El vag¨®n celular
Ya existen en un pa¨ªs escandinavo: vagones reservados a los no-telefoneadores. Fuera de ellos, la mayor¨ªa puede entregarse ilimitadamente a la comunicaci¨®n sin hilos, mientras el tren circula hacia su destino a casi doscientas por minuto. Asumo que escribir un art¨ªculo m¨¢s contra el tel¨¦fono m¨®vil es una pasada de rosca. Pas¨® el tiempo en que el artilugio resultaba chic o propio de los ejecutivos con samsonite, y la cr¨ªtica que un d¨ªa pudo parecer a los columnistas de buena voluntad mera higiene social, hoy es un esnobismo, pr¨¢cticamente un acto de desobediencia civil: No s¨®lo todo el mundo lo usa, sino que nuestros mejores amigos lo tienen. Por eso evitar¨¦ plantearme esta columna como un alegato antitecnol¨®gico (soy de los que poseen fax y microondas, aunque no en el mismo aparato). Lo que propongo es una lectura art¨ªstica del fen¨®meno del telefonino, que as¨ª llaman graciosamente en Italia al invento.Italia: el pa¨ªs con m¨¢s telefonini per c¨¢pita. Eso ha de querer decir algo, pues no en vano Italia lleva cinco siglos siendo la adelantada del dise?o del universo (tambi¨¦n de la pol¨ªtica; cuando en Espa?a a¨²n ni so?¨¢bamos con ello, Italia produjo los primeros socialistas mangantes, los primeros jueces-estrella, el primer berlusconi). A lo que iba. Esto no hay quien lo pare. Pero una de las misiones del intelectual fracasado en la prevenci¨®n de los males del mundo es la pataleta, mejor o peor disfrazada de an¨¢lisis est¨¦tico. Ah¨ª voy yo.
Otra asunci¨®n: No soy un nihilista de las ondas magn¨¦ticas. En ciertas profesiones hay m¨®viles justificados: los cirujanos de trasplantes de ¨®rganos, los ministros de Interior y hasta del Exterior, los fontaneros est¨¢ claro que los necesitan. Sus cosas urgen. Pero que crean necesitarlo los hombres y mujeres de negocios es un grave s¨ªntoma de la p¨¦rdida de los m¨¢s nobles valores aristocr¨¢ticos. ?Recuerdan a¨²n ustedes cuando llamaban a las oficinas de los importantes y ¨¦stos no se pod¨ªan poner? "Est¨¢ reunido". Frase odiosa que el tiempo ha convertido en deliciosa, por desusada. "Estoy a punto de coger el puente a¨¦reo. Te llamo al llegar a Barcelona", dicen hoy aquellos que anta?o no paraban de reunirse entre s¨ª. Frente a la barrera infranqueable de la secretaria hoy s¨®lo hay que vencer la falta moment¨¢nea de cobertura. Qu¨¦ nostalgia. Claro que las altas finanzas y los altos cargos no son lo que eran, y a ver qui¨¦n es el guapo que hoy est¨¢ reunido cuando le avisan de un nuevo tipo de inter¨¦s o un nombramiento.
Tampoco hay que echar en saco roto el peso simb¨®lico del telefonino, en una ¨¦poca que asiste a la p¨¦rdida de tantos asideros. ?Qu¨¦ va a llevar en la mano el que ha dejado de fumar, el que sale del coche sin el mamotreto de su radiocasete, ahora que los coches traen equipos min¨²sculos? Es bueno que el hombre tenga sus dedos casi siempre ocupados; una mano y un tiempo libre hacen hasta del m¨¢s devoto pilarista un onanista.
La semana pasada, mientras yo trataba de leer en un vag¨®n de no fumadores (?s¨®lo!) Una lechuga interesante, un cuento de ?lvaro del Amo, que me estaba gustando mucho, la se?ora que iba en el asiento de atr¨¢s cont¨® cuatro veces, sin variantes y con la voz alta de las peores coberturas, la raz¨®n de su viaje a Madrid: la muerte repentina de un cu?ado. Al salir de mi talgo con el libro, Incandescencia se llama, sin acabar, una bombilla se me encendi¨® en la cabeza. El telefonino es el nuevo tel¨¦fono de la esperanza, y no desplazar¨¢ pronto al televisor en el ranking de electrodom¨¦sticos distractivos (estos dos, al contrario que mi fax y mi microondas, s¨ª pueden combinarse interactivamente). El libro, la pel¨ªcula, la m¨²sica de un disco: as¨ª se mataba la soledad no hace tanto tiempo. El tel¨¦fono m¨®vil es el gran enemigo de la ficci¨®n, no s¨®lo porque fomente el grito, la groser¨ªa p¨²blica, el desprecio a la intimidad de quien est¨¢ al lado, el cotilleo radiado a todas horas. Re?ida por su naturaleza de ociosidad diferida, pasiva, con la imaginaci¨®n, la sorpresa y el presentimiento que est¨¢ en la base de la comunicaci¨®n inteligente, la telefon¨ªa marcar¨¢, en su extensi¨®n imparable, el final de aquello que m¨¢s activamente une a los seres humanos, la telepat¨ªa.
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