Amedrentar jueces
La mayor garant¨ªa del ejercicio acertado de las funciones judiciales es la independencia del juez. ?sta nunca es perfecta, pero el ordenamiento puede aproximar la situaci¨®n a lo m¨¢s pr¨®ximo a esa perfecci¨®n. El juez no es un sujeto aislado, que vaga por el espacio social como un ente desprendido; forma parte de la sociedad en la que vive, y participa, de una u otra forma, de los valores, aspiraciones, problemas de esa sociedad; un juez ser¨¢, por tanto, dependiente de su modo de inserci¨®n en la colectividad, de lo que Bacon llamaba los "idola", como cualquier otro ciudadano; dos jueces de distintas convicciones, y a igualdad de las dem¨¢s circunstancias, quiz¨¢ no resolver¨¢n de id¨¦ntica manera el mismo caso. Los jueces no son aut¨®matas; si fuera as¨ª, podr¨ªamos sustituirlos por ordenadores, menos expuestos a la ignorancia y a la presi¨®n exterior. Pero no ser¨ªa una situaci¨®n ideal; un juicio implica valoraciones; un juicio es cosa de hombres, no de m¨¢quinas; la funci¨®n judicial es humana, no autom¨¢tica. Pero no s¨®lo son rechazables supuestos de dependencia judicial jer¨¢rquica o indirecta; a la hora de tomar decisiones el juez depende tambi¨¦n de la opini¨®n hecha p¨²blica; algunos tienen m¨¢s respeto humano que otros, m¨¢s o menos temor o sensibilidad a las manifestaciones de esa opini¨®n. Nadie puede evitar que sea as¨ª; pero hay expresiones p¨²blicas que se concentran en los jueces de una manera feroz, con descalificaciones, amenazas, incluso insultos y calumnias, que pueden condicionar sus decisiones; m¨¢s a¨²n, se expresan con ¨¢nimo de influir en esas decisiones, creando el miedo o la angustia del juez. Parece que una forma de quebrar la independencia de alguien es provocar en ¨¦l temor a las consecuencias personales de una decisi¨®n pasada (que condicionar¨¢ su actitud en otras posteriores) o futura. La presi¨®n puede ser insufrible.
La cuesti¨®n es muy delicada porque se tropieza, como es obvio, con el principio constitucional y fundamento de una sociedad libre, no oprimida, que es la libertad de opini¨®n, o sea, la de cr¨ªtica. Una extralimitaci¨®n de la cr¨ªtica puede arruinar la independencia; una limitaci¨®n de la cr¨ªtica puede ser ra¨ªz de la p¨¦rdida o disminuci¨®n de las libertades.
El caso es que, al final, quien tiene que encontrar el equilibrio entre la libertad de expresi¨®n y el derecho de la gente a una justa tutela judicial son los propios jueces; es decir, jueces colocados en alg¨²n lugar de la organizaci¨®n judicial. La realidad es que, por una v¨ªa u otra, al final quien establece los l¨ªmites es el Tribunal Supremo, en algunas de sus Salas (penal o de lo contencioso, generalmente), o el Constitucional; el Consejo del Poder Judicial es un ¨®rgano de gobierno, pero sus resoluciones sancionadoras tienen por encima al TS. Ser¨ªa muy de celebrar que los jueces velaran con escr¨²pulo por la independencia de los jueces, poni¨¦ndolos en lo posible constitucionalmente al abrigo de abusos de medios de opini¨®n. Pero para ello han de realizar otra tarea paralela: actuar con rigor ante los abusos de los propios jueces. Aqu¨ª entra el esp¨ªritu corporativo: con frecuencia produce esc¨¢ndalo la lenidad con que act¨²a el Consejo General del Poder Judicial ante casos que suponen atentados graves al derecho de los ciudadanos a una justa tutela judicial; pero sobre todo sorprende la "comprensi¨®n" que el TS ha exhibido hist¨®ricamente frente a apariencias inadecuadas o verdaderos desafueros judiciales.
Esta lenidad corporativa coincide con un "cainismo" intrajudicial que suele estar te?ido de divergencia pol¨ªtica, y que es poco eficaz para atajar los abusos, porque no es extra?o que coincidan cainismo feroz y corporativismo protector. De antiguo es as¨ª, por ejemplo, en ciertos aspectos de la vida universitaria, o m¨¢s bien profesoral, que conozco bien; odio o desprecio profundos, pero, al final, hoy por ti, ma?ana por m¨ª.
Est¨¢ en manos de los jueces, y s¨®lo de ellos, de algunos de ellos, defender la independencia de todos frente a las asechanzas de unos medios que atacan a veces con ferocidad. Pero s¨®lo lo podr¨¢n hacer si esos mismos jueces, colocados en los ¨²ltimos escalones decisorios, son capaces de rigor con los que son de su gremio. Por ejemplo, como se han portado hace poco los jueces-lores con un colega.
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