El "nasciturus"
El Congreso de los Diputados, en Espa?a, ha rechazado por un voto una ampliaci¨®n de la ley del aborto que hubiera a?adido, a las tres causales ya legitimadas para la interrupci¨®n del embarazo (violaci¨®n, malformaci¨®n del feto o peligro para la salud de la madre) un cuarto supuesto, social o psicol¨®gico, semejante al que, con excepci¨®n de Irlanda y Portugal, admiten todos los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea, cuyas legislaciones, con variantes m¨ªnimas, permiten el aborto voluntario dentro de los tres primeros meses de gestaci¨®n. El resultado de la votaci¨®n fue una gran victoria de la Iglesia Cat¨®lica, que se moviliz¨® en todos los frentes para impedir la aprobaci¨®n de esta ley. Hubo un tremebundo documento de la Conferencia Episcopal titulado Licencia a¨²n m¨¢s amplia para matar a los hijos que fue le¨ªdo por veinte mil p¨¢rrocos durante la misa, rogativas, procesiones, m¨ªtines y lluvia de cartas y llamadas a los parlamentarios (campa?a que result¨® eficaz, pues cuatro de ellos, cediendo a la presi¨®n, cambiaron su voto). Muchos intelectuales cat¨®licos, encabezados por Juli¨¢n Mar¨ªas -para quien la aceptaci¨®n social del aborto es una de las peores tragedias de este siglo-, intervinieron en el debate, reiterando la tesis vaticana seg¨²n la cual el aborto es un crimen perpetrado contra un ser indefenso, y, por lo mismo, una salvajada intolerable no s¨®lo desde el punto de vista de la fe, tambi¨¦n de la moral, la civilizaci¨®n y los derechos humanos. Est¨¢ dentro de los usos de la democracia que los ciudadanos se alisten en acciones c¨ªvicas en defensa de sus convicciones, y es natural que los cat¨®licos espa?oles lo hayan hecho con tanta beligerancia, en un tema que afecta sus creencias de manera tan ¨ªntima. En cambio, quienes estaban a favor del cuarto supuesto -en teor¨ªa, la mitad de la ciudadan¨ªa- permanecieron callados o se manifestaron con extraordinaria timidez en el debate, trasluciendo de este modo una inconsciente incomodidad. Tambi¨¦n es natural que sea as¨ª. Ocurre que el aborto no es una acci¨®n que entusiasme ni satisfaga a nadie, empezando por las mujeres que se ven obligadas a recurrir a ¨¦l. Para ellas, y para todos quienes creemos que su despenalizaci¨®n es justa, y que han hecho bien las democracias occidentales -del Reino Unido a Italia, de Francia a Suecia, de Alemania a Holanda, de Estados Unidos a Suiza- en reconocerlo as¨ª, se trata de un recurso extremo e ingrato, al que hay que resignarse como a un mal menor.La falacia mayor de los argumentos antiabortistas, es que se esgrimen como si el aborto no existiera y s¨®lo fuera a existir a partir del momento en que la ley lo apruebe. Confunden despenalizaci¨®n con incitaci¨®n o promoci¨®n del aborto y, por eso, lucen esa excelente buena conciencia de "defensores del derecho a la vida". La realidad, sin embargo, es que el aborto existe desde tiempos inmemoriales, tanto en los pa¨ªses que lo admiten como en los que lo proh¨ªben, y que va a seguir practic¨¢ndose de todas maneras, con total prescindencia de que la ley lo tolere o no. Despenalizar el aborto significa, simplemente, permitir que las mujeres que no pueden o no quieren dar a luz, puedan interrumpir su embarazo dentro de ciertas condiciones elementales de seguridad y seg¨²n ciertos requisitos, o lo hagan, como ocurre en todos los pa¨ªses del mundo que penalizan el aborto, de manera informal, precaria, riesgosa para su salud y, adem¨¢s, puedan ser incriminadas por ello.
Significa, tambi¨¦n, reducir la discriminaci¨®n que, de hecho, existe en este dominio. Donde est¨¢ prohibido el aborto, la prohibici¨®n s¨®lo tiene alg¨²n efecto en las mujeres pobres. Las otras, lo tienen a su alcance cuantas veces lo requieran, pagando las cl¨ªnicas y los m¨¦dicos privados que lo practican con la discreci¨®n debida, o viajando al extranjero. Las mujeres de escasos recursos, en cambio, se ven obligadas a recurrir a las aborteras y curanderos clandestinos, que las explotan, malogran, y a veces las matan.
Es absolutamente ocioso discutir sobre si el nasciturus, el embri¨®n de pocas semanas, debe ser considerado un ser humano -dotado de un alma, seg¨²n los creyentes- o s¨®lo un proyecto de vida, porque no hay modo alguno de zanjar objetivamente la cuesti¨®n. Esto no es algo que puede determinar la ciencia; o, mejor dicho, los cient¨ªficos s¨®lo pueden pronunciarse en un sentido o en otro no en nombre de su ciencia, sino de sus creencias y principios, igual que los legos. Desde luego que es respetabil¨ªsima la convicci¨®n de quienes sostienen, guiados por su fe, que el nasciturus es ya un ser humano imbuido de derechos, cuya existencia debe ser respetada. Y tambi¨¦n lo es que, coherentes con sus principios, los publiciten y traten de ganar adeptos para su causa.
Ser¨ªa un atropello intolerable que, por una medida de fuerza, como ocurri¨® en la India de Indira Ghandi, o como ocurre todav¨ªa en China, una madre sea obligada a abortar. Pero ?no lo es, igualmente, que sea obligada a tener los hijos que no quiere o no puede tener, en raz¨®n de creencias que no son las suyas, o que, si¨¦ndolo, impelida por las circunstancias, se ve inducida a transgredir? ?sta es una delicada materia, que tiene que ver con el meollo mismo de la cultura democr¨¢tica.
La clave del problema est¨¢ en los derechos de la mujer, en aceptar si, entre estos derechos, figura el de decidir si quiere tener un hijo o no, o si esta decisi¨®n debe ser tomada, en vez de ella, por la autoridad pol¨ªtica. En las democracias avanzadas, y en funci¨®n del desarrollo de los movimientos feministas, se ha ido abriendo camino, no sin enormes dificultades y luego de ardorosos debates, la conciencia de que a quien corresponde decidirlo es a quien vive el problema en la entra?a misma de su ser, que es, adem¨¢s, quien sobrelleva las consecuencias de lo que decida. No se trata de una decisi¨®n ligera, sino dif¨ªcil y a menudo traum¨¢tica. Un inmenso n¨²mero de mujeres se ven empujadas a abortar por ese cuarto supuesto, precisamente: unas condiciones de vida en las que traer una nueva boca al hogar significa condenar al nuevo ser a una existencia indigna, a una muerte en vida. Como esto es algo que s¨®lo la propia madre puede evaluar con pleno conocimiento de causa, es coherente que sea ella quien decida. Los gobiernos pueden aconsejarla y fijarle ciertos l¨ªmites -de ah¨ª los plazos m¨¢ximos para practicar el aborto, que van desde las 12 hasta las 24 semanas (en Holanda) y la obligaci¨®n de un periodo de reflexi¨®n entre la decisi¨®n y el acto mismo-, pero no sustituirla en la trascendental elecci¨®n. ?sta es una pol¨ªtica razonable que, tarde o temprano, terminar¨¢ sin duda por imponerse en Espa?a y en Am¨¦rica Latina, a medida que avance la democratizaci¨®n y la secularizaci¨®n de la sociedad (ambas son inseparables).
Ahora bien, que la despenali-
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El 'nasciturus'
Viene de la p¨¢gina anteriorzaci¨®n del aborto sea una manera de atenuar un grav¨ªsimo problema, no significa que no puedan ser combatidas con eficacia las circunstancias que lo engendran. Una manera important¨ªsima de hacerlo es, desde luego, mediante la educaci¨®n sexual, en la escuela y en la familia, de manera que mujer alguna quede embarazada por ignorancia o por no tener a su alcance un anticonceptivo. Uno de los mayores obst¨¢culos para la educaci¨®n sexual y las pol¨ªticas de control de la natalidad ha sido tambi¨¦n la Iglesia Cat¨®lica, que, hasta ahora, con algunas escasas voces discordantes en su seno, s¨®lo acepta la prevenci¨®n del embarazo mediante el llamado "m¨¦todo natural", y que, en los pa¨ªses donde tiene gran influencia pol¨ªtica -muchos todav¨ªa, en Am¨¦rica Latina- combate con energ¨ªa toda campa?a p¨²blica encaminada a popularizar el uso de condones y p¨ªldoras anticonceptivas.
Se impone una ¨²ltima reflexi¨®n, a partir de lo anterior, sobre este delicado tema: las relaciones entre la Iglesia Cat¨®lica y la democracia. Aqu¨¦lla no es una instituci¨®n democr¨¢tica, como no lo es, ni podr¨ªa serlo, religi¨®n alguna (con la excepci¨®n del budismo, tal vez, que es una filosof¨ªa m¨¢s que una religi¨®n). Las verdades que ella defiende son absolutas, pues le vienen de Dios, y la trascendencia y sus valores morales no pueden ser objeto de transacciones ni de concesiones respecto a valores y verdades opuestos. Ahora bien: mientras predique y promueva sus ideas y sus creencias lejos del poder pol¨ªtico, en una sociedad regida por un Estado laico, en competencia con otras religiones y con un pensamiento a-religioso o anti-religioso, la Iglesia Cat¨®lica se aviene perfectamente con el sistema democr¨¢tico y le presta un gran servicio, suministrando a muchos ciudadanos esa dimensi¨®n espiritual y ese orden moral que, para un gran n¨²mero de seres humanos, s¨®lo son concebibles por mediaci¨®n de la fe. Y no hay democracia s¨®lida, estable, sin una intensa vida espiritual en su seno.
Pero si ese dif¨ªcil equilibrio entre el Estado laico y la Iglesia se altera y ¨¦sta impregna aqu¨¦l, o, peor todav¨ªa, lo captura, la democracia est¨¢ amenazada, a corto o mediano plazo, en uno de sus atributos esenciales; el pluralismo, la coexistencia en la diversidad, el derecho a la diferencia y a la disidencia. A estas alturas de la historia, es improbable que vuelvan a erigirse los pat¨ªbulos de la Inquisici¨®n, donde se achicharraron tantos imp¨ªos enemigos de la ¨²nica verdad tolerada. Pero, sin llegar, claro est¨¢, a los extremos talibanes, es seguro que la mujer retroceder¨ªa del lugar que ha conquistado en las sociedades libres a ese segundo plano, de ap¨¦ndice, de hija de Eva, en que la Iglesia, instituci¨®n machista si las hay, la ha tenido siempre confinada.
? Mario Vargas Llosa. 1998. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1998.
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