La convergencia real y la negociaci¨®n colectiva.
La fijaci¨®n definitiva del tipo de cambio de la peseta con las restantes monedas que integran el euro vincula a¨²n m¨¢s estrechamente nuestro futuro econ¨®mico al destino del conjunto de los pa¨ªses que forman la uni¨®n monetaria. Este salto adelante europeo, de enorme magnitud, no viene acompa?ado de avances serios en otros terrenos. Como se?alan con precisi¨®n los expertos del Observatorio Social Europeo, "el desaf¨ªo hoy es reintroducir la integraci¨®n monetaria en un proyecto m¨¢s amplio, el de la integraci¨®n europea". Pero, al margen de la falta de horizontes de la construcci¨®n europea, para Espa?a no existe otro proyecto de sociedad que no pase por la progresiva y completa integraci¨®n en Europa. ?ste es el nuevo marco en el que colectivamente nos vamos a desenvolver en el futuro.
La negociaci¨®n colectiva, de la que dependen la determinaci¨®n de las condiciones de trabajo y, en parte, el funcionamiento de las empresas del pa¨ªs, no es ajena a este cambio de contexto. Un cambio para cuya adaptaci¨®n las organizaciones empresariales y sindicales ya ven¨ªamos tomando medidas y forjando instrumentos desde hace varios a?os.
Mecanismos de soluci¨®n extrajudicial de conflictos, sistemas de cobertura de vac¨ªos, medidas para restablecer la estabilidad del empleo, promoci¨®n de la formaci¨®n continua y, se?aladamente, un modelo compartido para vertebrar y articular la negociaci¨®n colectiva, entre otros. Ahora, sin embargo, todo esto se tiene que poner a funcionar de manera eficaz.
De poco sirve que las confederaciones empresariales est¨¦n dispuestas (aunque es preocupante su reciente p¨¦rdida de voluntad negociadora y de progreso en nuevas materias) a abordar el desaf¨ªo de hacer avanzar los engranajes del sistema de relaciones laborales si, a continuaci¨®n, las patronales sectoriales y una amplia porci¨®n del tejido empresarial se resiste como anta?o a aplicarlo en sus ¨¢mbitos. Esta actitud de resistencia no es compatible con el reto que tiene delante nuestro pa¨ªs.
El proyecto de plena integraci¨®n en Europa significa mejorar, acortar distancias en todos los ¨®rdenes, sobre todo en el empleo y los derechos sociales: ¨¦sta es la convergencia real. Una vez en decadencia (incluso para la derecha) las fracasadas y agresivas recetas neoliberales se vuelve a contemplar con claridad el ¨²nico modelo sensato para Europa, el que se basa en la alta calidad del trabajo y del producto y en la alta calidad social.
S¨®lo una parte de la derecha y el empresariado espa?oles comienza a aceptar este axioma: la integraci¨®n en Europa no tiene vuelta atr¨¢s y son incompatibles con ello la elevada precariedad del empleo, los bajos salarios, la reducida productividad, la ausencia de protecci¨®n social adecuada y la falta de cumplimiento en el sentido m¨¢s extenso y estricto de la ley y de los convenios.
En este contexto se deben situar los objetivos que la UGT y Comisiones Obreras nos hemos marcado para la negociaci¨®n colectiva de 1999. Si el principal problema del pa¨ªs es la creaci¨®n de empleo, ¨¦sta se debe reforzar mediante la pol¨ªtica salarial y la reducci¨®n del tiempo de trabajo. El crecimiento de los salarios juega, en efecto, un papel esencial. No hay m¨¢s que comprobar que cuando el aumento del poder adquisitivo ha impulsado la demanda interna, como en los dos ¨²ltimos a?os (1997 y 1998), se ha intensificado notablemente la creaci¨®n de empleo.
Hay dos constantes en las tesis conservadoras al respecto. Una, que los crecimientos salariales perjudican la creaci¨®n de empleo. La otra es la rigidez con que este planteamiento se aplica independientemente de las situaciones concretas. Es negativo para el empleo, dicen, que los salarios ganen poder adquisitivo, pero lo peor es que crezcan por encima de la productividad.
Justo lo que ha sucedido en los dos ejercicios recientes, con resultados en creaci¨®n de empleo contrarios a los anunciados. Sucede que la ca¨ªda de precios de los componentes de producci¨®n, la moderaci¨®n salarial anterior, el saneamiento financiero de las empresas y el crecimiento de la productividad acumulado han llevado a aqu¨¦llas a elevar las tasas de rentabilidad de la inversi¨®n y los beneficios hasta niveles casi desconocidos.
La perspectiva de crecimiento econ¨®mico, impulsado en parte por las rentas salariales, ha hecho el resto, registr¨¢ndose subidas de salarios superiores a la productividad y aumentos notables del empleo. La situaci¨®n para 1999 es previsiblemente la misma, por lo que los crecimientos salariales tienen que seguir la t¨®nica de estos ¨²ltimos a?os aumentando el poder adquisitivo e impulsando la creaci¨®n de empleo.
En un horizonte de medio plazo, las diferencias de productividad que subsisten en las empresas espa?olas respecto de las europeas tienen que desaparecer -lo que obliga a aqu¨¦llas a realizar esfuerzos suplementarios en materia de inversi¨®n, tecnolog¨ªa, innovaci¨®n, calidad, formaci¨®n, etc¨¦tera-, y los niveles salariales, converger hasta los umbrales europeos.
La otra v¨ªa para impulsar el empleo es la reducci¨®n de la jornada laboral. Hay muchos que insisten en que no es posible crear empleo con la reducci¨®n del tiempo de trabajo. E incluso que ¨¦sta es incompatible con el mantenimiento de la competitividad si no se realiza simult¨¢neamente una bajada de salarios. Este planteamiento es demasiado simple, no profundiza en la cuesti¨®n y desprecia los casos reales en los que se est¨¢ produciendo esto que niegan a trav¨¦s de acuerdos entre empresarios y trabajadores.
Hay en las empresas espa?olas un enorme margen de crecimiento de la productividad en la reorganizaci¨®n del tiempo de trabajo, lo que permite combinar jornadas individuales menores con creaci¨®n de empleos y mantenimiento o mejora de los costes unitarios de producci¨®n.
Las f¨®rmulas para hacerlo son de lo m¨¢s variadas. La condici¨®n es conciliar, a trav¨¦s de la negociaci¨®n colectiva, las necesidades de las empresas con las demandas de los trabajadores. Pero previamente se debe abandonar la cerraz¨®n mental o el rechazo aprior¨ªstico y estar dispuestos a abordar la reflexi¨®n y la negociaci¨®n.
Es lamentable que este Gobierno, a diferencia de muchas comunidades aut¨®nomas, no haya querido comprender que es necesario apoyar este proceso. S¨®lo conseguir¨¢ retrasar algo un avance incontenible. Las 35 horas van a estar en el centro de la negociaci¨®n, ahora y durante los pr¨®ximos a?os.
Y, finalmente, el tercer objetivo debe ser la mejora de las condiciones de trabajo y, en particular, de la estabilidad del empleo y la seguridad y salud en el trabajo. Los instrumentos est¨¢n disponibles. Un nuevo marco de contrataci¨®n para que el empleo indefinido sea la norma general y que la contrataci¨®n temporal sea la excepci¨®n, utilizable solamente cuando haya una causa de verdadera necesidad. Pero esto dista mucho de ser utilizado adecuadamente.
El exorbitado volumen de empleo temporal ( m¨¢s de 3,5 millones) no se reduce ni un ¨¢pice. La duraci¨®n de los contratos temporales es cada vez m¨¢s corta: el 60% dura ya menos de un mes. Asimismo se dispone de todos los mecanismos derivados de la Ley de Prevenci¨®n de Riesgos Laborales. Pero cuestiones como las condiciones de seguridad, el medio ambiente f¨ªsico, los contaminantes, la carga de trabajo y sobre todo la organizaci¨®n del mismo, que son el origen de los riesgos laborales, no est¨¢n siendo incorporadas a una pol¨ªtica de protecci¨®n de la salud que equipare realmente nuestras condiciones de trabajo con las que corresponden al entorno europeo.
Es preciso enfatizar, en definitiva, el cambio de mentalidad que requiere el nuevo contexto de mayor integraci¨®n en Europa. Es insostenible una situaci¨®n en la que se comparte moneda y reglas de juego europeas y se mantengan condiciones de trabajo deterioradas. Como no pueden ser tolerables actitudes que nieguen el avance en la negociaci¨®n colectiva del empleo, de la seguridad de los trabajadores y, en suma, de un modelo de relaciones laborales basado en la participaci¨®n y en la negociaci¨®n.
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