El h¨¦roe y el peat¨®n
PEDRO UGARTE Sin duda se acuerdan de aquel concepto, cine catastrofista, que aquilat¨® la industria de Hollywood a partir de El coloso en llamas. Pero quiz¨¢s lo que reflejaban tales cat¨¢strofes era una excepci¨®n a la regla general de la ¨¦pica contempor¨¢nea: si los h¨¦roes cl¨¢sicos (Aquiles, H¨¦ctor, Ulises) eran seres vulnerables, que pod¨ªan llorar, o incluso morir, los ef¨ªmeros protagonistas de nuestra nueva mitolog¨ªa (los que Hollywood crea y olvida, a velocidad vertiginosa) se caracterizan por su absoluta intangibilidad. El cine est¨¢ repleto de armas letales, junglas de cristal y misiones imposibles donde los protagonistas salen ilesos de lances cada vez m¨¢s comprometidos. No importa que se descuelguen de los rascacielos o que se encuentren en el centro mismo de un tornado; no importa que los abandonen en medio de un oc¨¦ano repleto de tiburones o que bordeen las llambrias de un precipicio. Si el h¨¦roe contempor¨¢neo se caracteriza por algo es por su condici¨®n invulnerable, y nosotros aceptamos la convenci¨®n en pro de nuestro entretenimiento, en la necesidad de distraer una noche de s¨¢bado, despu¨¦s de haber alquilado la cinta en el v¨ªdeo club y pedido por tel¨¦fono una pizza. Y es que el cine, como todas las grandes ¨¦picas, se aleja de la realidad y en cierto modo la pervierte. Los hombres y las mujeres que pueblan nuestras ciudades no deben afrontar desquiciadas persecuciones en lancha motora por la bah¨ªa de La Concha, ni huyen de bandas organizadas atravesando los vastos campos de la Llanada, ni en las ruinas industriales de la r¨ªa de Bilbao se someten a duelo con el villano, tras un par de horas de metraje. La verdadera gesta de los ciudadanos corrientes (que el cine ya ha abandonado, no as¨ª la literatura) se materializa en una vida cotidiana al final no menos heroica: la sorda lucha mensual contra un cr¨¦dito hipotecario, los misteriosos recargos ejecutivos que de pronto remite una Hacienda Foral, el permanente avatar sentimental y laboral de simplemente seguir vivos sobre este planeta de arenas movedizas. Esta misma semana, un hombre de 61 a?os ha muerto en la Gran V¨ªa de Bilbao de la forma m¨¢s absurda: cay¨® sobre su inocencia e imprevisi¨®n una enorme pieza de granito del edificio de la Hacienda estatal. Hacienda, en efecto, siempre proporciona sorpresas desagradables, pero jam¨¢s pensamos que llegar¨ªa a estos extremos. Mientras los h¨¦roes del cine corren como gamos, se cuelgan de lianas, saltan con audacia sobre un laberinto de tejados, sobreviven a explosiones de amosal o al efluvio de los gases m¨¢s letales, mientras todo eso ocurre en la ficticia realidad del cine, los seres humanos concretos mueren de hepatitis o en accidentes de coche. La gripe se lleva a los nonagenarios y las motos de alta cilindrada a los adolescentes. Un virus, una bacteria o un hongo microsc¨®pico contaminan los quir¨®fanos y acaban con los confiados pacientes de la sanidad p¨²blica. Las repisas y las macetas callejeras, por ¨²ltimo, representan la amenaza final contra nuestra vasta y profunda inocencia de seres vulnerables. Los h¨¦roes sobreviven a los cables de alta tensi¨®n pero la gente se electrocuta en casa con el secador de pelo. Y de pronto todo un universo de esperanzas, proyectos y alegr¨ªas se deshace como el humo de un fr¨¢gil cigarrillo. Desde esta misma semana una familia m¨¢s vivir¨¢ torturada por una de tantas tragedias que no incumben a los h¨¦roes: por qu¨¦ aquella acera, por qu¨¦ cruzar en aquel mismo momento, por qu¨¦ no unos segundos antes, o unos segundos despu¨¦s. Hoy mismo asistiremos quiz¨¢s a una nueva gesta cinematogr¨¢fica desde el c¨®modo sill¨®n de nuestra casa. Pero la vida, la verdadera vida, continuar¨¢ amenazando con su trama de imponderables. Seguir¨¢n conspirando en contra de nosotros las resoluciones burocr¨¢ticas, las entidades financieras, las se?ales de circulaci¨®n, las maquinillas de afeitar, los cigarrillos, la carpinter¨ªa met¨¢lica que contiene elementos cancer¨ªgenos. Y tambi¨¦n las repisas de granito, dispuestas a cobrarse su tributo a cada tanto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.