Navidad
La alegr¨ªa tiene un precio, y el de las navidades es ciertamente alto. Unas cien mil pesetas por cabeza es lo que, seg¨²n cuentan, nos vamos a gastar los madrile?os en estas fiestas.Y cuando digo cabeza no s¨®lo me refiero al cabeza de familia, sino a todas y cada una de las cabezas que la componen, incluida la de la abuela y el reci¨¦n nacido. El dato, por supuesto, est¨¢ basado en un c¨¢lculo estad¨ªstico al que hay necesariamente que aplicar la famosa teor¨ªa del pollo, esa que atribuye el consumo de medio ejemplar por persona, aunque una se coma el ave entera y otra ni la pruebe.Sea como fuere, resulta evidente que la Navidad mueve tal volumen de recursos que a veces cuesta recordar el sentido primigenio que tuvo la fiesta. Un ejercicio m¨ªnimo de sinceridad nos obliga a reconocer que por encima de todo estas fechas constituyen un gran festival del dispendio. Derroche al que nos vemos forzados por el h¨¢bito creciente del intercambio de regalos que el comercio estimula h¨¢bilmente para mejorar su cuenta de resultados. Fruto de ese acicate consumista, no s¨®lo ha conseguido extender a los amigos, compa?eros y familiares lejanos la costumbre de regalar el D¨ªa de Reyes, sino que est¨¢n introduciendo la pr¨¢ctica de obsequiar alg¨²n presente tambi¨¦n en Nochebuena o Navidad.
Nos encontramos as¨ª con una tarea cicl¨®pea como es la de seleccionar y abordar la compra de numerosos objetos destinados a las personas cuyos gustos o necesidades muchas veces desconocemos. El resultado frecuentemente es la recepci¨®n de una suma considerable de obsequios in¨²tiles o que no nos proporcionan la menor satisfacci¨®n por elevado que haya sido su precio. Un disparate desde el punto de vista de las organizaciones de consumidores, que reclaman una actitud m¨¢s serena y moderada por parte de los ciudadanos a la hora de acudir a las tiendas y centros comerciales. Actitud que contrasta sin embargo con la opini¨®n de los comerciantes, que ya no dudan en expresar la necesidad de mantener ese alto nivel de consumismo durante el periodo navide?o para poder cerrar sin p¨¦rdidas el a?o y mantener los puestos de trabajo en el sector. Se afanan as¨ª en cada edici¨®n por adelantar en lo posible la campa?a de Navidad, hasta el punto de que, de seguir insistiendo, en unos a?os empezar¨¢n con los villancicos en el mes de agosto. De momento ya nos encienden la iluminaci¨®n de Navidad un mes antes de Nochebuena para esc¨¢ndalo de ecologistas, que consideran un aut¨¦ntico despilfarro enchufar las 760.000 bombillas que componen este a?o el ornamento lum¨ªnico en las calles de la capital. De nada sirve que les expliquen que una buena parte de esas luces salen de las cajas registradoras de los tenderos que quieren ver ambiente en la v¨ªa p¨²blica. Las organizaciones conservacionistas hacen c¨¢lculos y traducen el gasto de energ¨ªa el¨¦ctrica al volumen de emisiones contaminantes que cuesta generarla, propugnando as¨ª la necesidad de mantener el montaje apagado al menos hasta una semana antes del 24 de diciembre.
En el esfuerzo inversor de la Navidad hay dos aspectos m¨¢s que merecer¨ªan tratamiento espec¨ªfico: uno es el de los juguetes, y el otro, el de la ingesti¨®n de alimentos y bebidas alcoh¨®licas. Nunca estuvo cient¨ªficamente probado que los seres humanos tengamos m¨¢s hambre en estas fechas que el resto del a?o, a pesar de lo cual sometemos al aparato digestivo a un calvario de cenas y comidas pantagru¨¦licas que, a golpe de atrac¨®n, cuando llegue Reyes habr¨¢ quedado hecho unos zorros. A¨²n m¨¢s abusivo es el trato que recibe el h¨ªgado. En las celebraciones navide?as en Madrid se ingiere el 35% del alcohol que consumimos en todo el a?o, sin que ese ¨®rgano haya sido especialmente entrenado para afrontar tal inundaci¨®n. Con los juguetes tambi¨¦n hay borracheras importantes. Los ni?os son obsequiados con tanta abundancia que ya no saben a qu¨¦ jugar y terminan por hacerlo manipulando una vieja caja de cart¨®n. Se supone que ¨¦sta es la fiesta del cari?o, la de los buenos deseos y la solidaridad. Una fiesta que celebramos obsequiando a los que apreciamos y disfrutando de la buena mesa. Que el consumo desaforado no nos haga olvidar la esencia de la Navidad.
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