Del "Beagle" al "Eagle", un viaje al para¨ªso del infierno
Reparta unos l¨¢pices entre sus amigos y p¨ªdales que dibujen un bi¨®logo trabajando. Obtendr¨¢ un bonito surtido de cazadores de mariposas, coleccionistas de malas hierbas y sujetos en calz¨®n corto retozando sin objetivo aparente por la cubierta de un barco de estabilidad dudosa. Describir la diversidad de la naturaleza, sin embargo, ya no es m¨¢s que una actividad marginal entre los bi¨®logos profesionales. Tire los dibujos y volvamos a empezar. Un estudiante de biolog¨ªa que piense dedicarse a la investigaci¨®n tiene por delante la siguiente perspectiva: una competici¨®n encarnizada con sus propios compa?eros de facultad para lograr alg¨²n tipo de beca de investigaci¨®n. Un m¨ªnimo de tres a?os encerrado en un laboratorio para sacar adelante una tesis doctoral basada en sus propios experimentos. Y un periodo impredecible -?cinco, diez a?os?- en otros laboratorios, generalmente extranjeros, pero indistinguibles del anterior, intentando amasar el suficiente n¨²mero de experimentos brillantes como para empezar a acariciar la idea de volver a su pa¨ªs antes de que el clima cambie a peor de manera irreversible.Tras esos 10 o 12 a?os, es muy improbable que nuestro bi¨®logo haya visto una sola mariposa. Alg¨²n cerdo, unas cuantas docenas de ratas y un par de millones de moscas son una apuesta mucho m¨¢s veros¨ªmil. Y cinco o seis pares de pantalones echados a perder por el fenol o por el ¨¢cido.
?Un paisaje infernal? Puede ser, pero ese infierno lleva dentro su para¨ªso, porque la investigaci¨®n biol¨®gica de calidad es ahora mismo una de las experiencias intelectuales m¨¢s estimulantes, absorbentes y misteriosas que existen en el mundo. La biolog¨ªa ha entrado de lleno en uno de esos momentos f¨¦rtiles que disfruta de cuando en cuando toda ciencia, en los que el estado de las teor¨ªas y de las t¨¦cnicas es ¨®ptimo para extraer un secreto tras otro, y a buen ritmo, a los complej¨ªsimos enigmas de la naturaleza. El icono de la biolog¨ªa del siglo XIX es tal vez la traves¨ªa de Charles Darwin en el HMS Beagle, durante la cual el joven cient¨ªfico ingl¨¦s realiz¨® las observaciones sobre las especies de aves que acabar¨ªan fundamentando su teor¨ªa de la evoluci¨®n por selecci¨®n natural. El icono de la biolog¨ªa de nuestro siglo ya no es el Beagle, sino el Eagle: el pub de Cambridge donde el brit¨¢nico Francis Crick y el estadounidense James Watson discutieron -y celebraron- su modelo de la doble h¨¦lice del ADN: el secreto del funcionamiento de los genes de todos los organismos vivos.
En cierto modo, la biolog¨ªa en su conjunto ha viajado tambi¨¦n del Beagle al Eagle (y en gran parte, gracias a Darwin, dicho sea en honor a la justicia). Los cient¨ªficos de la vida ya no se arroban ante el espect¨¢culo de la infinita variedad de la naturaleza. La mayor parte del tiempo ni siquiera miran a la naturaleza. Su principal preocupaci¨®n actual es encontrar los principios simples y universales que explican el dise?o y el funcionamiento de todos los animales, de los gusanos a las personas. El sitio para perseguir ese objetivo ya no es el campo ni el mar, sino el laboratorio de gen¨¦tica y biolog¨ªa molecular. Y, por qu¨¦ no, tambi¨¦n el pub: la nueva biolog¨ªa necesita casi tantas ideas como datos.
?sa es la perspectiva que tienen ante s¨ª los estudiantes que est¨¦n considerando seriamente dedicarse a la investigaci¨®n biol¨®gica. Se trata de un trabajo arduo, ingrato, generalmente mal pagado y a ratos incompatible con una vida personal ordinaria. Requiere tenacidad, inteligencia y grandes dosis de curiosidad e imaginaci¨®n. Pero si se tiene todo esto, la buena suerte acaba llegando. El descre¨ªdo dios de los cient¨ªficos aprieta los cinturones, pero no ahoga la sed de saber lo que nadie antes ha sabido.
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