?Soberan¨ªa? No, gracias, apenas la independencia
Anticipo un pronto declive del nacionalismo vasco, gallego y catal¨¢n -lo cual, pienso yo, no ha de ser una mala noticia para ellos-. Con la evoluci¨®n econ¨®mica del mundo y la transformaci¨®n pol¨ªtica de Europa, muchos de sus proyectos se han hecho menos inveros¨ªmiles y m¨¢s plausibles. En su horizonte se dibuja as¨ª la posibilidad de no tener ya que ser nacionalistas; la posibilidad de ser pa¨ªses normales que pueden emplear su energ¨ªa en tareas m¨¢s urgentes que la de escarbar hipot¨¦ticas identidades y agravios. (Supongo que el caso es el mismo entre las mujeres: tambi¨¦n ellas aspirar¨¢n a no tener que ser feministas). A partir de ah¨ª, es probable que el lenguaje de aquellos nacionalismos pierda su car¨¢cter hiperb¨®lico y visceral para hacerse m¨¢s laico, m¨¢s civil, m¨¢s sencillamente pol¨ªtico. Y quiz¨¢s menos a¨²n que eso: apenas administrativo y jur¨ªdico. ?Quiere decirse con ello que ven ya su soberan¨ªa a la vuelta de la esquina? No, tampoco es eso. Ellos saben muy bien que (efectos especiales aparte) la soberan¨ªa estatal ya no es lo que era; que el Estado mantiene una notable capacidad de influencia y gesti¨®n, pero que, como se?ala Manuel Castells, va perdiendo la de decisi¨®n y liderazgo. Los antiguos f¨¹hrers han tenido que aprender el arte de los surfers. Y no s¨®lo en pa¨ªses m¨¢s o menos subsidiarios como Espa?a: tampoco la capacidad de decisi¨®n unilateral de los Estados Unidos es ya lo que era, por mucho que se empe?en de vez en cuando en "campa?as de prestigio" al estilo de Olivares en D?rlingen.
?A qu¨¦ aspiran entonces esos nacionalistas en trance de dejar de serlo? Pues aspiran simplemente a lo que hay: a una interdependencia sin interferencia; a una capacidad de decisi¨®n sin mediaciones ni deseadas ni rentables; a poder pactar su seguridad aqu¨ª y sus infraestructuras all¨¢; sus s¨ªmbolos con unos y su pol¨ªtica social con otros -en cada caso con el que m¨¢s convenza o convenga-. Eso y no otra cosa es hoy la independencia de un pa¨ªs. Y esto es lo que acabar¨¢n por reclamar estos nacionalistas cuando pierdan por fin su mim¨¦tica competencia con "el Estado" y su at¨¢vica ficci¨®n (muy anterior al mayo 68) a "pedir lo imposible" para rentabilizar la consiguiente frustraci¨®n, o simplemente para asesinar a su vecino.
Y cuando acaben de comprender que la lengua castellana eso s¨ª es un magn¨ªfico activo a cultivar. Opuesta parece ser (y por id¨¦nticos motivos) la tendencia de Estados como el franc¨¦s o el espa?ol. En la medida en que su solvencia o rentabilidad parece cada vez m¨¢s problem¨¢tica, su discurso puede caer en la tentaci¨®n de ir haci¨¦ndose m¨¢s nacionalista, m¨¢s ret¨®rico y esencialista. Incapaz de explicarnos y argumentar qu¨¦ da hoy ser espa?ol, volver¨¢ a explicarnos lo que es, representa, simboliza, encarna, etc¨¦tera.
Cierto que los agentes comerciales del retour de l"?tat pretend¨ªan a¨²n que ¨¦ste era nuestro ¨²nico garante y protector frente a la intemperie del mercado o del pensamiento ¨²nico. Y en ¨¦stas andamos todav¨ªa: el Estado, que Weber defini¨® como "monopolio de la violencia leg¨ªtima", y que luego se legitim¨® como "agente del desarrollo keynesiano", no aspira ya sino al "monopolio de la benevolencia leg¨ªtima": a prestigiarse como garante exclusivo de las pensiones, la jubilaci¨®n, el empleo, la seguridad social. Pero cada d¨ªa resulta m¨¢s dif¨ªcil creer que sea efectivamente ¨¦l, el Estado actual, el que mejor pueda negociar ese peque?ito margen de maniobra que al parecer a¨²n nos queda para hacer una pol¨ªtica algo m¨¢s liberal o algo m¨¢s socialdem¨®crata, un poco m¨¢s de centro-derecha o un poco m¨¢s de centro-izquierda. ?Y por qu¨¦ no han de poder hacerlo formaciones pol¨ªticas menos simb¨®licas y principiudas, m¨¢s ¨¢giles y ocasionales, que, con residencia (digamos) en Bruselas o en Barcelona, nos ampl¨ªen, por un lado, "las econom¨ªas de escala" y nos protejan, por el otro, de la crisis de legitimidad en que andan sumidas "las pol¨ªticas de escala" nacionales?
Incapaz de defender hoy su territorio o su moneda, es l¨®gico que el Estado se haga (m¨¢s) nacionalista: que quiera defender nuestro Ser, que pretenda encarnar nuestra identidad, que nos venda como nuestro origen y destino manifiesto aquello que no parece ya tan buen negocio. ?Qu¨¦ otra les queda, si no? A los franceses, por ejemplo, defender la francofon¨ªa fuera, instalar Disneylandia dentro y seguir predicando la Europa de las Patrias a quien les quiera escuchar. A los espa?oles, por ejemplo, remozar aquellas "meditaciones del propio Ser" donde Am¨¦rico Castro descubr¨ªa que Castilla era esencialmente una "voluntad de imperio y mando", y que luego Ortega tradujo en la misi¨®n m¨¢s casera de "vertebrar a Espa?a". De ah¨ª que tantos sientan a¨²n la mera posibilidad de una civilizada disociaci¨®n de Catalu?a o de Euzkadi como un atentado a su misi¨®n hist¨®rica, como una personal amputaci¨®n de su ser. Es lo que Andr¨¦s de Blas resume en una sola frase: "Lo que para los catalanes es su integridad, para m¨ª supone mi precariedad como espa?ol". ("?Pero qu¨¦ posesivo! -responde ella-, ?tanto me necesitas, coraz¨®n loco?")
Definitivamente, el Estado se nos est¨¢ volviendo cada d¨ªa m¨¢s nacionalista, cuando no amenazante ("la independencia no la van a conseguir sin violencia", advierte uno; "es el camino de Tirana o Sarajevo", nos recuerda otro), al tiempo que los peque?os nacionalismos esencialistas se van a hacer -se est¨¢n haciendo ya- cada d¨ªa m¨¢s laicos y pragm¨¢ticos. Sin pretender m¨¢s soberan¨ªa que transitar libres de peaje en el mundo interdependiente que vivimos. Sin aspirar a m¨¢s reconocimiento (pero tampoco menos) del que reciben los pa¨ªses que, por ocupar su asiento entre las naciones, no viven al albur de ser tratados internacionalmente como los kurdos o los saharauis, como los bosnios o los kosovares. Es decir: viendo negada su existencia colectiva y tolerada, en cambio, la aniquilaci¨®n individual de sus miembros. ?sta es, dicho sea de paso, la mejor muestra y definici¨®n de lo que son los derechos colectivos: aquellos que resultan negados a los miembros de una comunidad por el hecho mismo de serlo (por ser ind¨ªgena, mujer, palestino...)
Pero volvamos a Espa?a. Por suerte (y por Narc¨ªs Serra, entre otros) no estamos aqu¨ª en una situaci¨®n explosiva. Pero s¨ª existe todav¨ªa el riesgo de un choque e implosi¨®n de las dos tendencias descritas. El riesgo, por as¨ª decir, de dos trenes que, marchando en direcciones opuestas, parecen dirigirse cada uno a la estaci¨®n de la que parte el otro: el de la periferia hacia los derechos pol¨ªticos, el del centro hacia los principios y las esencias fundamentales. El resultado podr¨ªa ser catastr¨®fico, sobre todo si ambos trenes andan por la misma v¨ªa. Pero ha de existir alguna estaci¨®n intermedia y de doble riel donde, aunque sea desde la ventanilla, se pueda negociar una tercera v¨ªa: una v¨ªa que nos permita evolucionar dentro de la Constituci¨®n, o en otro caso orillarla.
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