La econom¨ªa de trueque
Un d¨ªa por la tarde est¨¢bamos viendo la televisi¨®n cuando llamaron a la puerta. Fue a abrir mi madre y apareci¨® al otro lado un individuo de dimensiones portentosas y aspecto bohemio que se identific¨® como el pintor Enrique Gran. En casa no ten¨ªamos tratos con artistas, ni con bohemios, por lo que a la amenaza de aquella presencia f¨ªsica imponente se sum¨® en seguida el desasosiego que produce la est¨¦tica cuando se presenta sin avisar.El pintor pregunt¨® por mi padre, que era un hombre menudo y sol¨ªa llevar zapatillas de cuadros y bat¨ªn, e inclin¨¢ndose hacia ¨¦l en medio de un pasillo de las dimensiones de un tubo, le dijo que ten¨ªa un grave problema y que un m¨¦dico le hab¨ªa dicho que s¨®lo Vicente Mill¨¢s se lo pod¨ªa arreglar.
El problema era que Enrique Gran hab¨ªa desarrollado de s¨²bito una alergia a la pintura y que al poco de ponerse a trabajar le sal¨ªan granos, o le picaba todo el cuerpo, no s¨¦, el caso es que no pod¨ªa acercarse a la paleta y los m¨¦dicos no encontraban el ant¨ªdoto para curarle.
Mi padre no era m¨¦dico. Se dedicaba a la electromedicina y fabricaba toda clase de aparatos, desde bistur¨ªes el¨¦ctricos a l¨¢mparas de quir¨®fano, pasando por unos electroshocks port¨¢tiles de su invenci¨®n que hicieron mucha fortuna en los manicomios de la ¨¦poca. De alergias no sab¨ªa nada, en fin, pero era un hombre que no pod¨ªa meterse en la cama sin haberse introducido previamente un problema de orden pr¨¢ctico en la cabeza, a modo de ansiol¨ªtico. Se enfrentaba a ellos como a dificultades narrativas, de forma que cuando daba con el hilo conductor del relato, se levantaba de la cama, se met¨ªa en su taller y a los pocos d¨ªas sal¨ªa con un artefacto entre las manos que tambi¨¦n ten¨ªa algo de novela.
A la semana siguiente regres¨® Enrique Gran y mi padre le mostr¨® una especie casco de buzo que hab¨ªa construido con un cubo de la basura invertido y del que sal¨ªan dos tubos que era preciso conducir hasta una ventana.
Un peque?o motor aspiraba el aire limpio por uno de los tubos y lo expulsaba, una vez usado, por el otro. El pintor se coloc¨® el artefacto con la ceremonia con que otros se prueban en el sastre una chaqueta y dio unos pasos con ¨¦l por min¨²sculo sal¨®n de casa. Parec¨ªa un astronauta de los que a?os m¨¢s tarde pisar¨ªan la luna. Recuerdo que durante la retransmisi¨®n del acontecimiento, lo primero que dijo mi madre al ver descender a Neil Amstrong de la nave fue eso:
-Se parece a Enrique Gran con el artefacto de vuestro padre. El pintor, en fin, se llev¨® el invento a su estudio, y pasados unos d¨ªas mi padre fue visitarle en compa?¨ªa de mi madre, que se puso para la ocasi¨®n un collar de perlas Maj¨®rica: la pobre estaba convencida de que combinaban muy bien con el ambiente bohemio.
Sorprendieron, seg¨²n contaban luego, al artista en plena faena, o sea disfrazado de astronauta, y mi padre qued¨® muy satisfecho de la movilidad de las extremidades y del rendimiento general del trasto. Gran, por su parte, estaba encantado y no sab¨ªa c¨®mo manifestar su agradecimiento a mi padre, que no quiso cobrarle nada. Mi padre nunca fue capaz de poner precio a sus inventos. Siempre so?¨® con el regreso a la econom¨ªa de trueque, donde las cosas que se intercambiaban entre s¨ª las personas eran reales. Muchas veces, en sus ¨²ltimos d¨ªas, se empe?aba en explicarme los mecanismos de esta forma de relaci¨®n:
-Si a ti te sobran gallinas, pero te faltan conejos, te acercas a un vecino que le sobren conejos y le falten gallinas y hac¨¦is un intercambio, ?comprendes?
-S¨ª, pap¨¢.
A Enrique Gran le deb¨ªa pasar lo mismo, porque a los pocos d¨ªas, un s¨¢bado por la tarde, son¨® el timbre de la puerta y cuando mi madre fue a abrir apareci¨® ¨¦l con tres cuadros suyos bajo el brazo.
Las pinturas m¨¢s importante que hab¨ªan lucido en las paredes de mi casa hasta entonces eran las de los calendarios de la Uni¨®n de Explosivos Riotinto (aquellas mujeres cazadoras de cuya cintura colgaban unas perdices muertas, ?recuerdan?), pero a Enrique Gran no le import¨® que sus hermosos cuadros convivieran con ellas. Muri¨® la semana pasada, abrasado en su estudio de la calle Treviana, en Ciudad Lineal.
Por lo visto, ten¨ªa problemas para moverse debido a una grave enfermedad. Si mi padre hubiera vivido, le habr¨ªa inventado un trasto para ir de un lado a otro a cambio de un dibujo.
Descansen en paz ¨¦l y la econom¨ªa de trueque.
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