La fatiga del metal
El Nobel colombiano ofrece su visi¨®n personal de Clinton antes y despu¨¦s del ¡®caso M¨®nica Lewinsky¡¯
Lo primero que llama la atenci¨®n de William Jefferson Clinton es su estatura: un metro con ochenta y siete cent¨ªmetros. Lo segundo es un poder de seducci¨®n que infunde desde el primer saludo una confianza de viejo conocido. Lo tercero es el fulgor de su inteligencia, que permite hablarle de cualquier asunto, por espinoso que sea, siempre que se le sepa plantear. Sin embargo, alguien que no lo quiere me previno: ¡°Lo peligroso de esas virtudes es que Clinton las usa para que crean que nada le interesa tanto como lo que uno le dice¡± en primera persona.
Lo conoc¨ª en una cena que el escritor William Styron ofreci¨® en su casa veraniega de Marta¡¯s Vineyard en agosto de 1995. Clinton hab¨ªa dicho en la primera campa?a presidencial que su libro favorito era Cien A?os de Soledad. Yo dije y se public¨® en su momento que aquella frase me parec¨ªa una simple carnada para el electorado latino. ?l no lo pas¨® por alto: lo primero que me dijo despu¨¦s de saludarme en Marta¡¯s Vineyard fue que su declaraci¨®n hab¨ªa sido sincera.
Carlos Fuentes y yo tenemos razones para pensar que aquella noche vivimos un buen cap¨ªtulo de nuestras memorias. Clinton nos desarm¨® desde el principio con el inter¨¦s, el respeto y el sentido del humor con que trat¨® cada una de nuestras palabras como si fueran oro en polvo. Su talante correspond¨ªa a su aspecto. Ten¨ªa el cabello cortado como un cepillo, la piel curtida y la salud casi insolente de un marinero en tierra, y llevaba una sudadera pueril con un crucigrama estampado en el pecho. Era, a sus cuarenta y nueve a?os, un sobreviviente glorioso de la generaci¨®n del 68, que hab¨ªa fumado marihuana, cantaba de memoria a Los Beatles y protestaba en las calles contra la guerra de Vietnam.
La cena empez¨® a las ocho y termin¨® a la media noche, con unos catorce invitados a la mesa, pero la conversaci¨®n se redujo poco a poco a una suerte de torneo literario entre el presidente y los tres escritores. El primer tema fue la inminente reuni¨®n de la Cumbre de las Am¨¦ricas. Clinton quer¨ªa que fuera en Miami, como lo fue en realidad. Carlos Fuentes pensaba que Nueva Orleans o Los Angeles ten¨ªan m¨¢s cr¨¦ditos hist¨®ricos, y ¨¦l y yo los defendimos a fondo, hasta que se vio claro que el presidente no cambiar¨ªa de idea porque contaba con Miami para la reelecci¨®n. "Olv¨ªdese de los votos, se?or presidente", le dijo Carlos Fuentes. "Pierda la Florida y g¨¢nese la historia".
La frase marc¨® el tono. Cuando hablamos del narcotr¨¢fico el presidente oy¨® mi opini¨®n con o¨ªdos ben¨¦volos: ¡°Los treinta millones de drogadictos de los Estados Unidos demuestran que las mafias norteamericanas son muchos m¨¢s poderosas que las de Colombia y mucho m¨¢s corruptas sus autoridades¡±. Cuando le habl¨¦ de las relaciones con Cuba pareci¨® a¨²n m¨¢s receptivo: ¡°Si Fidel y usted pudieran sentarse a discutir cara a cara no quedar¨ªa ning¨²n problema pendiente¡±. Cuando hicimos un repaso espectral de Am¨¦rica Latina supimos que su inter¨¦s era mucho mayor de lo que supon¨ªamos pero le faltaban datos esenciales. Cuando la charla amenaz¨® con volverse demasiado formal le preguntamos por su pel¨ªcula favorita y contest¨® que era High Noon (Solo ante el peligro), de Fred Zinnemann, a quien hab¨ªa condecorado d¨ªas antes en Londres. Cuando le preguntamos qu¨¦ estaba leyendo lanz¨® un suspiro de alivio y mencion¨® un libro sobre las guerras econ¨®micas del futuro, cuyo t¨ªtulo y autor no reconoc¨ª. ¡°Mejor lea el Quijote¡±, le dije. ¡°Ah¨ª est¨¢ todo¡±.
La verdad es que ese libro ¨²nico no se lee tanto como se dice, pero muy pocos admiten que no lo han le¨ªdo. Clinton demostr¨® con dos o tres frases que lo conoc¨ªa muy bien. Entusiasmado, nos pregunt¨® por nuestros libros preferidos. Styron le contest¨® que el suyo era Huckleberry Finn de Mark Twain. Yo hubiera escogido Edipo Rey de S¨®focles, que es mi libro de cabecera desde los veinte a?os, pero prefer¨ª El Conde de Montecristo, s¨®lo por razones t¨¦cnicas que me cost¨® mucho explicar. Clinton dijo que el suyo eran las Meditaciones de Marco Aurelio, y Carlos Fuentes no vacil¨® por Absal¨®n Absal¨®n, sin duda alguna la novela estelar de William Faulkner, aunque otros preferimos Luz de agosto por gustos personales. Clinton, como homenaje a Faulkner, se puso entonces de pie y con largas zancadas alrededor de la mesa recit¨® de memoria el mon¨®logo de Benji, que son las p¨¢ginas m¨¢s asombrosas pero tambi¨¦n las m¨¢s herm¨¦ticas de El sonido y la furia. Faulkner nos llev¨® a preguntarnos una vez m¨¢s sobre las afinidades entre los escritores del Caribe y la pl¨¦yade de grandes novelistas del sur de los Estados Unidos. Nos parecieron m¨¢s que l¨®gicas, si tom¨¢bamos en cuenta que el Caribe no es en realidad un ¨¢rea geogr¨¢fica, circunscrita al mar, sino un espacio hist¨®rico y cultural mucho m¨¢s vasto, que abarca desde el norte del Brasil hasta la cuenca del Misisip¨ª. Mark Twain, William Faulkner, John Steinbeck, y tantos otros, ser¨ªan entonces tan caribes por derecho propio como Jorge Amado y Derek Walcott. Clinton ¨Dnacido y formado en la sure?a Arkansas¨D celebr¨® la ocurrencia y proclam¨® con alegr¨ªa su propia filiaci¨®n caribe. Entonces iban a ser las doce de la noche, y tuvo que interrumpir la charla para contestar una llamada urgente de Gerry Adams, a quien autoriz¨® desde aquel momento para recaudar fondos y hacer campa?a en los Estados Unidos a favor de la paz en Irlanda del Norte. ?ste debi¨® de ser el final hist¨®rico para una noche inolvidable, pero Carlos Fuentes lo llev¨® m¨¢s lejos cuando le pregunt¨® al presidente a qui¨¦nes consideraba sus enemigos. La respuesta fue inmediata y brutal: ¡°Mi ¨²nico enemigo es el fundamentalismo religioso de derecha¡±.
Dicho esto concluy¨® la cena. Las otras veces que lo vi, en privado o en p¨²blico, me dej¨® la misma impresi¨®n que la primera: Bill Clinton era todo lo contrario de la idea que los latinoamericanos tenemos sobre los presidentes de los Estados Unidos.
Ahora bien: ?ser¨ªa justo que este raro ejemplar de la especie humana tuviera que malversar su destino hist¨®rico s¨®lo porque no encontr¨® un rinc¨®n seguro donde hacer el amor?
Pues ¨¦se es el caso: el hombre con m¨¢s poder sobre la tierra no ha logrado consumar sus ardores secretos por el estorbo invisible de un servicio de seguridad que sirve mejor para impedir que para proteger. No hay cortinas en las ventanas de la Oficina Oval ni un cerrojo de caridad en el ba?o reservado a las obras mayores del presidente. El florero que se ve a sus espaldas en las fotograf¨ªas de su escritorio ha sido denunciado por la prensa como un escondite de micr¨®fonos para consagrar en documentos de estado los misterios de las audiencias. M¨¢s triste, sin embargo, es que el presidente s¨®lo quiso hacer algo que el com¨²n de los hombres han hecho a escondidas de sus mujeres desde el principio del mundo, y la estolidez puritana no s¨®lo impidi¨® que lo hiciera sino que le neg¨® hasta el derecho de negarlo.
La literatura de ficci¨®n la invent¨® Jon¨¢s cuando convenci¨® a su mujer de que hab¨ªa vuelto a casa con tres d¨ªas de retraso porque se lo hab¨ªa tragado una ballena. Amparado en esa argucia at¨¢vica, Clinton neg¨® ante la justicia que hubiera tenido alguna relaci¨®n sexual con M¨®nica Lewinsky, y lo neg¨® con la cabeza en alto, como todo infiel que se respete. A fin de cuentas, su drama personal es un asunto dom¨¦stico entre ¨¦l y Hillary, y ¨¦sta lo ha respaldado ante el mundo con una dignidad hom¨¦rica.
Perfecto: una cosa es mentir para enga?ar y otra bien distinta es ocultar verdades para preservar esa instancia m¨ªtica del ser humano que es su vida privada. Con todo derecho: nadie est¨¢ obligado a declarar contra s¨ª mismo. De haber persistido en la negativa inicial, a Clinton lo habr¨ªan procesado de todos modos ¨Dpues de eso se trataba¨D pero es mucho m¨¢s digno ser perjuro en defensa del fuero interno que ser absuelto contra el amor. Por desgracia, con la misma determinaci¨®n con que neg¨® la culpa la admiti¨® m¨¢s tarde, y sigui¨® admiti¨¦ndola por todos los medios impresos, visuales y hablados hasta la humillaci¨®n. Error mortal de un amante inconcluso cuya vida secreta no pasar¨¢ a la historia por haber hecho mal el amor sino por haberlo vuelto todav¨ªa menos eterno de lo que suele ser. Lleg¨® hasta el escarnio de someterse al sexo oral mientras hablaba por tel¨¦fono con un senador. Se suplant¨® a s¨ª mismo con un cigarro fr¨ªgido. Apel¨® a toda clase de artificios elusivos para burlar a natura, pero cuanto m¨¢s lo intentaba m¨¢s motivos contra ¨¦l encontraban sus inquisidores, pues el puritanismo es un vicio insaciable que se alimenta de su propia mierda. Ha sido una vasta y siniestra confabulaci¨®n de fan¨¢ticos para la destrucci¨®n personal de un adversario pol¨ªtico cuya grandeza no pod¨ªan soportar. Y el m¨¦todo fue la utilizaci¨®n criminal de la justicia por un fiscal fundamentalista llamado Kenneth Starr, cuyos interrogatorios encarnizados y salaces parec¨ªan excitarlos hasta el orgasmo.
El Bill Clinton que encontramos hace cuatro meses en la cena de gala que ofreci¨® al presidente Andr¨¦s Pastrana en la Casa Blanca, era un hombre distinto. Ya no era el universitario desprejuiciado de Marta's Vineyard, sino un convicto enflaquecido e incierto, que no lograba disimular con una sonrisa profesional el mismo cansancio org¨¢nico que destruye a los aviones: la fatiga del metal.
D¨ªas antes, en una cena de periodistas con la se?ora Katherine Graham, la dama de oro del Washington Post, alguien hab¨ªa dicho que a juzgar por el juicio de Clinton los Estados Unidos segu¨ªan siendo el pa¨ªs de Nathaniel Hawthorne. Aquella noche en la Casa Blanca lo entend¨ª en carne viva. Se refer¨ªan al gran novelista norteamericano del siglo anterior, que denunci¨® en su obra los horrores del fundamentalismo en la Nueva Inglaterra, donde quemaron vivas a las brujas de Salem. Su novela capital, La letra escarlata, es el drama de Hester Pryme, una joven casada que tuvo un hijo secreto de un hombre que no era el suyo. Un Kenneth Starr de la ¨¦poca le impuso el castigo de llevar de por vida una camisa de penitente con la letra A del c¨®digo puritano con el color y el olor de la sangre. Un agente del orden la segu¨ªa a todas partes con un tambor batiente para que los transe¨²ntes se apartaran a su paso. El desenlace, por cierto, podr¨ªa quitarle el sue?o al fiscal Starr, pues el padre clandestino de la hija de Hester result¨® ser el ministro del culto que la martiriz¨® hasta la muerte.
La t¨¦cnica y la moral del procedimiento fueron en esencia las mismas. Cuando los enemigos de Clinton no encontraron m¨¦ritos para juzgarlo por lo que quer¨ªan, lo acosaron con interrogatorios minados hasta que lo pillaron por aqu¨ª y por all¨¢ en trampas secundarias. Entonces lo forzaron a acusarse en p¨²blico a s¨ª mismo, y a arrepentirse incluso de lo que no hab¨ªa hecho, en vivo y en directo, a trav¨¦s de una tecnolog¨ªa de la informaci¨®n universal que no es m¨¢s que la versi¨®n trimilenaria de los tambores persecutorios de Hester Prynne. Por las preguntas del fiscal, capciosas y concupiscentes, hasta los ni?os de pecho se enteraron de las mentiras que sus padres les contaban para que no supieran c¨®mo los hab¨ªan hecho. Vencido por la fatiga del metal, Clinton lleg¨® hasta la locura imperdonable de castigar a sangre y fuego a un enemigo inventado a cinco mil trescientas noventa y siete millas n¨¢uticas de la Casa Blanca, s¨®lo para desviar la atenci¨®n de su desgracia personal. Tony Morrison, Premio Nobel de Literatura y gran escritora de este siglo agonizante, lo resumi¨® con una plumada genial: ¡°Lo trataron como a un presidente negro¡±.
?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Opini¨®n
- Bill Clinton
- Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez
- Declaraciones prensa
- Monica Lewinsky
- Nobel de Literatura
- Premios cultura
- Premios Nobel
- Estados Unidos
- Premios
- Gobierno
- Eventos
- Administraci¨®n Estado
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Escritores
- Literatura hispanoamericana
- Gente
- Sociedad
- Premios literarios
- Literatura
- Cultura