Eugenia Mart¨ªnez de Irujo y Francisco Rivera se dan el 's¨ª' en la catedral de Sevilla
M¨¢s de un millar de invitados, entre ellos los duques de Lugo, asistieron al enlace
Eugenia Mart¨ªnez de Irujo, hija de la duquesa de Alba, y el torero Francisco Rivera Ord¨®?ez, hijo del desaparecido Paquirri y nieto de Antonio Ord¨®?ez, se casaron ayer en la catedral de Sevilla en una ceremonia que cont¨® con la presencia de la infanta Elena y su marido, Jaime de Marichalar, cuya llegada coincidi¨® con la de Roc¨ªo Jurado y Ortega Cano, que fueron despejados pr¨¢cticamente en volandas. Al enlace asistieron nobles, toreros, folcl¨®ricas y cantantes, que compusieron un variopinto mosaico de mantillas, tocados, tron¨ªo y ba¨²l de los recuerdos.
Pasaban escasos minutos del mediod¨ªa cuando la puerta de San Miguel de la catedral de Sevilla se ti?¨® de cuento de los hermanos Grimm, o de historia medieval del rey Arturo. Del coche de caballos que acababa de pararse en la puerta baj¨® Cayetano Mart¨ªnez de Irujo, vestido de maestrante, o de h¨²sar del palacio de Cenicienta, y a continuaci¨®n la princesa del cuento, o Ginebra, Eugenia, de 29 a?os, la novia. Peque?ita, con un traje de dise?o exclusivo de Enmanuel Ungaro en raso duquesa blanco, generoso escote cuadrado y manga larga, llevaba un velo bell¨ªsimo de encaje color champ¨¢n y la diadema de platino, brillantes y perlas que perteneciera a la emperatriz Eugenia de Montijo.
A las doce menos dos minutos hab¨ªa llegado el novio, Francisco, de 24 a?os, vestido de chaqu¨¦ y aclamado con gritos de "?Guapo, guapo!" y "?Torero, torero!". Le acompa?aba su madre y madrina, Carmina Ord¨®?ez, con un atuendo muy discutido por los expertos, compuesto por traje largo color a?il, con flecos a partir de la cintura, y mantilla te?ida del mismo color -lo que hizo palidecer a los cl¨¢sicos- , maquillada concienzudamente hasta no parecerlo en absoluto, que entr¨® en la catedral, retrechera, del brazo de su hijo y se pas¨® media ceremonia llorando.
Los invitados hab¨ªan ido acomod¨¢ndose desde casi una hora y media antes por las puertas de San Miguel y del Baptisterio. Se dir¨ªa que la primera estaba reservada a los de mayor fuste, pues por ella llegaron los duques de Lugo -que no se quedaron al banquete- y que fueron saludados por los duques de Alba, vestida Cayetana muy a su aire, en verde botella, y con alguna flor adorn¨¢ndole peineta y mantilla, consejo que debi¨® de darle a su ex nuera Mar¨ªa Eugenia Fern¨¢ndez de Castro, espectacular en terciopelo verde oscuro, y acompa?ada de sus dos hijos. Su ex marido, Jacobo, accedi¨®, en cambio, al templo por la puerta del Baptisterio, junto con su actual compa?era. Tambi¨¦n entraron por esta ¨²ltima puerta los duques de Hu¨¦scar, ¨¦l hermano mayor de la novia.
Una de las presencias m¨¢s esperadas, la modelo Mar Flores, novia del padrino, lleg¨® vestida de Dior en verde p¨¢lido con encajes y con un escote sin censura.
Los invitados formaron un variopinto decorado, en el que junto a elegancias varias -Nati Abascal, Paloma Cuevas, Sof¨ªa de Habsburgo, Paola Domingu¨ªn, Vicky Mart¨ªn Berrocal, Carmen Mart¨ªnez Bordi¨², Juncal Rivero, Tessa de Baviera o Pitita Ridruejo-, hubo m¨¢s de una mantilla a la virul¨¦. Por ejemplo, la de una Luc¨ªa Bos¨¦ vestida de s¨ª misma en azules, a la que el enemigo le infligi¨® una blanca que remataba el conjunto. Guap¨ªsimo, en cambio, su hijo Miguel, que desmelen¨® a la parroquia.
Amplia representaci¨®n del mundo del toro -Jesul¨ªn, Rafi Camino, Pepe Luis V¨¢zquez, Julio Robles, Enrique Ponce, Espartaco, Paco Camino, El Cordob¨¦s...-y los pol¨ªticos imprescindibles: Manuel Chaves, Soledad Becerril, Alejandro Rojas Marcos, Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano.
Menci¨®n aparte para la llegada, con entrada como un rayo, de Paquirr¨ªn, hermano del contrayente e hijo de Isabel Pantoja, acompa?ado por su t¨ªo Agust¨ªn. Para toque de morbo, ¨¦ste cant¨® despu¨¦s en la fiesta.
En el cap¨ªtulo de tocados inolvidables, la madre de todas las pamelas, una mesa camilla sobre la cabeza de Beatriz de Orleans. Entre los estiramientos de cara m¨¢s reiterados, el de la duquesa de Franco, de sonrisa ya irreversible.
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