni nada. Muchos espectadores, para el quinto toro, ya hab¨ªan abandonado la plaza.Es lo peor que le puede ocurrir a un torero: que no suscite inter¨¦s, que aburra. Entraba a quites, es cierto, pero no le sal¨ªan. O le sal¨ªan al modo que tiene ahora este torero -y muchos- consistente en hacer como quien hace; en dar aliviado el lance, en rectificar terrenos y disimular despu¨¦s el c¨²mulo de carencias y defectos de la suerte adoptando aires de solemnidad.
Varias / Joselito
Toros de las siguientes ganader¨ªas: 1?. Juan Pedro Domecq, descoordinado, devuelto; sobrero, mismo hierro, presentable, bravo y noble; 2?. Joaqu¨ªn N¨²?ez, anovillado, encastado; 3?. Garcigrande, escaso trap¨ªo, bravo y noble; 4?. Torre¨®n, escaso trap¨ªo, inv¨¢lido; 5?. Torrealta, regord¨ªo, borrego, y 6?. Zalduendo, anovillado impresentable, inv¨¢lido. Joselito, ¨²nico espada: estocada baja (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones que ahonda el estoque y tres descabellos (silencio); pinchazo y estocada (algunos pitos); dos pinchazos y estocada (silencio); estocada baja (palmas y algunos pitos); bajonazo (protestas); fue despedido con fuertes protestas y lanzamiento de almohadillas.Plaza de la Maestranza, 26 de septiembre. 1? corrida de feria. Cerca del lleno
Lo mismo ocurri¨® con la muleta: toreaba fuera de cacho, con el pico, quit¨¢ndose presto en cuanto remataba el muletazo. Y, adem¨¢s, rara vez llevaba al toro embebido y dominado pues los pases eran distantes, destemplados, aprovechando los viajes.
Eso, cuando lo toros ten¨ªan ese temperamento borreguil que se lleva pues si sacaban casta, le desbordaban en todos los frentes. Hubo casos muy significativos: la faena al de Garcigrande, que embest¨ªa enterizo, dur¨® 45 segundos; la faena al siguiente, un borrego tullido de El Torre¨®n,ocho minutos.
Y no es que se lo pusiera dif¨ªcil Joselito: ¨¦l mismo o sus representantes hab¨ªan elegido los toros, por supuesto a su medida, y bien se vio que ten¨ªan un concepto muy precario de esa medida: de poco cuajo todos, varios anovillados, alguno impresentable, con un trap¨ªo inconcebible para una plaza de primera, menos a¨²n si esa plaza es la famosa Maestranza de Sevilla. Y dieron juego; lo que son las cosas.
Al primero, un estupendo sobrero de Juan Pedro Domecq, le ensay¨® tandas de derechazos al modo unipase y otras de naturales destemplados. En el de Joaqu¨ªn N¨²?ez repiti¨® la sesi¨®n, con algunos pasajes que pit¨® el p¨²blico, advertido de las excelencias del toro. Al de Garcigrande (ese fue el que le dur¨® 45 segundos) le intent¨® un derechazo -exactamente: uno-, y al verse desbordado y comprometido, tom¨® raudo la espada. Al inv¨¢lido de El Torre¨®n le peg¨® m¨¢s naturales y derechazos sin templanza ni ajuste, entre costaladas del toro. Sentado en el estribo inici¨® la faena al de Torrealta y el joselitismo militante -una mayor¨ªa llegado en el Ave para la ocasi¨®n-, le aclam¨®. Y rompi¨® a tocar la banda. Pero en cuanto Joselito emprendi¨® los derechazos, par¨® en seco. Y parte del p¨²blico, ya bastante amostazado de suyo, silb¨® la espantosa vulgaridad de la faena. El de Zalduendo, una especie de novillejo sin presencia ni aliento, se lo brind¨® a un paisano al que invit¨® a salir al ruedo. Joselito hizo el brindis de costado, sin mirarle a la cara, con imperceptible movimiento de labios y soltando las palabras por una comisura. Parec¨ªa que le estaba vendiendo una papelina. La faena que sigui¨® dur¨® lo que una desabrida tanda de derechazos y entr¨® a matar. Y vinieron las protestas, que el p¨²blico hab¨ªa estado conteniendo ante semejante petardo. Y cayeron almohadillas. Y Joselito, de albo y plata vestido, abandon¨® la plaza con gesto adusto. Y la afici¨®n se march¨® moh¨ªna intentando entender por qu¨¦ a cualquier aburrido pegapases se empe?an en llamarle maestro.
Babelia
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