Lecturas
Subo al expreso de Granada con esa novela inmortal, Middlemarch, de la c¨¦lebre George Eliot. Pero al ocupar mi asiento compruebo con horror que a mi lado un hombre de cejas hirsutas est¨¢ absorto en el Semana. Yo me concentro en la admirable prosa de la escritora victoriana y leo la fatal boda de Dorothea Brooke con el siniestro Edward Casaubon. Entretanto, mi compa?ero se ocupa del rom¨¢ntico paseo de Ra¨²l con la modelo Mamen Sanz. Sacudo la cabeza y me enfrasco en el ascenso del ambicioso doctor Lydgate, hasta que mi vecino se moja el pulgar con la lengua y lee que Lequio ha prestado un coche de Ana Obreg¨®n a su novia, Maribel Sanz. Yo vuelvo r¨¢pidamente a mi libro y a los avatares de esa flor de la femineidad que es Rosamond Vinci. Sin embargo, abrumado por la perfecci¨®n de una prosa que nunca podr¨¦ igualar, alzo los ojos y as¨ª me entero de que Pedja Mijatovic presenta a Anette, su verdadera novia. El se?or de las cejas, como por fastidiar, pasa p¨¢gina y ambos fruncimos el entrecejo: a Magic Andreu le ha abandonado su joven mujer, cielos, pobre Andreu. Carraspeo, me aflojo el cuello de la camisa y regreso a mi obra maestra de la literatura universal para inquietarme por la maldad del rico propietario Peter Featherstone. Un ruido de hojas a mi lado me distrae y all¨ª est¨¢n las primeras fotos de la duquesa de Alba tras la boda de su hija. Parece que llor¨® mucho, pero en privado, y que la ni?a Rebeca de Capuchinos la ayud¨® en un acto ben¨¦fico. El tren se detiene. ?Dios m¨ªo, Granada! Recojo mis trastos y me apeo a toda prisa no sin antes fulminar al del Semana con una mirada de desprecio digna de Will Ladislaw, el artista de mi novela. Piso el and¨¦n muy concernido. ?C¨®mo es posible que hombres hechos y derechos pierdan el tiempo leyendo semejantes revistas? ?Cu¨¢nta barbarie hay en Espa?a!
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