Nace una izquierda mundial
La globalizaci¨®n y la innovaci¨®n tecnol¨®gica suponen una gran revoluci¨®n social que ha sumido en crisis el modelo m¨¢s avanzado de compromiso social que jam¨¢s ha existido: el Estado del bienestar europeo, que traslada recursos nacionales de los beneficios empresariales al empleo, la seguridad social, la sanidad y la educaci¨®n.Pero la defensa de estas conquistas va m¨¢s all¨¢ del horizonte de los Estados nacionales. Si nuestra respuesta a esta revoluci¨®n se restringiera al ¨¢mbito nacional, la partida se perder¨ªa inmediatamente: ser¨ªa como luchar con arcos y flechas contra los misiles at¨®micos.
Hoy debemos pensar en una izquierda capaz de promover un movimiento a escala mundial que ayude, por ejemplo, a poner en marcha un impuesto sobre la movilidad mundial del capital, seg¨²n lo ha concebido el economista norteamericano James Tobin. No pretendo anatematizar la movilidad. Es esencial que los procesos de integraci¨®n promuevan la liberalizaci¨®n, pero tambi¨¦n la regulaci¨®n del comercio y de los capitales.
El problema de c¨®mo enfrentarse a la realidad de la globalizaci¨®n ha causado una profunda grieta en la izquierda, entre aquellos que comprenden las oportunidades que proporciona la globalizaci¨®n y el cambio tecnol¨®gico y los que s¨®lo conciben una hip¨®tesis apocal¨ªptica para el nivel de vida del trabajador medio europeo.
Es comprensible el pesimismo si consideramos la globalizaci¨®n exclusivamente desde el punto de vista de los hombres de mediana edad y con trabajo que viven en Europa occidental, protegidos por sus contratos y sus derechos adquiridos en el Estado del bienestar. Por muy importantes que sean estas conquistas para la civilizaci¨®n, ata?en a una proporci¨®n ¨ªnfima de la humanidad.
Considerar la globalizaci¨®n s¨®lo como una amenaza conduce a la idea de que no hay otra opci¨®n m¨¢s que levantar nuestros baluartes y resistir sin m¨¢s el avance de la realidad. En ese caso, la l¨ªnea de separaci¨®n entre la defensa de nuestros valores de izquierda y la defensa de nuestros privilegios europeos es apenas perceptible.
A buen seguro, la globalizaci¨®n echa abajo la base industrial sobre la que se construyeron los movimientos obreros europeos, pero tambi¨¦n ampl¨ªa el mercado y el ¨¢rea de la producci¨®n en una medida hasta ahora desconocida.
Fuera de Europa, la globalizaci¨®n significa, entre otras cosas, millones de nuevos puestos de trabajo en la industria y un mejor nivel de vida. No cabe duda de que esto se consigue a menudo mediante terribles injusticias y odiosas formas de explotaci¨®n. No olvidemos que en Occidente la industrializaci¨®n se llev¨® a cabo de la misma forma.
La globalizaci¨®n pone a los trabajadores chinos o brasile?os en contacto con las mismas tecnolog¨ªas y los mismos procesos de producci¨®n que los trabajadores de las grandes metr¨®polis capitalistas. ?ste es el medio a trav¨¦s del cual, dentro de unos a?os, quiz¨¢ sea posible incluir entre los pa¨ªses m¨¢s industrializados a Brasil, Sur¨¢frica o China.
Es evidente que la globalizaci¨®n econ¨®mica debe ir acompa?ada de la globalizaci¨®n de los derechos para compartir sus beneficios. En el Este se est¨¢n fundando sindicatos, y la lucha de los trabajadores est¨¢ comenzando a dar frutos. Como en el caso de Corea del Sur, la afirmaci¨®n de los derechos de los trabajadores ha sido parte integrante de la negociaci¨®n de un paquete de medidas para superar la actual crisis econ¨®mica.
Por tanto, hoy d¨ªa estamos viviendo un periodo extraordinario, no previsto por aquellos que vaticinaron el fin de la historia: la izquierda no s¨®lo ha salido de nuevo victoriosa en la vieja Europa, sino que, como consecuencia de la globalizaci¨®n, tambi¨¦n est¨¢ experimentando una expansi¨®n inesperada en todo el mundo, desde la Sur¨¢frica de Nelson Mandela y la Am¨¦rica Latina de Fernando Henrique Cardoso a la Corea de Kim Dae Yung.
Por primera vez, es realmente concebible la idea de una izquierda mundial capaz de enfrentarse a los retos de la globalizaci¨®n.
Pero la izquierda debe ser partidaria de Europa. Europa no debe cuestionarse. Que el cielo no permita que la izquierda se deje fascinar por la idea de que nos convendr¨ªa frenar, o incluso detener, la unificaci¨®n de Europa. Eso no ayudar¨ªa a resolver ninguno de los problemas que criticamos sobre la forma en la que se est¨¢ llevando a cabo la misma.
Si la izquierda no es capaz de fomentar el crecimiento de las instituciones y organismos supranacionales, la pol¨ªtica no servir¨ªa para nada. Aisl¨¢ndonos s¨®lo ser¨ªamos capaces de entretenernos en disputas provincianas, con la ilusi¨®n de que es posible moverse fuera del proceso de unificaci¨®n, tal vez volviendo a introducir antiguos recursos, como fomentar el empleo mediante el aumento del gasto p¨²blico y los impuestos.
Eso, que se sol¨ªa hacer hace muchos a?os, ya no funcionar¨ªa, porque el resultado ser¨ªa un aumento de la inflaci¨®n, tipos de inter¨¦s m¨¢s altos, huida de capitales, crecimiento del desempleo y quiebra econ¨®mica.
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