Debajo de
Debajo de la solemne peluca de un lord hereditario se abre un abismo de ocho siglos de privilegios y alcoholes de malta; un castillo con fantasma a tiempo parcial y s¨¢banas de hilo; una perfumada rosaleda con versos de Shelly; una cabeza de gaitero escoc¨¦s, sobre la chimenea; y la astucia del zorro. Pero debajo de esa peluca ha prendido sorprendentemente la lumbre de unos derechos humanos que se marchitaban en el escaparate de todo a cien. Milord ha despojado el asesinato y la tortura del b¨¢rbaro de ese pretendido ed¨¦n de la inmunidad. La historia se pone al paso, por fin. Debajo de la gorra de plato de Augusto Pinochet, obsequio de los ropavejeros del nazismo, se excav¨® la fosa com¨²n de la dignidad; la caverna encharcada de sangre de la democracia; una chatarrer¨ªa de sables y de m¨¢quinas de cercenar dedos, test¨ªculos, ideas; la perversi¨®n coronada de guirnaldas por las se?oras coronelas; toda una topograf¨ªa de enterramientos clandestinos; las piezas de una infancia de pobladores para el martini dry de los monteros de la oligarqu¨ªa; la corrupci¨®n y el saqueo de una patria que era futuro y canci¨®n. Debajo de la gorra de plato de Augusto Pinochet hab¨ªa un ¨ªnfimo cr¨¢neo de granito y un abastecido censo de monstruosidades. Debajo de la calvicie del fiscal Fungairi?o apenas si quedan las heces de su abominable argumento: el genocidio no fue m¨¢s que una interrupci¨®n temporal del orden constitucional. Pero hoy exhibe la alopecia ca¨ªda y ruborizada: el juez Baltasar Garz¨®n, la Audiencia Nacional, los cinco lores del Tribunal de Apelaci¨®n y un clamor de pueblos, lo han expuesto a la verg¨¹enza p¨²blica, con sus fascios al aire. Debajo del pelo como engominado del presidente Aznar se mueve un respeto fervoroso por la justicia. P¨¢lido y triste balbuce¨®: no s¨¦ qu¨¦ tienen que ver los fiscales -Cardenal y Fungairi?o- con los lores. Ni con los lores, ni con los derechos humanos, ni con las leyes internacionales. Son retablos de un pasado de a?oranzas, al que Aznar le pasa el plumero, en la intimidad. Cuando el fallo de la C¨¢mara se le notific¨® a Augusto Pinochet, algunos dicen que solloz¨® pat¨¦ticamente. Otros aseguran que s¨®lo fue cosa de su naturaleza de hiena. En cualquier caso, ahora el aire es m¨¢s solidario y huele a vino espumoso.
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