'Karaoke'
Se?or Defensor del Pueblo:Soy viudo, setent¨®n, coqueto, profesor de literatura jubilado. Todo el mundo me llama don Ramiro. Siempre fui jaranero y cantar¨ªn, sobre todo en el crep¨²sculo y en la baja madrugada. Pero hace tres a?os muri¨® mi esposa y me dej¨® perplejo de por vida. Cuando se aproxima la Navidad y la calle se emborracha de bombillas, la ausencia me abruma. S¨®lo puedo paliar la tristeza con el amor apasionado que siento por Madrid (aunque mantengo relaciones esquivas con el chotis).
Se?or Defensor del Pueblo, ¨¦ste es un alegato radical por la vuelta del cante a las tabernas de nuestra capital. Me refiero al cante espont¨¢neo de artistas an¨®nimos que de vez en cuando les da el arrebato a pie de barra y se arrancan por buler¨ªas o perpetran un bolero imposible ante el pasmo de la concurrencia. Los ciudadanos, se?or, precisan espantar melancol¨ªas e inventar carcajadas. Y esas cosas s¨®lo se hacen cantando y echando fuera ese arte que llevamos dentro y que no se puede aguantar. Sin pecar de inmodestia, a m¨ª se me dan muy bien el tango y Louis Armstrong. Tambi¨¦n s¨¦ imitar a Buster Keaton.
Ante la ominosa falta de tascas donde explayar la garganta y las facultades art¨ªsticas del pueblo an¨®nimo, el karaoke es una inyecci¨®n de insulina en todas las esencias ancestrales de nuestra patria. Madrid se ha rendido al invento oriental. Cualquier canalla se puede lucir fusilando a Jos¨¦ Luis Perales. Se?or Defensor, le confieso que yo a veces me muero de risa en esos locales. Llevo a un amigo, lo emborracho, lo ensoberbezco, apuesto lo que sea y miento como un bellaco. Pero consigo que salga al escenario tambale¨¢ndose y arremeta contra Julio Iglesias. Me desternillo. Pero as¨ª, a lo tonto, ahuyento la misantrop¨ªa y agarro unas casta?as potentes pero graciosas.
Como imagino que usted anda siempre abrumado por lo que le ha ca¨ªdo encima, le invito a que venga conmigo al karaoke de vez en cuando. Es un remedio fabuloso para el estr¨¦s.
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