El d¨ªa en que el centro se qued¨® peque?o

Por m¨¢s que hac¨ªan fuerza, unos no pod¨ªan salir y otros no pod¨ªan entrar. Eran poco m¨¢s de las seis de la tarde de ayer y la salida a la calle Mayor desde la estaci¨®n del metro de Sol se encontraba al l¨ªmite del colapso. Se escuchaban algunos lamentos de ni?os y la fila no avanzaba. En la superficie, la postal no variaba: gente y veh¨ªculos taponando las calles; bocinazos, insultos. Fue el anuncio de las Navidades, adelantado por el largo fin de semana y el centro se qued¨® peque?o."?C¨®mo que hay que hacer cola para salir?". La mujer se hab¨ªa apeado del metro y no ve¨ªa forma de alcanzar la calle. Iba con su hijo a ver el tradicional espect¨¢culo de Cortylandia, en el centro comercial situado en la calle de Preciados. Casi toda la gente estaba all¨ª por lo mismo, pero nadie les hab¨ªa avisado con lo que se iban a encontrar. Ni una se?al en el metro, ni un cartel indicador en las calles de acceso.

El descontrol lleg¨® al tope entre las seis y las ocho de la tarde, aunque hab¨ªa empezado ya antes del mediod¨ªa. La Polic¨ªa Municipal no imagin¨® un atasco semejante. "Se combinaron todos los factores posibles", se?al¨® anoche un portavoz: "Los ni?os no tuvieron clases, vino gente de otras ciudades, muchos madrile?os no trabajaron y, para peor, muchos s¨ª lo hicieron. As¨ª la situaci¨®n es incontrolable. No podemos prohibir acudir al centro", indic¨®.

La cara de Jorge Pe?a reflejaba resignaci¨®n. "Llevo una hora y media aqu¨ª, en el coche. Ya no s¨¦ qu¨¦ hacer", coment¨®, cerca de la plaza del Carmen. S¨®lo buscaba un lugar para dejar el veh¨ªculo. Tras ¨¦l, una fila de autom¨®viles cuyo final no se ve¨ªa. Los aparcamientos del centro estuvieron repletos toda la tarde hasta la noche. Muchos, impacientes, estacionaron en las aceras.

Mayor result¨® la sorpresa de Juan Antonio Sierra. Cuando fue a recoger su autom¨®vil, en la calle del Maestro Victoria lo encontr¨® rodeado de personas. No una ni diez. Hab¨ªa miles. El hombre no hab¨ªa previsto, al dejarlo a las cuatro de la tarde, que a pocos metros de all¨ª, a partir de las seis, comenzaban a moverse los mu?ecos de Cortylandia. Tuvo que irse y buscar otro momento para volver. "Espero que mi mujer me crea", brome¨®.

En el metro no hab¨ªa ¨¢nimo para chistes. "Aqu¨ª puede ocurrir una tragedia en cualquier momento. No puede ser que nadie preste atenci¨®n a esta locura", indic¨® Mar¨ªa Arredondo, en la estaci¨®n Sol. La gente que empujaba para entrar se topaba con los que quer¨ªan salir. Y entre empell¨®n y empell¨®n segu¨ªan llegando trenes repletos.

Dos guardias jurados ubicados ante los molinetes de la salida a la calle Mayor s¨®lo atinaban a aconsejar a los viajeros que probaran a ir por otra salida. "?C¨®mo quiere que controlemos esto, se?ora?, respondi¨® uno de los vigilantes a una mujer que, ofuscada, les ped¨ªa soluciones. "Aqu¨ª tendr¨ªa que venir el alcalde y ver lo que est¨¢ pasando en su ciudad", grit¨® la mujer y se puso en la fila para alcanzar la superficie.

Los ¨²nicos que parecieron no preocuparse fueron los ni?os. Frente la fachada estilo palacio babil¨®nico del Cortylandia de este a?o, cantaron villancicos y aplaudieron a los pavos reales que animaron el espect¨¢culo. Para ellos el atasco fue lo de menos.