El rosario de su madre
Est¨¢ demostrado cient¨ªficamente: la mayor¨ªa de los taxistas que llevan un rosario colgado del espejo retrovisor tienen peor car¨¢cter que los que llevan unos zuecos asturianos. Adem¨¢s son casi todos pinochetistas.Les ha venido Dios a ver con el asunto ¨¦ste del torturador chileno, porque hasta ellos mismos se hab¨ªan dado cuenta de que no pod¨ªan continuar reivindicando a Franco sin mostrarse necr¨®filos o necr¨®fagos y asustar a la clientela.
Pinochet, aunque en avanzado estado de putrefacci¨®n, todav¨ªa se mueve, por lo que se le pueden dar vivas sin que le confundan a uno del todo con Mill¨¢n Astray, el novio de la muerte.
El otro d¨ªa tom¨¦ un taxi en L¨®pez de Hoyos y en cuanto vi el rosario de su madre oscilando a manera de p¨¦ndulo bajo el retrovisor me dije malo malo. Comenzaban en ese instante las noticias de las dos y le ped¨ª al taxista que subiera un poco el volumen de la radio, para ver c¨®mo andaba el mundo.
El individuo me mir¨® con expresi¨®n airada y, sospechando que esperaba o¨ªr algo estimulante sobre Pinochet, se limit¨® a llevar la mano hasta el receptor fingiendo que giraba el mando para dejarlo como estaba.
Como no quer¨ªa discutir, avanc¨¦ la cabeza y torc¨ª el rostro colocando la oreja en direcci¨®n al aparato. Pens¨¦ que quiz¨¢ viendo padecer de aquel modo a un cliente, el servidor p¨²blico se conmover¨ªa, pero no. Entonces, me dirig¨ª de nuevo a ¨¦l:
-Creo que no me ha o¨ªdo usted. Le he pedido que suba la radio, por favor.
-Pero si la he subido -protest¨®.
-Pues todav¨ªa no la oigo -insist¨ª.
De mala gana, se inclin¨® sobre el aparato y fingi¨® una vez m¨¢s que sub¨ªa el volumen cuando en realidad lo puso algo m¨¢s bajo.
Luego perdi¨® la mirada en el tr¨¢fico, para no enfrentarse a mi gesto de perplejidad. El crucifijo del rosario se mov¨ªa a manera de p¨¦ndulo, pero en lugar de hipnotizarme, que es para lo que sirven los p¨¦ndulos, y los crucifijos, me exasper¨®.
Estaba, pues, d¨¢ndole vueltas al modo de responder a aquella provocaci¨®n cristiana cuando advert¨ª que el sujeto ten¨ªa forrado el taxi con duras advertencias a los fumadores, as¨ª que saqu¨¦ un paquete y encend¨ª un cigarro.
El hombre me observ¨® desconcertado a trav¨¦s del espejo y durante unos segundos no fue capaz de reaccionar. Deb¨ªa de ser el primer pasajero que se le rebelaba desde la ascensi¨®n o la asunci¨®n de ?lvarez del Manzano a la alcald¨ªa. No obstante, pasado el primer momento de estupor, se volvi¨® ligeramente y escupi¨® por la comisura:
-No se puede fumar en este coche.
-No me hab¨ªa dado cuenta -respond¨ª cort¨¦smente, y fing¨ª que apagaba el cigarro en el cenicero con un gesto semejante al utilizado por ¨¦l para fingir que sub¨ªa el volumen de la radio. Luego continu¨¦ dando caladas con naturalidad, mientras aparentaba escuchar las noticias de la radio.
El hombre se qued¨® seriamente preocupado y al poco, ya con la seguridad menos entera, insisti¨®:
-Creo que no me ha entendido usted. En este coche no se puede fumar.
-Pero si ya he apagado el cigarro -dije, y volv¨ª a llevarlo al cenicero con el gesto de aplastar la brasa, aunque manteni¨¦ndolo encendido.
-Est¨¢ bien -dijo-. Yo subo la radio y usted apaga el cigarro.
-Pero si la radio est¨¢ muy alta, hombre de Dios. Y el cigarro ya est¨¢ apagado hace un rato -respond¨ª ech¨¢ndole el humo a la cara sin contemplaciones.
Entonces detuvo el coche a la derecha, obligando a frenar bruscamente al de atr¨¢s, y grit¨®:
-?Deje de fumar ahora mismo!
-No me da la gana -respond¨ª en voz baja.
Se acerc¨® un guardia para ver qu¨¦ pasaba, y yo dije que no estaba dispuesto a apagar mi cigarro hasta que ¨¦l no subiera la radio.
Como esta gente tan agresiva tiene mucho miedo a la autoridad, cedi¨® al fin de mala gana y subi¨® el volumen justo en el momento en el que dec¨ªan que hasta el 2 de diciembre no sabr¨ªamos si Pinochet era inmunodeficiente o deficiente a secas.
Entonces me baj¨¦ del coche, y ya desde la acera dije humildemente al taxista:
-Ave Mar¨ªa Pur¨ªsima.
-?Sin pecado concebida, imb¨¦cil! -vocifer¨® ¨¦l. Y eso fue todo.
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