La ¨²ltima tarde de Borges en Buenos Aires
El centenario del autor de 'El Aleph' desvela los sorprendentes gui?os cabal¨ªsticos que rigieron una vida marcada por el 3 y el 9
De nada le sirvi¨® su envalentonado arrebato por frenar lo que habr¨ªa de detenerse 199 d¨ªas despu¨¦s, cumpliendo el atisbo prof¨¦tico de su propia boca: "?Yo no quiero irme! ?Si me voy, me muero all¨¢!". Y Jorge Luis Borges vuelve a repetirlo una y otra vez mientras sus manos buscan un aliado aferr¨¢ndose a las columnas de su cama de bronce.Es el jueves 28 de noviembre de 1985 y por primera vez, en los ¨²ltimos meses de sus 86 a?os, la siesta ha sido robada por un billete de avi¨®n a Italia y unos planes que descansan en Ginebra. Afuera, Buenos Aires vive un d¨ªa de primavera luminoso, y de su viaje s¨®lo saben sus pocos familiares y amigos. Aunque estos ¨²ltimos se enteraron la v¨ªspera en la ¨²nica exposici¨®n completa de sus primeras ediciones que se hizo estando Borges vivo, en un rinc¨®n de lo m¨¢s parecido a su idea del Para¨ªso como una gran biblioteca, una peque?a librer¨ªa de paredes de libros antiguos y modernos.
Un mes llevaba Alberto Casares preparando la muestra con Borges todas las ma?anas por tel¨¦fono. "Ll¨¢mame a las diez", le hab¨ªa dicho el escritor desde el momento en que dio la venia a la iniciativa. Entonces, cada d¨ªa, Casares llam¨®, y despu¨¦s de sonar dos o tres veces el tel¨¦fono la voz pausada y monocorde del autor de Ficciones dec¨ªa: "Son las diez", y conversaban de cualquier cosa, hasta llegar al punto dejado el d¨ªa anterior, una exposici¨®n que al principio no lo convenc¨ªa porque desde?aba ese culto a las primeras ediciones.
Cuando lleg¨® el d¨ªa, 27 de noviembre, Casares lo llam¨® y se encontr¨® con un Borges desconocido que, despu¨¦s de su "Son las diez", rompi¨® su propio ritual: "No puedo ir. Me voy para Europa ma?ana y tengo que arreglar algunos asuntos". Casares sinti¨® c¨®mo la desilusi¨®n baj¨® de golpe por su cuerpo, y le pidi¨® que fuera s¨®lo un momento, pero Borges segu¨ªa inencontrable y se despidieron. Negado a la resignaci¨®n, Casares busc¨® esperanzas hasta hallar una: Fani, Epifan¨ªa Uveda de Robledo, de 63 a?os y mucama de los Borges desde hac¨ªa 39, que cuidaba del escritor tras la muerte de su madre en 1975. Esper¨® a que Borges saliera de su casa para llamar. Fani cogi¨® el tel¨¦fono y a su desconcierto respondi¨® con un "Llame usted a las dos cuando el se?or est¨¦ solo a ver qu¨¦ pasa".
Cuando Borges regres¨®, al medio d¨ªa, se lament¨® de no ir a la exposici¨®n. Anduvo en silencio, convers¨® un poco con Fani, retom¨® algunos quehaceres y de repente, "?Por qu¨¦ no voy a ir!". Tras la segunda campanada de la vecina Torre de los Ingleses, de la estaci¨®n del Retiro, el tel¨¦fono de Borges son¨®, ¨¦l levant¨® el auricular y casi interrumpi¨® el saludo de Casares, "?Qu¨¦ espera que no me viene a buscar!". Minutos despu¨¦s, Marta, la esposa del librero, aparc¨® frente al 994 de la calle Maip¨², y llam¨® al departamento B del sexto piso, donde viv¨ªan los Borges desde los a?os cuarenta. Luego los dos cruzaron una ciudad donde el verano insist¨ªa en asomarse.
En la calle Arenales 1723, Casares los esperaba. Borges baj¨® del coche y antes de cruzar la puerta, donde estaban sus amigos, asegur¨® que all¨ª no quedaba una librer¨ªa. Y, antes de que alguien contestara, continu¨®: "En la esquina hay una casa de m¨¢rmol; enseguida una de fachada negra; luego una de m¨¢rmol blanco...". Sin moverse, Marta y su esposo segu¨ªan el paseo evocador del escritor, echando un vistazo a la calle que no conocieron, para reconocer que ten¨ªa raz¨®n. Entonces sonrieron, y Borges dej¨® atr¨¢s el olor de los jacarandaes, ya descarado gracias al sol, para adentrarse en el lugar inexistente donde resid¨ªa su aroma preferido, el de libros jaspeados de polvo y a?os, el de bibliotecas de madera y el del recatado olor del aire detenido que los aloja. Su bast¨®n de mango r¨²stico entr¨® primero, y detr¨¢s un Borges canoso de rostro apacible y muy elegante con una corbata plateada con alg¨²n amarillo refundido. Su color favorito y el que lo acompa?¨® hasta el ¨²ltimo momento en que sus ojos vieron. Adolfo Bioy Casares, "Adolfito", el hombre que se hizo su amigo desde 1931, y a quien le sacaba 15 a?os, lo esperaba en la librer¨ªa. Junto a ¨¦l m¨¢s amigos y desconocidos admiradores como Alejandro Vaccaro que no se cre¨ªa estar compartiendo el mismo espacio con el escritor al que ve¨ªa en cuanto acto se anunciaba su presencia, pero sin hablarle por un temor reverencial y la pregunta pendular: "?De qu¨¦ le voy a hablar?". Hac¨ªa un mes que Alberto Casares se hab¨ªa liberado del mismo miedo, y ambos comprobaron aquel mi¨¦rcoles que el autor de La biblioteca de Babel siempre ten¨ªa en la punta de la lengua lo divino y lo humano. Vieron c¨®mo firm¨® libros con la mano y con las palabras; Borges preguntaba de qu¨¦ t¨ªtulo se trataba para as¨ª soltar su comentario. A sus manos lleg¨® la Historia universal de la infamia, que devolvi¨® a su due?o con la confesi¨®n verbal de que cuando lo escribi¨® no sab¨ªa lo que era la infamia. M¨¢s tarde, una mujer le pregunt¨® si le pod¨ªa dar un beso, ¨¦l sonri¨®, y con voz casi teatral le dijo, "Por supuesto se?ora".
En mitad de la exposici¨®n cont¨® que a media tarde ten¨ªa una cita con unos hispanistas ingleses, seg¨²n hab¨ªa acordado Mar¨ªa Kodama, su secretaria desde hac¨ªa nueve a?os y quien ser¨ªa su esposa cinco meses despu¨¦s. Hacia las seis, Casares le record¨® la cita pero el favor sigui¨® de largo.
Mientras tanto el tema de su viaje a Europa iba y ven¨ªa. La pregunta no era por qu¨¦ se iba sino cu¨¢ndo volver¨ªa, ya que llevaba unos diez a?os en un eterno peregrinaje por el mundo entre condecoraciones y conferencias. Pero nadie tom¨® en cuenta su respuesta: "No, no voy a volver; estoy enfermo". Nunca entendieron por qu¨¦ no regres¨®, si quer¨ªa ser enterrado en La Recoleta, de Buenos Aires, junto a sus padres, Leonor Acevedo y Jorge Guillermo Borges, a los que visitaba con Fani mientras dec¨ªa "Ac¨¢ voy a estar yo tambi¨¦n".
Agua, palabra y libros fue lo ¨²nico que hubo aquella tarde. Cuando empez¨® a oscurecer Borges se fue conforme hab¨ªa ido.
Al d¨ªa siguiente, jueves 28, Fani lo llev¨® al almuerzo de despedida con Norah, su ¨²nica hermana. El restaurante escogido estaba frente a su casa de la calle Maip¨² se?alado con el n¨²mero 963, el del Gran Hotel Dora. Fani volvi¨® por ¨¦l para que hiciera la siesta, pero la idea del viaje se la rob¨®. Estuvo en su habitaci¨®n en la cama de toda su vida, una de bronce de una plaza, rodeado de un cuadro de su madre, dos bibliotecas peque?as y un caballo de bronce.
Llegado el momento se envalenton¨®, pero ya nada parec¨ªa detener los planes, ni siquiera el arrebato de estirar su mano en busca de las columnas de su cama para exclamar "?Yo no me quiero ir! ?Si me voy, me muero por all¨¢!". Fani, que estaba cerca, apret¨® los ojos y le pregunt¨®: "?Y por qu¨¦ no se queda?". En ese momento lleg¨® Mar¨ªa Kodama que lo hab¨ªa alcanzado a escuchar y le dijo: "?Por qu¨¦ dice eso? Usted no sabe el problema que tendr¨ªa yo si le pasa algo". Las palabras lo serenaron y Borges apenas solt¨® un suave "Bueno, bueno, ya est¨¢". Hacia las cinco de la tarde se despidi¨® con su frase habitual: "Me voy".
Dos horas despu¨¦s el creador de El Aleph se fue de Argentina en un avi¨®n que se apresur¨® a encontrar la noche. Fani volvi¨® a saber de ¨¦l s¨®lo a trav¨¦s de las noticias, incluso cuando el 14 de junio de 1986 supo que Jorge Luis Borges Acevedo acababa de morir en Ginebra, en el mismo tiempo en que se hab¨ªa ido de Buenos Aires, en primavera.
La ronda de los n¨²meros
En el a?o de tres veces, tres veces tres se cumple el centenario del nacimiento de Jorge Luis Borges (24 de agosto). Una fecha que festejar¨ªa entusiasta porque el 3 y el 9 ejercieron sobre ¨¦l una fascinaci¨®n secreta y lo rondaron hasta el ¨²ltimo d¨ªa, y a¨²n 13 a?os despu¨¦s, cuando el tres se enrosca sobre s¨ª mismo: 1999. La atracci¨®n por el nueve debi¨® de ser innata al ser un ni?o ochomesino, justo del octavo mes de 1899. A partir de ah¨ª el n¨²mero no lo abandon¨®. Bajo ¨¦ste vivi¨® en la calle Maip¨², 994, de Buenos Aires; le trajo el m¨¢s grande pesar cuando su madre, con quien ten¨ªa una fuerte relaci¨®n, falleci¨® a los 99 a?os. Y al final se le precipit¨® con el adi¨®s a Fani, la mucama, despu¨¦s de 39 a?os con los Borges; lo aloj¨® con su hermana en la comida de despedida en un restaurante con el n¨²mero 963, y se lo llev¨® a ¨¦l mismo 199 d¨ªas despu¨¦s de abandonar la capital argentina. Ni su obra escap¨® a la presencia del nueve.Mar¨ªa Esther V¨¢zquez, su amiga y quien escribi¨® Borges. Esplendor y derrota, recuerda el poema que cierra su libro El oro de los tigres: "...El anillo que cada nueve noches / engendra nueve anillos y ¨¦stos, nueve...". Pero la presencia m¨¢s enigm¨¢tica reside en El inmortal, con el trazo ansioso del laberinto: "Hab¨ªa nueve puertas en aquel s¨®tano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma c¨¢mara; la novena (...) daba a una segunda c¨¢mara circular, igual a la primera. Ignoro el n¨²mero total de c¨¢maras". Ante esta superstici¨®n Borges respond¨ªa, seg¨²n V¨¢zquez, "con una sonrisita maliciosa y hablaba de las virtudes m¨¢gicas del tres y del nueve y del treinta y tres", recordaba que Ad¨¢n naci¨® a los 33 a?os y que Jes¨²s muri¨® a la misma edad.
Babelia
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