Buscando una confederaci¨®n desesperadamente
Y no aparece. Esa forma pol¨ªtica parece haber desaparecido del mapa. Quiz¨¢s en alg¨²n rinc¨®n de la Micronesia pueda existir alg¨²n Estado confederal. Pero entre los pa¨ªses importantes, o relativamente importantes, que sepamos, ninguno. Por ello sorprende ese concepto de Espa?a como "Estado plurinacional de tipo confederal" contenido en la Declaraci¨®n de Barcelona, suscrita en julio pasado por nacionalistas catalanes, vascos y gallegos.El ejemplo que se suele invocar siempre es Suiza, la llamada Confederaci¨®n Helv¨¦tica. Pero, ?ay!, con la constituci¨®n de 1848, y posteriormente la de 1874, Suiza se convirti¨® en un Estado federal justamente para, como empieza este ¨²ltimo texto a¨²n vigente, "reforzar la alianza de los confederados, mantener y acrecentar la unidad, la fuerza y el honor de la naci¨®n suiza", aunque (art. 3) los cantones sean "soberanos en tanto que su soberan¨ªa no est¨¢ limitada por la constituci¨®n federal". Quiz¨¢s Suiza conserve algo de confederal en la tradici¨®n de formar Gobiernos de amplio consenso, en vez de optar por un juego abierto entre poder y oposici¨®n.
Conscientes de que las definiciones a menudo no deben ser puntos de partida, sino caminos a recorrer, el an¨¢lisis del federalismo ha de quedar para otra ocasi¨®n. Aqu¨ª conviene limitarse a lo confederal. Las confederaciones han demostrado, a lo largo de la historia, ser sistemas inestables que llevaron bien a la separaci¨®n, bien a una mayor integraci¨®n en una federaci¨®n o Estado unitario. ?ste es el caso de Estados Unidos, tras el periodo confederal de 1778 a 1789; de Canad¨¢, o de la Uni¨®n Germ¨¢nica de 1815 a 1866, entre otros. La confederaci¨®n suele verse como una "uni¨®n cualificada" por la cual los Estados confederados comparten poder y, si acaso, instituciones para objetivos bien definidos. Pero presupone, y ¨¦ste es uno de los elementos esenciales de la cuesti¨®n, y por eso surge en los discursos nacionalistas, que la soberan¨ªa reside en los confederados. Soberan¨ªa -aunque sea un concepto que haya cambiado algo en los ¨²ltimos 50 a?os- no es lo mismo que poder ni competencias. De hecho, sirve para definir qui¨¦n tiene competencias en materia de competencias, por usar la terminolog¨ªa del Tribunal Constitucional alem¨¢n.
Pues, justamente, en la b¨²squeda de sistemas de tipo confederal, uno puede toparse con la famosa sentencia dictada en octubre de 1993 por ese Tribunal sobre el Tratado de Maastricht, en el que defin¨ªa a la Uni¨®n Europea como una "confederaci¨®n de Estados democr¨¢ticos tendente a un desarrollo din¨¢mico". Lo sea o no, este embri¨®n de bicho pol¨ªtico que es la Uni¨®n Europea importa poco. Es un nuevo modelo que no cabe en nuestras categor¨ªas habituales, que en algunos aspectos (algunos poderes del Banco Central Europeo o de la Comisi¨®n) va m¨¢s all¨¢ del federalismo estadounidense y en otras se queda m¨¢s ac¨¢. En todo caso, no es un Estado, ni pretende serlo.
No parece una casualidad hist¨®rica, ni un producto de la inocencia pol¨ªtica, que algunos nacionalistas, aqu¨ª, en Escocia o en Baviera, esgriman la idea confederal cuando Europa est¨¢ dando, con el euro, uno de los mayores saltos en su integraci¨®n. Subyace en estos planteamientos, as¨ª como en el uso del t¨¦rmino "soberan¨ªa compartida", un intento de desarrollar conceptos que se est¨¢n aplicando a la integraci¨®n europea, pero en sentido inverso, proyectando hacia abajo lo que estaba pensado para fomentar la integraci¨®n por arriba. Algo parece mal enfocado. Y en materia tan seria, como es el de las autonom¨ªas, el Estado y Europa, conviene, como alertara el soci¨®logo Alain Touraine, "no equivocarse en el engranaje de los niveles".
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