Atrincherados entre botellas

Jos¨¦, de 30 a?os, vive desde hace 28 d¨ªas en su garito punki La Sota de Potas, en Getafe. Una pugna con el Ayuntamiento, por ruidos, des¨®rdenes y precintos, lo ha llevado a amotinarse en su bar de copas junto a una tropa de entre 40 y 50 amigos, que se triplica los fines de semana. Durante el d¨ªa salen por turnos a airearse y a comprar algo de comida y por la noche convierten el local en una suerte de barrac¨®n, durmiendo arracimados en colchones. La habitual barra pervive, pero ya no hay camareros ni se sirven bebidas. "?sta es ahora mi casa [paga 125.000 pesetas de alquiler], no se vende nada y por eso no estoy incumpliendo ninguna norma", comenta. Jos¨¦ reconoce, sin embargo, que en su refugio hay un trasiego constante de calimocho y cerveza, pero en r¨¦gimen de autoservicio "y con pago a escote".

Las protestas de algunos vecinos por ruidos inaguantables, horarios trasnochadores y des¨®rdenes varios precipitaron una orden municipal de cierre sobre La Sota de Potas a finales de septiembre. Dos t¨¦cnicos del Ayuntamiento getafense precintaron la entrada del garito. "Ocurri¨® el d¨ªa 24, y como fue en plan pac¨ªfico, lo respetamos", recuerda el propietario del bar. Les concedieron un mes m¨¢s de actividad para "hacer unas pelas" y buscar otro lugar, a condici¨®n de que echaran la cancela a medianoche. Pero la tensa armon¨ªa dur¨® poco: el 4 de octubre, el Consistorio les abri¨® un nuevo expediente alegando que segu¨ªan sirviendo copas m¨¢s tarde de la una de la madrugada. "Era mentira y tengo 50 testigos que lo avalan, pero se inventaron una raz¨®n para echarnos", sentencia con rabia.

Las consecuencias, en forma de precinto, las sufri¨® el 9 de octubre. Dos d¨ªas m¨¢s tarde, Jos¨¦ hizo jirones el pl¨¢stico policial y se atrincher¨® en La Sota. Desde entonces, s¨®lo permite la entrada "a los amigos" y se comunica con el resto del mundo a trav¨¦s de la reja antirrobo del local. Se queja de que lo atenazan los n¨²meros rojos porque paga un alquiler y no puede ejercer actividad comercial. "Menos mal que mi mujer trabaja, porque tenemos un cr¨ªo de dos a?os al que alimentar", apunta. Ahora aguardan impacientes, "pero sin miedo", el previsible desalojo: "Les tenemos preparada una sorpresa", avisan.

Las medidas municipales ya se han agotado y s¨®lo cabe esperar a la decisi¨®n del titular del Juzgado n¨²mero 4, que lleva el caso, seg¨²n la polic¨ªa. "Lo m¨¢ximo que podemos hacer es levantar acta de las denuncias vecinales", explica el jefe de la polic¨ªa local, Gabriel L¨®pez. "Al no permitirnos entrar en el local para hacer mediciones de ruido, enviamos el tr¨¢mite a la Comunidad para que act¨²e en consecuencia", a?ade. Las sanciones previstas para estos casos van de los cinco a los 50 millones. Mientras se precipita el desenlace, los amotinados entretienen la espera a base de m¨²sica punki, futbol¨ªn y cerveza.