Perros
Aquel animal resultaba conmovedor. Se desparramaba cada ma?ana en la acera a los pies de su amo, un ciego que vend¨ªa cupones en la calle de Fuencarral, y no mov¨ªa un m¨²sculo hasta que el invidente levantaba el campo para irse a comer. Era un perro labrador color canela que hab¨ªa adquirido el mismo gesto de ternura que su due?o, una tristeza l¨¢nguida que irradiaban los ojos de ambos aunque los del uno vieran y los del otro no. Era evidente que aquel fen¨®meno no era el fruto de una circunstancia casual, sino que respond¨ªa a la estrecha relaci¨®n de mutura dependencia que manten¨ªan el hombre y la bestia. La imagen de aquel ciego y su perro me ha venido por contraste a la memoria ante la alarma social creada a ra¨ªz del suceso protagonizado por un dogo argentino que mat¨® a dentelladas a un ni?o de cuatro a?os en Palma de Mallorca. El terrible episodio muestra claramente hasta qu¨¦ punto resulta peligrosa la moda creciente de los perros de presa.
En nuestra regi¨®n hay contabilizados casi nueve mil de estos animales, muchos de cuyos due?os no han tenido nunca un perro ni tampoco mayor cari?o o afici¨®n a los animales. Los adquieren para presumir, o lo que es peor, para enfrentarlos en sangrientas peleas clandestinas donde se matan a dentelladas. Con esa intenci¨®n son entrenados desde cachorros, premi¨¢ndolos cada vez que logran fijar una mordida.
Cuentan los criadores que entrenando a un pitbull, como ya hac¨ªan en la Edad Media para que lucharan contra los osos, puede lograrse una potencia de cuatrocientos kilos en su bocado. Se dan casos en los que hay que introducir una barra de hierro entre las mand¨ªbulas del animal para obligarle a que suelte una pieza tras mantenerla atenazada durante horas. Ejercitando su agresividad lo que consiguen, en definitiva, es estimular in extremis el instinto de presa que ese tipo de canes lleva en los genes hasta convertirlos en un arma de alto riesgo. Un instrumento capaz de matar con la misma eficacia que una pistola o una escopeta, aunque sin el nivel de control que permiten los mecanismos que disparan las armas de fuego. Los perros de presa no tienen gatillo que los accione y sus ataques tampoco responden siempre a una decisi¨®n humana, sino a determinadas actitudes que ellos pueden interpretar err¨®neamente como hostiles.
Esta afici¨®n a los rottweiler, dobermans, dogos o staffordshire terrier nos lleg¨® aqu¨ª con retraso respecto a Gran Breta?a y Francia, pero vino con fuerza. Se ha implantado de la misma forma irresponsable y descontrolada sin que la experiencia previa de esos pa¨ªses nos haya servido para escarmentar en cabeza ajena. El Gobierno franc¨¦s ha prohibido ya la venta y adiestramiento de los pit bull porque en la ¨²ltima d¨¦cada quince personas han muerto por ataques de perros agresivos. En nuestro pa¨ªs y a pesar de que cada a?o se producen m¨¢s de diez mil agresiones caninas, estaba todo por hacer. La Comunidad de Madrid, y a ra¨ªz de los ¨²ltimos acontecimientos, aprob¨® el jueves un decreto para regular la tenencia de canes de razas agresivas por el que obliga a sus due?os a llevarlos con cadena y bozal, se reserva el derecho de sacrificar o esterilizar a los animales que hayan causado alg¨²n da?o y exige contratar un seguro de responsabilidad civil de 20 millones. Los perros cumplen una funci¨®n social de compa?¨ªa innegable y todo un papel en materia de seguridad. No tienen horario de trabajo ni d¨ªas libres y tampoco cotizan a la Seguridad Social, pero utilizarlos supone adquirir un compromiso de responsabilidad que los propietarios no siempre parecen asumir. "Ate usted al ni?o y yo ato al perro", le o¨ªamos decir al due?o de un dogo que acababa de tumbar a un cr¨ªo y le mostraba los dientes propin¨¢ndole un susto de muerte. La culpa nunca es de los perros, sino de los amos que con frecuencia buscan en el animal una prolongaci¨®n de su propia personalidad. Detr¨¢s de un animal agresivo suele haber un amo agresivo y esa comuni¨®n es a veces tan intensa que por mimetismo terminan por parecerse. Es el anverso oscuro, el resultado contrario a la relaci¨®n que mantiene aquel ciego de la calle de Fuencarral con su fiel lazarillo. Cuando vea un perro violento, no deje de mirarle la cara a su amo.
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