El lector
?A qui¨¦n le interesa el libro de memorias de un cr¨ªtico literario? A sus criticados, en principio, pues buscar¨¢n en ese libro enemigo defectos paralelos, y por supuesto superiores, a los que el cr¨ªtico hall¨® en los suyos. ?Y a qui¨¦n m¨¢s interesan las memorias de un cr¨ªtico? En un pa¨ªs normal, a casi todo el mundo de la cultura, pues la fabricaci¨®n intelectual de la gente se basa en su capacidad para generar un entorno de lectores responsables, interesados en el entendimiento de la realidad a partir de los libros que se publican. Pero ¨¦ste no es un pa¨ªs normal, y a los cr¨ªticos, y a sus criticados y a sus lectores, esto les afecta en alto grado. El otro d¨ªa se preguntaba ante unos amigos el magistrado Francisco Rubio Llorente por las razones que hacen tan dif¨ªcil y arriscada la cr¨ªtica y el entendimiento de la cr¨ªtica en Espa?a; y alguien de la reuni¨®n le respondi¨® al ilustre jurista que esto se produce porque existe entre nosotros muy poca nobleza; esa ausencia de nobleza afecta a la vida cotidiana y, por supuesto, al ejercicio de la cr¨ªtica. En el ¨¢mbito estricto del entendimiento de los libros, esa situaci¨®n innoble del esp¨ªritu lleva a sospechar siempre: los libros que salen bien tienen esa consideraci¨®n porque los cr¨ªticos son amigos del autor; el lado contrario de esta suposici¨®n -los cr¨ªticos reaccionan por enemistad- es a¨²n m¨¢s abundante; se incrementan entre nosotros esas suposiciones y a ellas se a?aden las posibles bander¨ªas a las que responden con las actitudes de unos y de otros. Acaso ese fuego cruzado ha hecho tambi¨¦n de la cr¨ªtica p¨²blica de los libros un ejercicio demasiado endog¨¢mico, pues no siempre tiene al lector como destinatario, sino que persigue otro p¨²blico, mucho m¨¢s reducido, el de los autores y criticados, que reaccionan al ritmo del gui?o o del codazo.En los ¨²ltimos 30 a?os este pa¨ªs ha tenido muchos lectores, como es natural, pero ha tenido tambi¨¦n un lector singular, enciclop¨¦dico, mani¨¢tico, voraz, Rafael Conte, que ha tenido la ocurrencia de escribir sus memorias, que aparecen en Espasa bajo el t¨ªtulo de El pasado imperfecto. ?A qui¨¦n le interesan? Al principio, cuando se hojean, parece que s¨®lo van a interesar a los criticados para bien y para mal; pero si uno traspasa el dif¨ªcil umbral de esa sospecha, se verifica enseguida que en este libro desordenado y vertiginoso, hecho a brazadas, que ha escrito Rafael Conte hay no s¨®lo una memoria sino una autocr¨ªtica; miembro de una generaci¨®n machacada por las consecuencias de la innobil¨ªsima guerra civil, tiene el valor aqu¨ª de hacer p¨²blicas las verg¨¹enzas privadas a las que oblig¨® aquel periodo de ciudadan¨ªa capada, y aprovecha adem¨¢s para hacer el autorretrato, muchas veces hecho pedazos, de un hombre contempor¨¢neo cuya melancol¨ªa civil s¨®lo se paliaba en el refugio de los libros.
El aliento de urgencia que tiene el libro tambi¨¦n transparenta ese deseo, noble, de autocr¨ªtica que anima a Rafael Conte; a veces se le ve, en este libro, agarr¨¢ndose como un solitario perplejo que nunca pudo dejar la mirada defectuosa de la adolescencia al sentimiento escaso y a veces abrupto de la amistad; desfilan personajes de los que vive su memoria, como Benet, Garc¨ªa Hortelano o And¨²jar; pero no es aqu¨ª importante la cr¨®nica literaria: llega a la intimidad, un poco reiterativa de aquel entonces, y edifica un volumen cuya precipitaci¨®n le lleva a veces a la generosidad excesiva de los abrazos, porque los necesita; as¨ª es Conte, as¨ª es este lector que llegaba a la redacci¨®n en las primeras horas de la ma?ana quej¨¢ndose animadamente de un universo que no hab¨ªa sido capaz de eliminar todo lo que no fuera la obligaci¨®n de leer.
?A qui¨¦n le interesar¨¢n estas memorias? ?l dice que el lector tiene que salir de los libros animado por una nobleza mayor que la que ten¨ªa cuando entr¨®. Tocar este pasado imperfecto es entender un poco mejor por qu¨¦ Conte se refugi¨® en los libros, es ¨¦l mismo una biblioteca de sus gustos propios a los que la insistencia profesional arranc¨® el calificativo de lector, su vocaci¨®n, para obligarle a la impostura del cr¨ªtico, oficio dif¨ªcil en un pa¨ªs en el que nadie nunca cree nada.
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