Cuba ausente
Fascinaci¨®n es la palabra que mejor define el impacto ejercido por Cuba sobre muchos espa?oles, especialmente en esta ¨²ltima d¨¦cada. Para el turismo sexual, por razones obvias. Para los grandes empresarios, por las importantes ganancias de hoy y ante el futuro tur¨ªstico de la isla. Para algunos sectores de la izquierda, porque es el ¨²ltimo clavo ardiendo al que agarrarse tras la ca¨ªda del muro. El libro de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n que acaba de aparecer, Y Dios entr¨® en La Habana, les proporcionar¨¢ sin duda argumentos para perseverar en su fe.Ahora bien, a pesar de las 700 p¨¢ginas, puede decirse que Cuba est¨¢ ausente de la obra. Sorprendentemente, sobra ¨¦lite y falta una visi¨®n desde abajo. Hay conversaciones de todo tipo con intelectuales y bur¨®cratas del r¨¦gimen, expertos en componer la figura, hablar de cambios venideros y desmarcarse del estilo de pensamiento sovi¨¦tico. Pero estos tipos simp¨¢ticos y cordiales sirven para entender la intelligentsia en s¨ª misma, no para adentrarse en el mundo de Fresa y chocolate o Guantanamera. Tampoco hay espacio en Y Dios... para la disidencia interior, para los Elizardo S¨¢nchez o Gustavo Arcos, o para el obispo de Santiago, a quienes se menciona, pero respetando la censura de un r¨¦gimen que centra sus esfuerzos en hacerles invisibles. Cabe preguntarse entonces qu¨¦ dem¨®crata es el que en medio de una dictadura tapa la voz a los dem¨®cratas. Claro que, si les ofreciera esa voz, se habr¨ªan acabado los gestos de fraternidad. El castrismo tiene sus reglas de tr¨¢fico precisas, como buena dictadura que es, y significativamente MVM aparenta moverse por Cuba como si no existieran.
Es obvio que aqu¨¦llos que se oponen o disienten del r¨¦gimen de Castro no son de su preferencia. "En Miami est¨¢n los peores", se le escapa. De un lado, porque, seg¨²n ley general que enuncia, lo hace por superar un complejo de culpa. Olvida as¨ª que las cosas son posiblemente m¨¢s sencillas: se critica una revoluci¨®n, porque merece ser criticada. Y de otro lado, porque, seg¨²n la vieja t¨¦cnica con marca de la casa, el cr¨ªtico algo llevar¨¢ dentro para escribir o hablar como escribe y habla. "Es un comemierda", proclama la interlocutora oficialista sobre Carlos Franqui sin rodeos. O, como en la dolorosa menci¨®n de Manuel Moreno Fraginals, "el en otro tiempo considerado mejor historiador cubano" (por lo visto, t¨ªtulo que se pierde autom¨¢ticamente al residir en Miami), quien, al convertirse en cr¨ªtico de Castro, se merece que se le recuerden hasta sus escarceos amorosos. La lealtad marca la divisoria. Lo que crea MVM es entonces una cortina de humo sobre esa realidad cubana de que todos los interlocutores de MVM hablan y hablan. Pero nunca la palabra es concedida a esas clases populares que disfrutan de la revoluci¨®n y de su miseria. Se predica sobre ellos, sobre sus sentimientos de necesaria adhesi¨®n a Castro, pero, despu¨¦s de aludir a las dificultades de abastecimiento y a los cerdos criados en las ba?eras, el autor regresa al Meli¨¢-Cohiba. Si se adentrara por ese peligroso terreno lo m¨¢s f¨¢cil es que tampoco le dejasen seguir. Pero, de lograrlo, quiz¨¢ descubrir¨ªa que si hay consenso aparente en la sociedad cubana es por el car¨¢cter delictivo que se asigna a toda opini¨®n cr¨ªtica y que si las cosas funcionan mal no s¨®lo es por el bloqueo. Podr¨ªa relatar lo que supone el esfuerzo para sobrevivir trapicheando, entre la presi¨®n policial y la corrupci¨®n del sistema, sorteando denuncias del CDR.
Claro que entonces dejar¨ªa de tener sentido la oposici¨®n fundamental entre "la ciudad de los esp¨ªritus" (La Habana) y "la de la barbarie" (Miami). Pero es que en Y Dios... no se trata de los cubanos, a quienes les toca malvivir soportando que Castro les imponga la revoluci¨®n para que muchos componentes de la izquierda europea, como MVM, mantengan la fe en lo que en otros lugares se ha perdido. Cuba es su cielo y, como todos los cielos, azul y hermoso, con el Sat¨¢n norteamericano que justifica imperfecciones y periodos especiales. "Y Dios entr¨® en La Habana", es decir, Castro entr¨® en La Habana y construy¨®, dictadura mediante, el para¨ªso. "Gracias por devolvernos la utop¨ªa", dec¨ªa a los intelectuales cubanos hace poco uno de esos creyentes, que, bien abastecido en el infierno, se preocupa tambi¨¦n ante V¨¢zquez Montalb¨¢n del vicio nefando del consumismo que amenaza con alcanzar a los cubanos. Lo que la mayor¨ªa de ¨¦stos, si pudieran, dir¨ªan de -llamar¨ªan a- estos turistas pol¨ªticos que pretenden conservarles en la condici¨®n de ¨¢ngeles forzosos de la revoluci¨®n queda ya citado en otra parte de este art¨ªculo.
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