Patriotismo constitucional
El grito de "?viva la Constituci¨®n!" fue, en algunos momentos de nuestra historia, identificado con una propuesta revolucionaria. Serv¨ªa para distinguir a los espa?oles que, frente al integrismo y la reacci¨®n, quer¨ªan para ellos y para sus compatriotas una comunidad libre, abierta y tolerante. Aquel grito costaba vidas. Mariana Pineda siempre nos lo recuerda.La Constituci¨®n espa?ola de 1978 es quiz¨¢ la primera en nuestra historia cuya evocaci¨®n, cuya invocaci¨®n, si se quiere, no s¨®lo no comporta riesgos ni aventuras, sino que, por el contrario, sirve para definir un preciso y eficaz terreno para las libertades de todos los espa?oles. Incluyendo aquellos, sobre todo aquellos, por corto que sea su n¨²mero, y efectivamente lo es, que dicen no estar de acuerdo con ella. Desde ese punto de vista, ninguna de las Constituciones espa?olas desde 1812 hasta ahora mismo ha cumplido mejor la tarea pacificadora y estabilizadora que se supone las Constituciones deben jugar: la de 1978, que acaba de cumplir sus primeros veinte a?os, merece especial respeto y adecuada consideraci¨®n por ello. Nos trajo 1998 la conmemoraci¨®n de dos hitos hist¨®ricos en nuestra peripecia nacional: el centenario de la p¨¦rdida de Cuba y Filipinas y los veinte a?os de la Constituci¨®n de 1978. Hitos claramente de diferente signo, aunque de f¨¢cil y positiva relaci¨®n: la Espa?a de 1998, confiada, integrada, capaz, no es la de hace cien a?os, dividida, pobre, aislada, "sin pulso". El mejor reflejo de la diferencia se encuentra precisamente en la Constituci¨®n que ahora cumple cuatro lustros. Constituci¨®n que es tanto causa como efecto de la transformaci¨®n experimentada. La Espa?a de 1998, que precisamente demuestra en el consenso constitucional su voluntad reconciliadora y afirmativa, ser¨ªa dif¨ªcilmente explicable en sus logros, en sus ¨¦xitos, en sus redescubiertas capacidades sin el texto b¨¢sico que la explica y hace posible. Al fin y al cabo, y si bien se mira, las grandes carencias que los del otro 98 denunciaban han sido razonablemente superadas desde hace veinte a?os: es ¨¦ste un pa¨ªs cuyas gentes tienen grados de libertad, igualdad y prosperidad dif¨ªcilmente comparables con situaciones del pasado; cuyas instituciones, empezando por la encarnada en la Corona, tienen hoy un grado de eficacia y aceptaci¨®n raramente, si alguna vez, conocidos en otros tiempos; cuyas peculiaridades y diferencias han encontrado reconocimiento y encaje en una construcci¨®n suficiente y flexible. Todo eso, y algunas cosas m¨¢s, se encuentran en la Constituci¨®n de 1978. Ning¨²n elemento nos autoriza a pensar que fuera de ella tuvi¨¦ramos los mismos y beneficiosos efectos. Es l¨®gico, pues, desear que el texto del 78, el esp¨ªritu que tal texto encarna, los valores que defiende, prolonguen su vigencia en favor de la convivencia y el progreso en la vida de todos los espa?oles. ?Por qu¨¦ no los doscientos a?os de la Constituci¨®n de los Estados Unidos de Am¨¦rica? Desde orillas nacionalistas reivindicativas, estos primeros veinte a?os de vida constitucional han sido celebrados con embates y empujones varios contra la misma esencia del texto del 78. Tantos y, al gusto de algunos, tan insidiosas han sido tales agitaciones que se ha imaginado en riesgo la esencia de Espa?a y propiciado su defensa en t¨¦rminos tan nacionalistas como las proposiciones que se pretenden rebatir. En verdad, y si bien se observa la reciente evoluci¨®n de las acciones y reacciones nacionalistas, uno deber¨ªa concluir que al menos ahora, y en contra de lo que siempre se hab¨ªa pensado y mantenido, son los nacionalismos perif¨¦ricos los que en su exasperaci¨®n propician un renacimiento del nacionalismo espa?ol y no al rev¨¦s. Ser¨ªa torpe que en esa polvareda la Constituci¨®n espa?ola de 1978 acabara siendo esgrimida cual mandoble por un neonato nacionalismo espa?ol. Esa Constituci¨®n naci¨® bajo la urgente necesidad de ser el cobijo de todos los que en Espa?a habitan, extranjeros, espa?oles y aquellos, siempre pocos, que les gustar¨ªa dejar de serlo. Nunca fue y nunca debe ser esa Constituci¨®n lo que otras desgraciadamente fueron: instrumento de agresi¨®n, arma arrojadiza de unos espa?oles contra otros.
Por el contrario, debe ser reivindicada y explicada como lo que realmente ha demostrado ser: el domicilio de nuestros derechos y libertades. Tanto como para imaginar que, como en otros casos de Constituciones exitosas, el patriotismo nacional se confunde con el constitucional. Es ese patriotismo constitucional espa?ol el que deber¨ªamos hoy reivindicar, en los mismos y razonables t¨¦rminos que reclama el texto b¨¢sico: una "patria com¨²n e indivisible de todos los espa?oles" abierta a la igualdad de todos sus componentes y a la consideraci¨®n equilibrada de todas sus pluralidades y diferencias. Es en esa zona media donde busc¨® y encontr¨® su justificaci¨®n y su sitio la Constituci¨®n de 1978, la zona media del patriotismo constitucional, la zona media de los que algunos, quejosamente, llamar¨ªan "espa?olismo descafeinado". No parece que ninguna de las posibles alternativas ofertadas supere o mejore lo conseguido. Que no lo perdamos depende tambi¨¦n de unas indispensables condiciones. Entre otras que los espa?oles de ahora y del futuro sepan del precio de la apuesta y de lo que en ella arriesgamos: no s¨®lo la repetici¨®n del noble nombre de Espa?a, sino tambi¨¦n y sobre todo la libertad, la prosperidad y el progreso de todos sus habitantes. La Constituci¨®n de 1978 no es una nueva proclama espa?olista. Es el mejor veh¨ªculo que los espa?oles nunca tuvieron para serlo con pasi¨®n y con raz¨®n. Parafraseando al poeta, uno tendr¨ªa la tentaci¨®n de decirlo: no la toqu¨¦is demasiado, es as¨ª, la Constituci¨®n. Y Espa?a.
Por eso, ahora que todos podemos ser sin riesgo Mariana Pineda, el lanzar un "?viva la Constituci¨®n!" es un gesto recuperador de buenas esencias: las que nos permiten reconciliadamente convivir con nosotros mismos, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras esperanzas y frustraciones, con nuestras buenas y malas historias. Con la Espa?a de todos los espa?oles sin excepci¨®n. Con la Constituci¨®n de 1978 que tan bien les ampara. Y con el patriotismo que inspira. El patriotismo constitucional espa?ol.
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