Corazones y prohibiciones
En Cuba han prohibido las revistas espa?olas del coraz¨®n. Uno no es partidario de que se proh¨ªba ning¨²n ¨®rgano de informaci¨®n, aunque pueda ser deleznable. Larra alababa la censura del buen gusto; no estoy de acuerdo, pero no me gusta llevarle la contraria a Larra. Lo que le pide a uno el cuerpo es no llev¨¢rsela en este caso (y en el de la prohibici¨®n de la novelista rosa por excelencia, que a m¨ª me enternece que un Gobierno sea capaz de preocuparse de eso, porque indica que la literatura sigue siendo la literatura, a despecho de algunos sedicentes posmodernos).Pero voy a llevarle la contraria a Larra, que adem¨¢s su alma adorable -estoy seguro- no va a enfadarse, porque llevamos m¨¢s de un siglo d¨¢ndole la raz¨®n en todo: en el estado de las oficinas, en el analfabetismo, en la incivilidad nacional, y ¨²ltimamente hasta en lo del divorcio. Por una vez no se va a enfadar.
Pero algo habr¨ªa que hacer con estas revistas, con las escritas y con las televisivas. Algo as¨ª como lo que se hace con la pornograf¨ªa, que se vende plastificada y con indicativos y que no est¨¢ -no debiera estar- en un lugar destacado en los quioscos. Y en televisi¨®n habr¨ªa que recuperar los rombos, para que se supiera de qu¨¦ va. Como se sabe con las pel¨ªculas X. Yo no quiero quitarles a las marujas distinguidas y no distinguidas su raci¨®n de pornograf¨ªa semanal, pero s¨ª quiero al menos que sufran un poco, que tengan que arrancar los pl¨¢sticos, soportar un anagrama indicador y que paguen un sobreprecio. Porque estoy harto de los corazones y los est¨®magos y los l¨ªos, de que yo no desmiento, de que me dej¨¦is, de que mi vida privada es s¨®lo m¨ªa y de las exclusivas que yo vendo, como dicen las estrellas sociales.
Uno est¨¢ hasta las narices de que las televisiones p¨²blicas gasten lo que gastan en invitar a dichas estrellas para que nos cuenten su vida o en hacer reportajes de seguimiento de Oc¨¦ano Florido y Lluvia de Pitimin¨ª. En ¨²ltima instancia, me da igual que la publicidad acuda a dichos programas, porque lo de la publicidad en las televisiones p¨²blicas es una f¨¢bula para idiotas. Uno, simplemente, no quiere que la televisi¨®n p¨²blica retransmita las bodas de las condesas. Y uno, que es antiguo y cree todav¨ªa en la salud p¨²blica, cree que los gobiernos, los nacionales y los regionales, debieran tomar medidas para que las condesas y las actoras y las juradas y otras estrellas sociales dejaran de darnos la lata a cada momento.
Pido un poco de pl¨¢stico y de escondites para las revistillas ¨¦stas, que a su manera no dejan de vender pornograf¨ªa. Y de la mala, adem¨¢s. Recuerdo una ma?ana en un aeropuerto. Se publicaban en el cuch¨¦ los cuartos de ba?o y la casita del perro y la habitaci¨®n del gato y el dormitorio de las criadas y todo eso de una de nuestras m¨¢ximas estrellas sociales. Casi toda la sala de espera estaba leyendo la revistilla. Cu¨¢nto silencio, cu¨¢nta atenci¨®n, qu¨¦ concentraci¨®n. Eso eran lectores y lo dem¨¢s es nada.
Por eso, pido siquiera un poco de pl¨¢stico y de sobreprecio. No es pedir demasiado. En Cuba son mucho m¨¢s expeditivos. Pero, en fin, la democracia tiene que servir incluso a sus malos amigos, porque no creo que esa aristocracia que se vende en el cuch¨¦ favorezca mucho el sentido de la igualdad y contribuya a que conozcamos el verdadero mundo en que vivimos.
Yo s¨¦ que lo pol¨ªticamente correcto es callarse y encogerse de hombros ante estas cuestiones que algunos consideran triviales. Pero uno no est¨¢ por la labor de callarse, mientras lo dejen. Si alguien piensa que uno es intolerante, all¨¢ ¨¦l con la monserguita. Como dec¨ªa don Quijote, leoncitos a m¨ª y a tales horas... Pues no, a otro, a otros, con los leones y el cuch¨¦. Siento mucho los perjuicios que esto pueda ocasionarles.
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