Nuevas inquisiciones
El dirigente laborista Ron Davies, ministro encargado de Asuntos de Gales en el gabinete de Tony Blair y candidato de su partido a presidir la primera Asamblea galesa, renunci¨® s¨²bitamente a su cartera ministerial hace unos d¨ªas. La renuncia sorprendi¨® a todo el mundo, por las razones expuestas en la carta de Ron Davies al Primer Ministro brit¨¢nico. Reconociendo una "seria falta de buen juicio" en su conducta, el parlamentario y ministro confesaba haber aceptado la v¨ªspera, en un parque del sur de Londres -Clapham Common- una invitaci¨®n a cenar de un desconocido rastafari, que, una vez subido a su autom¨®vil y luego de recoger a una pareja c¨®mplice, lo amenaz¨® con un cuchillo y le rob¨® su coche, su tel¨¦fono port¨¢til, su credencial de congresista, su cartera y sus documentos de identidad. Para evitar que el episodio perjudicase al gobierno, Ron Davies renunciaba a su carrera pol¨ªtica.El se?or Davies es un hombre bajito y fortach¨®n, de 52 a?os, hijo de un operario, que aparec¨ªa a veces vestido de druida en las festividades folcl¨®ricas de su tierra galesa, en la que, debido en parte a su tenaz empe?o, el Partido Laborista es ahora la primera fuerza pol¨ªtica. No se le considera un pensador ni un doctrinario, ni un dirigente carism¨¢tico; pero s¨ª un militante infatigable, serio, honrado y leal, una de esas hormigas laboriosas sin las cuales un partido pol¨ªtico jam¨¢s podr¨ªa durar, crecer ni alcanzar el poder. ?C¨®mo fue posible que alguien, con tan buenos cr¨¦ditos, de vocaci¨®n pol¨ªtica tan manifiesta, renunciara a todo lo que era y ten¨ªa, simple y ¨²nicamente por haber sido v¨ªctima de un atraco callejero?
En realidad, el infortunado Ron Davies trataba, con su heroica renuncia, de inmolarse preventivamente, creyendo, el iluso, que apart¨¢ndose de la pol¨ªtica y retornando al gris¨¢ceo anonimato evitar¨ªa las inquisiciones de la jaur¨ªa period¨ªstica. Por el contrario, en vez de disuadirlos, su extra?a renuncia enloqueci¨® de excitaci¨®n a los sabuesos de la prensa, que salieron de inmediato en cacer¨ªa. No hab¨ªan pasado cuarenta y ocho horas cuando las v¨ªsceras del pobre ex ministro alimentaban el morboso apetito de los millones de lectores de esa inmundicia impresa conocida en el Reino Unido con el denominador com¨²n de los tabloides, porque muchos de estos peri¨®dicos, aunque no todos, tienen este formato.
The Mail on Sunday consigui¨® una picante primicia (se ignora cu¨¢nto la pag¨®): una entrevista exclusiva con la primera mujer de Ron, Ann. ?sta revel¨® su zozobra y sus dudas, luego de la boda, en 1972, al advertir el poco inter¨¦s sexual que despertaba en su marido, quien olvidaba hacerle el amor periodos largos, una vez de meses, por fin de dos a?os seguidos. Primeriza en estas delicadas cuestiones, Ann no sab¨ªa qu¨¦ hacer. Compr¨® perfumes y atrevidos deshabill¨¦s, pero nada. Y ella era tan, tan ingenua, que no present¨ªa nada turbio cuando el desganado Ron pasaba los domingos en un ba?o turco de Newport, de donde retornaba al hogar contento y relajado.
Pero, como siempre, fue el peri¨®dico m¨¢s le¨ªdo de Gran Breta?a -acaso de Europa o tal vez del mundo-, News of the World (cuatro millones de ejemplares de tirada), el que hizo las revelaciones m¨¢s truculentas. Sus redactores documentaron que Clapham Common, el parque donde Ron Davies encontr¨® al rasta que lo invit¨® a cenar, es un conocido lugar de levante de homosexuales, as¨ª como Battersea Park, donde el ministro y su acompa?ante recogieron a la pareja c¨®mplice. Adem¨¢s, explay¨® declaraciones de testigos que aseguran haber visto a Ron Davies, varias veces en los ¨²ltimos a?os, en otros reductos gays, como los excusados de una gasolinera de la carretera N-4, en las afueras de Bath, en pe?as caribe?as del barrio de Brixton y en un urinario p¨²blico del centro de Cardiff. Otro tabloide se jacta de haber obtenido declaraciones juradas de dos prostitutos -cuyos nombres guarda en reserva por el momento- que afirman haber prestado servicios profesionales al diputado.
?ste, desde el refugio gal¨¦s donde huy¨® con su segunda esposa y su hija tratando de ponerse a salvo de la persecuci¨®n, envi¨® un comunicado tan in¨²til como pat¨¦tico, negando las imputaciones de "conducta impropia" e implorando que los dejen en paz a ¨¦l y a los suyos, ahora que ha decidido desaparecer de la luz p¨²blica. Y, en un gesto de extrema desesperaci¨®n, compareci¨® en el Parlamento, donde ley¨® un tembloroso texto contando que su padre lo brutalizaba de ni?o, y, como apostilla de una frase cr¨ªptica ("Somos el producto de nuestros genes y experiencias"), pidiendo conmiseraci¨®n.
No hay la menor esperanza de que lo consiga, amigo Ron Davies. S¨®lo la irrupci¨®n de un nuevo esc¨¢ndalo, m¨¢s efervescente, har¨ªa que la prensa inquisidora se olvide de usted. Cierre los pu?os, tr¨¢guese la bilis, encomi¨¦ndese al diablo y subaste su verdadera historia a los tabloides. Se la pagar¨¢n a precio de oro y no tendr¨¢ siquiera que escribirla, pues un inmejorable escribidor, acaso graduado en Oxford o en Cambridge, lo har¨¢ por usted. Eso s¨ª, apres¨²rese, porque dentro de una semana su historia ser¨¢ ya fiambre sin valor de uso.
Yo no leo los llamados tabloides y la repugnancia que me inspiran es tan grande que, en el metro o los ¨®mnibus que tomo cada tarde para ir y venir de la British Library, desaf¨ªo la tort¨ªcolis para evitar leerlos en las manos de mis vecinos de transporte. Y, sin embargo, conozco con pelos y se?ales la triste historia del maltratado Ron Davies. ?C¨®mo se explica? De manera muy sencilla: porque es una mentira cada vez m¨¢s pinochesca que los tabloides tengan el monopolio de la insidia, la chismograf¨ªa, la malicia y los esc¨¢ndalos. Los virus del sensacionalismo impregnan ahora toda la atm¨®sfera que respiran los diarios brit¨¢nicos, y ni siquiera los que pasan por sobrios y serios -The Times, The Daily Telegraph, The Independent, The Guardian- est¨¢n inmunizados contra ellos. Es cierto que en las p¨¢ginas de estos ¨²ltimos prevalecen los asuntos importantes, y que en ellos se leen todav¨ªa enjundiosos art¨ªculos, debates de ideas y ensayos sobre ciencia, letras y artes. Pero ninguno de ellos puede dejar de hacerse eco de toda esa materia perversa, urdida husmeando en las intimidades de la vida privada de las personas p¨²blicas, que ha destruido a Ron Davies. Y es as¨ª porque la demanda por ese producto es universal e irresistible. El ¨®rgano de informaci¨®n que se abstuviese de modo sistem¨¢tico de suministrarlo a sus lectores se condenar¨ªa a la bancarrota.
No se trata de un problema, porque los problemas tienen soluci¨®n, y esto no lo tiene. Es una realidad de nuestro tiempo ante la cual no hay escapatoria. En teor¨ªa, la justicia deber¨ªa fijar los l¨ªmites pasados los cuales una informaci¨®n deja de ser de inter¨¦s p¨²blico y transgrede los derechos a la privacidad de los ciudadanos. Por ejemplo, los actores Tom Cruise y Nicole Kidman acaban de ganar un juicio contra un tabloide londinense, en el que un imaginativo cac¨®grafo les atribuy¨® una historia totalmente infundada (pero, eso s¨ª, llena de sexo retorcido). Un juicio as¨ª s¨®lo est¨¢ al alcance de estrellas y millonarios. Ning¨²n ciudadano de a pie puede arriesgarse a un proceso que, adem¨¢s de asfixiarlo en un pi¨¦lago litigioso, en caso de perder le costar¨ªa muchos miles de libras esterlinas. Y, por otra parte, los jueces, con un criterio muy respetable, se resisten a dar sentencias que parezcan restringir o abolir la indispensable libertad de expresi¨®n e informaci¨®n, garant¨ªa de la democracia.
El periodismo escandaloso, amarillo, es un perverso hijastro de la cultura de la libertad. No se lo puede suprimir sin infligir a ¨¦sta una herida acaso mortal. Como el remedio ser¨ªa peor que la enfermedad, hay que soportarlo, como soportan ciertos tumores sus v¨ªctimas, porque saben que si trataran de extirparlos podr¨ªan perder la vida. No hemos llegado a esta situaci¨®n por las maquinaciones tenebrosas de unos propietarios de peri¨®dicos ¨¢vidos de ganar dinero, que explotan las bajas pasiones de la gente con total irresponsabilidad. Esto es la consecuencia, no la causa.
La ra¨ªz del fen¨®meno est¨¢ en la banalizaci¨®n l¨²dica de la cultura imperante, en la que el valor supremo es ahora divertirse, entretenerse, por encima de toda otra forma de conocimiento o quehacer. La gente abre un peri¨®dico -va al cine, enciende la televisi¨®n o compra un libro- para pasarlo bien, en el sentido m¨¢s ligero de la palabra, no para martirizarse el cerebro con preocupaciones, problemas, dudas. No: s¨®lo para distraerse, olvidarse de las cosas serias, profundas, inquietantes y dif¨ªciles, y abandonarse, en un devaneo ligero, amable, superficial, alegre y sanamente est¨²pido. ?Y hay algo m¨¢s divertido que espiar la intimidad del pr¨®jimo, sorprender al vecino en calzoncillos, averiguar los descarr¨ªos de fulana, comprobar el chapoteo en el lodo de quienes pasaban por respetables y mod¨¦licos?
La prensa sensacionalista no corrompe a nadie; nace corrompida, v¨¢stago de una cultura que, en vez de rechazar las groseras intromisiones en la vida privada de las gentes, las reclama, porque ese pasatiempo, olfatear la mugre ajena, hace m¨¢s llevadera la jornada del puntual empleado, del aburrido profesional y la cansada ama de casa. El ex ministro Ron Davies no fue v¨ªctima de la maledicencia reporteril, sino de la frivolidad, reina y se?ora de la civilizaci¨®n posmoderna.
? Mario Vargas Llosa, 1998. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1998.
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